martes, 23 de julio de 2013

Zapas en la maleta



Puede parecer desde fuera que alguien aparentemente tan absorto, obsesionado y maniático del correr organizará sus vacaciones entorno a las carreras, haciendo coincidir algún evento o buscando unas zonas de entrenamiento maravillosas para dar rienda suelta a sus pinreles. Esta idea parte de un error.

Lo que lees sobre una persona en su blog, en su página de Facebook, es lo que ella quiere mostrarte. No habría que dar por supuesto que porque escribe quizá un ochenta por ciento del contenido acerca de eso de calzarse unas zapatillas e irse a dar vueltas por ahí para, al final, volver al mismo sitio al fin y al cabo... digo que es un error pensar por ello que eso es lo único que ocupa su mente. No es así. Ni mínimamente. 

Obviamente uno escribe un blog sobre una de las cosas que le apasiona, las carreras, y cuenta en su muro de red social lo que le ocurre que considera que puede ser conocido por todas y cada una de las personas que pueden pasar por ahí en un momento determinado.. Es decir, hablo de correr porque si quiero hablar de política me voy a los foros adecuados, si quiero contar mis secretos quedo con alguien de confianza para tomar un café y si un día me levanto amargado o triste intento no hacer público mi estado. Problemas, penas, algunas alegrías secretas y opiniones muy controvertidas tengo, pero no es el espacio donde voy a poner lo que no quiero que se sepa por, insisto, todas las personas, quizás medio millar, que pueden cruzarse por ahí despistadamente, incluyendo jefes actuales, pasados y futuros, por ejemplo, personas que me quieren, pero que no opinan como yo o creen en dioses que yo no comparto, exparejas y gente que no me quiere (no se puede gustar a todo el mundo, hay que asumirlo).

Por supuesto siempre hay quien te etiqueta en una foto realizada una noche de juerga, en una pose incómoda, en compañía de quien no quieres que todo el mundo sepa que te acompañas, pero es algo que con un poco de prudencia no tiene mayores consecuencias.

Pero la prudencia lleva a que acabes hablando y contando tus rutas, tus carreras, la afición a la que dedicas una parte de tu vida como si esta fuese algo mucho más importante, por lo que callas y, puede ocurrir, que te digan cosas del tipo “como siempre estás corriendo”, “hay que hacer otras cosas, no todo va a ser correr”... mucha gente completa la parte de lo que no conoce de tu vida con la suposición de que lo que le llega es un muestreo estadístico significativo. Si no estás contando una carrera, estarás por ahí, corriendo.

No todo va a ser correr, claro.

La verdad es que en algunos casos me resulta un poco incómoda la situación. Me refiero a ser extrapolado desde la parte al todo y ser acusado de poco menos que obseso del running. Un día de estos a lo mejor me da por escribir un blog sobre lingüística y lógica formal, o sobre filosofía política, o quizá sobre el amor y la muerte. Una página de heavy metal y música clásica o sobre literatura de ciencia ficción y fantasía épica. Por ahora hablo de correr.

Y me llevo las zapatillas de vacaciones, por supuesto. Qué placer anticipo de levantarme alguna mañana en Granada y lanzarme un rato a recorrer las calles con el frescor de la mañana, en salir a hacer una ruta por la zona del lago Sanabria o, incluso, en montarme un “ultra” casero desde Santiago a Fisterra por el Camino, pero sobre todo, voy a disfrutar de la compañía de la gente que a la que quiero, a charlar, a tomar tapas y cañas, meterme en el mar, en ríos y en lagos a mojarme y refrescarme, a patear entre las magníficas montañas de los Pirineos y reiniciar el sistema. Ha sido un curso con muchas asignaturas y, aunque me he dejado algo para septiembre, creo que lo he aprobado casi todo.

Y a entrenar para la Madrid - Segovia, que está a la vuelta de la esquina.

Por supuesto hay que echar las zapas en la maleta. Cuando nos vamos de vacaciones es importante qué llevamos encima y qué cosas nos dejamos. Creo que el arte de irse de vacaciones consiste en saber dejarse cosas en casa para cuando uno vuelva. Me refiero, por supuesto a cargas, a “cosas mentales” que nos van encorvando con su peso durante el curso, durante la temporada. Ese el principal descanso que se tiene al irse a otro sitio, al estar con personas queridas y con las que te diviertes. Lo importante, casi más que lo que te encuentras, es lo que dejas atrás por unos días. 

Luego empezará un nuevo curso, una nueva temporada deportiva. El año comienza después de las vacaciones, lo de las Navidades no marca realmente ningún cambio en nuestro ciclo vital anual, nos reseteamos ahora y es cuando tomamos impulso en la dirección que queremos ir. Ha pasado, por tanto, un año y empieza uno nuevo. ¿Qué nos traerá esta temporada? 

Esfuerzo seguro y, con suerte, éxitos.


miércoles, 17 de julio de 2013

Canciones de hielos y fuegos


Decía Sartre que "no hay fenómenos psíquicos que hayan de unirse a un cuerpo; no hay nada detrás del cuerpo, sino que el cuerpo es íntegramente psíquico". No se puede separar lo corporal de lo mental. Todo objeto de conciencia, cualquier juicio que hacemos, todo acto de pensamiento, toda sensación que llega a través de nuestros nervios, es "mental", no puede ser otra cosa.




Mediados de julio, salgo a correr a las tres de la tarde, 39º a la sombra y el asfalto desprende fuego. Con sensación de ahogo. Mi cuerpo, ese fenómeno psíquico de mi conciencia, está congestionado de calor. Noto las mejillas enrojecidas por el bochorno, "abochornadas", no del triste espectáculo de la gente que aprovecha las altas temperaturas para abandonarse de todo cuidado estético (pudiera ser como un acto de vergüenza ajena) sino tratando de mantener mis órganos internos en los límites de un mamífero vivo. El accidente inhiere en la substancia. Cada vez que paro en un semáforo noto como despido calor por la cabeza como si fuese un radiador. En realidad, literalmente, soy un radiador en el sentido etimológico, en el sentido original de la palabra del que se ha apoderado el electrodoméstico.





Aún tenemos en las retinas el duro invierno. Ha sido un largo y duro invierno esta vez. Aún está la imagen grabada bajando por la Fuenfría saltando por la Senda Borbónica (mal llamada a menudo Calzada Romana, que es otra) sobre la nieve que, a los lados del camino, y por no estar pisada, ofrecía más seguridad y menos riesgo de resbalón. Subir impulsándome de puntillas casi a menos de cero grados, pero sudando la camiseta de tirantes y los pantalones cortos, cuesta arriba, atrayendo la asombrada mirada de gente con más equipación de lo que su limitada afición a la montaña requeriría, mientras el cortavientos espera en la mochila el momento de la parada en el collado.





Corriendo ahora con el calor seco de la Meseta, reconcentrado el fuego por el asfalto de la ciudad de Madrid que lleva todo el día recibiendo y acumulando energía en los días de las canículas. El aire que no circula entre los edificios podría, pero no lo hace, redistribuir la temperatura, arrancar unos grados de un sitio para calentar otro y en el proceso, bajo las indestructibles leyes de la termodinámica, hacer que no siga subiendo incansablemente el termómetro de un punto concreto hasta el infinito y más allá. Tubos de escape, chorros de aire viciado y caliente que sale de los equipos acondicionadores de los comercios, calles anchas y soleadas en las que no hay una sombra en la que refugiarse y, en la memoria, mientras, cae el aguanieve y rugen las ventiscas, los vientos helados en las cumbres de Guadarrama que te pueden arrancar la energía en un minuto. Los -15º al llegar corriendo al Refuge de la Croix du Bonhomme por la noche, durante el UTMB, con miles de ateridos runners de todo el planeta con todo lo que tenían (material obligatorio y más) puesto encima. El recuerdo de correr por la Carretera de la República y pisar un charco helado bajo la nieve que dejaba los dedos de los pies insensibles... quizá en marzo. Una última nevada en la Barranca a mitad de mayo cuando ya nadie se lo esperaba. La siempre sorprendente carrera del Alto Sil, entre barro congelado, charcos de hielo, montoneras de nieve y vadeando agua helada hasta los muslos y más.





Fuego y hielo, como los libros y la serie de moda, y a mi alrededor. Las temperaturas que marcan las relaciones humanas a menudo. El calor de la pasión, del amor o del odio. El hielo que se forma como una coraza con la distancia para protegernos del daño y enfriar nuestra pasión. A veces hielo por fuera y fuego por dentro, nunca al contrario. De todas maneras, si nos empecinamos en enfriarla, el hielo apagará cualquier hoguera con el tiempo.


La aclimatación y la prudencia permiten movernos en extremos de temperatura enormes. Desde el North Pole Marathon hasta la Badwater, siempre que cuidemos detalles como la ropa, gafas, gorros y gorras para la cabeza, para protegerse del sol o evitar que escape el calor, la correcta hidratación y alimentación (un buen desayuno es un gran abrigo horas después), sales y azúcares para reponer pérdidas producidas por los sudores o arrojar combustible a los hornos de oxidación del interior de nuestras células. Al final se trata de librarse del fuego que nos abrasa o de romper el hielo que nos impide avanzar. Ser capaces de mantener la temperatura correcta elevando o bajando la temperatura como animales homeotermos, como los mamíferos, aves y, probablemente, los dinosaurios. Ser capaces de entibiar una relación fría o de refrescar una que se ha calentado demasiado.


Hay a quien se le da mejor o peor, quien se mueve mejor ante los extremos y quienes tienen mayores dificultades de regulación. A mi sin duda se me dan bien los cambios de temperatura extrema y no me suelen conducir al desastre.

Cuando estoy corriendo.

miércoles, 10 de julio de 2013

La naturaleza y lo natural

Hablando de calzado minimalista, y con ánimo de polemizar...

Impactantes five fingers

Bueno, me acercaré al tema despacito y desde lejos, como tengo costumbre, pero esta vez aviso, porque voy a tomar mucha carrerilla y perspectiva sobre el tema. Demasiada y mucha más de la necesaria, seguro. Me voy a pasar tres pueblos alejándome del tema.

Nos situamos sub specie aeternitatis, desde el punto de vista de la eternidad. Producciones "La Kafkería", aburriendo hasta a las piedras...

Hubo un tiempo en que la naturaleza nos aterraba, donde se veía lo natural como el enemigo del hombre y de la cultura. Por asociación se despreciaba lo campestre y lo rural y se exaltaba lo artificial, la poiesis que transformaba lo que "no tenía valor", en una manu-factura. El proceso que dotaba de valor de uso, de sentido para lo humano, de precio, a algo mediante la aplicación de una fuerza de trabajo a lo que era simple materia prima, simple objeto presente en la naturaleza. Lo que no tenía precio asignado, no tenía valor. Dios nos regalaba la naturaleza y todos los seres vivos que la habitaban para que nos sirvieran o el imperativo histórico nos conducía a pasar de un modo de producción capitalista al paraíso socialista, donde una perfecta organización del trabajo nos permitiría transformar el mundo para nuestra felicidad.

El bosque, el rayo, la tormenta y la inundación, el océano... fueron los lugares donde habitaron los terrores de nuestros antepasados. La naturaleza, la "Naturaleza", era terrible porque era ingobernable por nuestros actos y cada pequeña victoria sobre ella se celebraba. Matar al lobo, quemar el bosque para hacerlo cultivo, domesticar a la fiera, abrir caminos entre los montes, el puerto seguro al resguardo de las tormentas, un buen abrigo, unas botas resistentes...

Nos encontramos hoy en día en nuestro mundo, por otro lado, una exaltación constante de lo natural y de los productos de la Naturaleza (con mayúscula, importante detalle). Hace pocos años aparecían en la publicidad con frecuencia las palabras "sintético", "laboratorio", "artificial" o "científico", entre imágenes de tubos de ensayo, escáners y ordenadores, y tipos con batas blancas que defendían las bondades de sus productos recién salidos de fabricas humeantes. Hoy es todo lo contrario. En publicidad aparecen bosques y prados, animalitos, mares con olas espumosas... No importa lo que vendas, todo es natural, todo es puro. Se asocia en publicidad la Naturaleza a la pureza y se busca ir a unos orígenes, a una infancia añorada sin aditivos y sin circuitos, donde todo sabía mejor y era analógico, sin corrupción.

Pero, ¿Qué es lo natural? Ves a gente con la mirada maravillada y exaltando la bondad de un paisaje natural que es fruto simplemente de que el nivel freático se haya elevado en una antigua gravera, cantera, mina o turbera cuando la explotación humana ha agotado el recurso, en bosques plantados por manos humanas hace siglos o simplemente décadas, ante paisajes naturales que en el fondo son tan "artificiales", manufacturados, como una manzana hormigonada de la isla de Manhattan, un campo de golf o un cultivo cerealista. Es difícil encontrar algo en este planeta que sea lo que es sin que la mano humana haya intervenido directa o indirectamente... Hay personas que ven un bosque virgen en donde especies vegetales introducidas por romanos o árabes delatan  que jamás, sin la intervención del homo sapiens, ese paisaje sería como es.

Y por supuesto, la mano humana es una mano animal. No somos "extraterrestres" ni "antinaturales". Varias especies de Homo llevan caminando por el planeta, evolucionados desde otras especies, hace millones de años. No estamos situados fuera de la Physis, como los Dioses metafísicos con mayúscula, sino que estamos dentro de los límites del mundo, como los dioses con minúsculas de los griegos. Somos seres físicos, no metafísicos, materiales y mundanos. Tenemos nuestras peculiaridades que nos definen, como al resto de los bichos que habitan del planeta, claro. Ser "culturales" es nuestra peculiar naturaleza, nuestra esencia. El ser humano altera su entorno, pero el resto de los animales y plantas que hay el mundo también lo alteran y lo transforman, siempre, sin excepción. Asociar la mano humana a "lo malo en si mismo" y lo que no ha pasado por ella a la bondad per se, es un ejercicio que requeriría una justificación que habitualmente no se da y yo ya no espero.

Wim Mertens. El minimalismo musical. No viene a cuento, pero me encanta.

Algunas cosas tan "antinaturales como la higiene, el vestido y el calzado (nos acercamos), los antibióticos, potabilizar el agua, emplear letrinas, usar alcantarillado ("cachis", nos alejamos), transportar el agua por canalizaciones, cocer los alimentos,... no son conductas naturales si separamos lo humano de lo natural, son aprendizajes culturales. Quizá sea lo natural atender un parto sin desinfectarse manos lavándolas con agua y jabón, quizá... pero hemos aprendido que este sencillo ejercicio antinatural salva muchas vidas.

Y no soy un defensor a ultranza de lo "artificial", solo que me parece que es muy difícil huir de ello y que mucho de lo que se nos ofrece como una alternativa natural no es más que una vuelta de tuerca de márketing, una tomadura de pelo al servicio de las mismas empresas que en los años setenta hubiesen vendido exactamente lo mismo exaltando su carácter "científico". Esas empresas que han pasado del "compra esto, que te hará triunfar" al "compra esto mismo, que proteges el planeta".

Yendo un poco más lejos, pillando la idea por los pelos y quizá el rábano por las hojas, tanta Naturaleza con mayúsculas me hace sospechar que sustituimos en este mundo posmoderno y nihilista en los términos previstos por Nietzsche a esos Dioses con mayúscula (Yavé, Alá, Deus...) que en su momento habían sustituido a los dioses con minúsculas (Zeus, Odín, Anubis...) por una Madre Naturaleza. Que caemos en un deísmo mágico sin dioses, pero con una Natura que hace la misma función en nuestra mente. Que nos premia y castiga y tiene voluntad propia. Parece que tuviésemos la necesidad de personificar los fenómenos que escapan a nuestra comprensión dotándoles de divinidad, conciencia e intención, hablando de una Naturaleza que es el reflejo de nuestras esperanzas de salvación como en otro momento lo fue de nuestros miedos y terrores nocturnos.

Aclaro. Yo respeto a todo creyente que respete mi ausencia de creencia en la suya.

Ahora si que nos hemos alejado del suelo, del tema de las zapas minimalistas, del pie desnudo apoyado sobre la tierra como el de Anteo, para elevarnos al Supra-Uranós en el que los filósofos practicamos eso que el resto del mundo llama, simplemente, "paja mental" y nosotros de muchas maneras dependiendo de la ocasión y el filósofo.

En definitiva, si el ser humano es un animal más, entonces no hay nada que realmente no sea natural. todo es cultura, es decir, la naturaleza humana. Ni una central nuclear, ni una zapatilla con control de pronación y 400 g. de peso son antinaturales, porque son la creación de un animal, el ser humano. Serán la zapatilla y la central buenas o malas cosas, pero no porque sean más o menos naturales.


Si por el contrario existiera una ruptura entre lo humano y lo no humano, una separación que pone lo artificial a un lado y lo natural a otro, entonces casi todo lo que creemos natural no lo es. Es simple atribución de deseos y esperanzas, asignación de valores arbitrarios y a menudo influidos por publicidad malintencionada que quiere vender un producto pintándolo de verde y subiéndole el precio, para que parezca más interesante. Casi todo lo que nos quieren presentar como natural sería tan artificial como lo son unas zapatillas  flexibles de 150 gramos, drop de 0 mm. y 100 € P.V.P. En este escenario tampoco está claro porqué algo, porque sea más "natural" sea mejor.


Si el discurso fuese: corre con los pies desnudos o dale dos tijeretazos a tu calzado viejo y aprovéchalo al máximo, no me pondría en alerta el calzado minimalista, pero el discurso es: compra, compra, compra... No basta con tus zapatillas. necesitas unas "voladoras" para competir, unas de "entrenamiento" bien amortiguadas, las "minimalistas" para entrenar el correr a lo natural y fortalecer otros musculillos, para trail por lo menos tres o cuatro modelos según distancia y terreno que permitan jugar con cresteríos rocosos o con pistas de tierra, con kilómetros verticales o con ultradistancias. Imprescindibles, por lo menos, 8 pares de zapatillas que debes renovar lo antes posible, porque en seguida pierde las propiedades mágicas que la publicidad le atribuye más allá de las que les presta tu musculatura y además los colores cambian cada temporada y hay que ir conjuntado para estas cosas. Como decía uno de mis profesores de lógica: "la elegancia no es opcional".

Y dicho esto, a ver si me agencio en algún momento unas five fingers, que están tiradas de precio por Internet y me parecen muy molonas. Ojalá inventen unas que se te bronceen los pies por debajo del calcetín, que así no se puede ir a la piscina.


miércoles, 3 de julio de 2013

Pisando en falso


Cuando alguien pasa de correr en llano, sobre asfalto o tierra (lo que viene siendo la actividad del 90% de la gente que practica el running), a hacerlo por montaña, experimenta dos grandes diferencias:

Las subidas...

...y las bajadas, obviamente.

Sol en los ojos y una noche sin dormir. 
El terreno es distinto. Hay piedras sueltas, piedras por el contrario firmemente aferradas al suelo, raíces, maleza, barro, charcos, riachuelos, boñigas, hielo, agujeros, socavones, hojas caídas con cualquiera de las anteriores cosas debajo de ellas... 

Son obstáculos que, cuesta arriba o cuesta abajo, obligan a que haya que cambiar la biomecánica, el estilo y la técnica de carrera. Ya no se trata de realizar un movimiento pendular de una pierna a otra, repitiendo incansablemente el mismo gesto kilómetro tras kilómetro (me decía Maese Spanjaard hace poco que lo que hacemos los populares no es correr, sino dejarnos caer sucesivamente de una pierna en otra), sino de ir aprendiendo a bajar y a subir con distinto grado de pendiente y en distintas superficies, y a hacerlo rápida y eficazmente, sin que suponga un gasto de energía mayor de lo necesario. 

Hay que aprender a correr sin “retener” en las bajadas, cuando obligamos a forzar el cuadriceps “en excéntrico”, es decir, aflojándolo despacio cada vez que se contrae contra la resistencia de los músculos que “en concéntrico” se aprietan al otro lado del muslo, los isquiotibiales. Aprender a subir “tirando” de abdominales internos y psoas, evitando que la rodilla se desalinee y acabe maltrecha al hacer palanca contra el peso del todo el cuerpo sobre ella como punto de apoyo mientras se contrae el cuádriceps y unos aún subdesarrollados abductores y adductores tratan de que no se tronche la articulación hacia la derecha o la izquierda. Hay que desarrollar y fortalecer músculos que para correr en llano no hacían demasiada falta.

Eso si, unas piernacas de corredor o corredora de montaña nada tienen que ver con los “palillos” que cuelgan de la cintura de un flaquito/a del asfalto. Cuando digo piernas, quiero decir piernas y lo que está encima de ellas.

Cada corredor desarrolla una técnica distinta. Si nos fijamos en los mejores “bajadores” vemos que cada uno “es de su madre”. Menos si son hermanos/as, claro. Algunos hay, pero no tienen por qué correr igual.

Siempre hay un desnivel y terreno en que vas cómodo y otro en el que te supera la dificultad técnica de la bajada. Todo el mundo tiene esos umbrales de comodidad por abajo e inseguridad por arriba, pero no son los mismos para el que os está escribiendo que para Kilian Jornet. No son los mismos, pero da igual, porque existen igual para los dos. Siempre hay una pendiente imposible en alguna parte, para todo el mundo. Siempre hay un acontecimiento, un obstáculo en la vida para el que las fuerzas te flaquean y sientes que ya no puedes atravesarlo con paso firme. Que caminas sobre un canchal de piedra suelta con las piernas acalambradas de agotamiento, pero que tienes que seguir adelante para salir de él.


Ir pisando en falso, con inseguridad, es agotador y propicia lesiones y caídas en la montaña y en la vida. Es hasta cierto punto inevitable cuando vas corriendo (o viviendo) por terreno inestable e inseguro, nuevo, desconocido o cuando las fuerzas no te llegan por el agotamiento que acumulas... cuanto más cansado, más energía gastas en mantenerte corriendo inseguro y más aceleras el proceso de agotamiento. Por eso es tan importante el entrenamiento, el descanso, la alimentación y la correcta hidratación antes de la carrera, para “retrasar” la fatiga. Por eso es tan importante que cuando te caen hostias por todas partes y la cosa no parece acabar nunca, busques como afrontar los problemas, actuar de alguna manera, aunque sea escapando, quizá a veces devolviéndolas.

Porque, al final, se trata de estrés y resiliencia.

Conceptos tomados de la industria, de la física, como medida de la duración frente al desgaste por presión y la capacidad de recuperación de los materiales sometidos a estrés. 

Cuando corremos hacemos una presión constante que nos va desgastando. Las articulaciones, las energías, la concentración,... la presión constante y mantenida, son como el conjunto de pequeñas calamidades que en el ámbito psicológico llevan a la ansiedad y la depresión.

El estrés es una respuesta normal a un entorno difícil. El estrés es bueno, sin estrés no podríamos competir ni vivir, pero el estrés mantenido más allá de nuestra capacidad de recuperación frente al desgaste es lo que nos daña.

En la vida de un mamífero, como nosotros, tenemos varios “programas” para afrontar el desgaste y la agresión: huir, atacar, quedarse inmóvil (camuflado a ver si no va con nosotros), quedarse inmóvil (aterrorizado, indefenso), someterse, rendirse... 

Casi nadie tiene la capacidad de poner en marcha el programa adecuado en cada momento, aparte de que la heteronormatividad patriarcal hace que huir, quedarse inmóvil o someterse esté mal visto entre el género masculino. En realidad tiramos de nuestro “estilo”, de lo que se nos da mejor, de lo que prevemos que mejor vamos a gestionar, de las consecuencias que creemos que podemos asumir.

Si el agotamiento nos alcanza en carrera, a veces continuamos cuando, además de tener dos dedos de frente, somos conscientes de que ello no nos va a conducir a una lesión sino a un cansancio del que nos recuperaremos en poco tiempo. A veces nos retiramos, con desánimo o con la cabeza muy alta. Hay quien hace trampas, atrochando, montándose en un coche, tomando sustancias no permitidas. Hay quien sigue hasta reventar y lesionarse.

Este pasado fin de semana se corrió el Gran Trail de Peñalara. 450 dorsales de los que casi una tercera parte tuvieron el valor o el sentido común de retirarse y dos tercios el entrenamiento y la suerte de que les saliera un buen día y que consiguieron terminar echándole grandes dosis de sufrimiento. 

Mis felicitaciones a todos y todas.

Descansad, descansad, descansad cuerpo y mente, ya llegan las vacaciones.

lunes, 1 de julio de 2013

Barriendo de Navacerrada a la Morcuera


El Gran Trail de Peñalara (GTP) es una de las pruebas más duras de montaña que se disputan en la Península... es decir, es una de la pruebas más duras del mundo, porque aquí somos bastante brutitos en esto del trail running. Si, las hay peores, sobre todo cada vez hay más, pero acabar un GTP es un desafío para cualquiera.

Cuando hablo de "dureza", me refiero a la dificultad deportiva. No requiere más "carácter", ni tiene ningún merito más allá el completar la prueba que lo que supone un entrenamiento adecuado y tiempo para hacerlo, ni más sacrificio que el que esta actividad te guste y te apasione... es decir, ningún mérito. Otra cosa es que nos obligasen a correrlo a la fuerza o lo hiciésemos para salvar la vida a alguien. Nadie nos obliga. Todo el mundo pasamos a veces por "pruebas duras" y es ahí donde demostramos de qué pasta moral estamos hechos. En estas otras cosas cosas, yo opino que no.


Pero como hemos comentado otras veces, la carrera es una metáfora de la vida que muchas veces ejecutamos y hacemos plasmando en ello nuestro carácter. la gente tiende a correr como vive y a vivir como corre.

El GTP consiste en recorrer un gran circuito de 110 kilómetros y más de 5.000 metros de desnivel positivo acumulado por la Sierra de Guadarrama y algunos de sus puntos más emblemáticos (La Barranca, Maliciosa, la Pedriza, La Morcuera, El Reventón, Claveles, Peñalara, Fuenfría, Camino Schmidt, Puerto de Navacerrada...) un verdadero rompepiernas, muy “técnico”, es decir, que requiere de haber entrenado y desarrollado “técnica de bajada” de trail running.


En 2010 traté de completar la carrera y me retiré en el kilómetro 90 (Casa de la Pesca), con los pies y el ego en muy mal estado. Andando el tiempo me he dado cuenta de que me faltaba aprendizaje y que, de todas maneras, no estaba nada mal la hazaña. Tampoco me arrepiento, porque la carrera en si misma fue una preparación para poder completar en 2011 el GTP y entrar en meta después de 28 horas y 40 minutos, cansado y feliz.

A veces cuesta darse cuenta de que no lo habías hecho tan mal.




En ambas ocasiones los escobas estuvieron presentes. El primer año soplándonos la nuca por todo el Reventón y, después de conseguir despegarnos de ellos y llegar a La Granja en tiempo, cuando me descolgué del grupo y me cazaron, ya sin tiempo de entrar en el siguiente control. Con los pies muy hinchados y cuando cada paso era un sufrimiento infinito.

Todavía en 2011, que en aquella ocasión había pasado el control del kilómetro 80 con 3 horas de margen sobre el cierre, aflojé un poco al llegar a Boca del Asno y me senté un poco en una piedra... cerré los ojos unos segundos y... los vi llegar... ¡Joder! me he dormido...

No, lo que pasaba es que se habían ido retirando todos por detrás de mí y ellos iban a acompañarme tranquilamente y sin prisas porque marchaba el último, pero sobrado de tiempo. Al final cazamos a otros corredores en la Fuenfría y apretamos el culo hasta el puerto de Navacerrada. Incluso tuve que abandonar a unos compañeros que arrastraban los pies y llegar solo al pueblo homónimo para acabar mi suplicio un poco antes que ellos, porque no podía ir, en aquella ocasión, tan despacio siguiéndoles.

En estas ocasiones no ser consciente del sufrimiento del cuerpo parece una ventaja, pero realmente no así, ya que los dolores son síntomas y alertas de problemas subyacentes. En una carrera de este tipo hay que saber discriminar entre unas señales y otras para, ignorando la agonía que sientes, continuar adelante o por el contrario, con una pequeña molestia, tener el valor de retirarse para no complicar las cosas y acabar lesionado.

Cuando son los males de la "vida real" los que nos pasan por encima, más aún. Es la diferencia entre la tolerancia a la frustración (cosa buena) y la negación de un problema (cosa chunga). En esos casos el gran problema puede consistir precisamente en no tomar conciencia de que estás muy jodido y tienes que hacer algo para cambiar las cosas. Conviene en tales casos que a los primeros síntomas se tome completa conciencia de que no hay que refugiarse en fantasías, ya sean místicas o racionalizadoras, incluso "intelectualizadoras", cuando alguien tiene los recursos para elaborar un edificio intelectual entorno a cualquier tesis que le apetezca sostener ante si mismo. Todo un peligro.

En 2011 los escobas me ayudaron y animaron muchísimo y les perdoné los sinsabores del 2010. A dos de ellos, Rafa y Juampe, me los he ido encontrando por muchas carreras y, al final, hemos quedado para correr en varias ocasiones (Remontada Infernal, Trail Batalla de Alarcos, etc...).

Este año tocaba ir de voluntario. En principio pensaba correr una “100 millas”, la Ehunmilak, y emplear el escobeo como entrenamiento para la ocasión, pero mi punto de entrenamiento, la lesión que aún no está del todo curada y la falta de motivación me impiden finalmente correr los 168 kilómetros y 13.000 metros de desnivel positivo acumulado (más del doble que el GTP) de la carrera del País Vasco. De todas maneras no quería perder la ocasión de ir a la cola del pelotón y tratar de hacer la función de “recogida de escombros” tan necesaria, dicho con todo el cariño de uno al que le han dado caza en varias ocasiones.

En teoría y con el entrenamiento que llevaba, no debería haber tenido problema con el recorrido hasta la Morcuera (el primer “maratón”) que me había comprometido a "barrer".




Hacemos el control de material obligatorio a los corredores bajo la atenta mirada de los árbitros de la federación. Y trotamos tras las luces rojas al final de la carrera.

Pronto nos paramos. No hacemos más de dos kilómetros cuando nos ponemos a andar siguiendo a la cola del pelotón, que va a un ritmo muy muy confiado, demasiado, como el de algunos marchadores en carreras del tipo Madrid - Segovia o los 100 de Colmenar, que aunque sean “solamente” 10 kilómetros menos en distancia, se tarda casi la mitad del tiempo en completar el recorrido. En estos casos lo que marca la dureza de la prueba es el desnivel y el tipo de terreno. No es lo mismo ir por pista que por un canchal, subir 1000 metros, que 5000. Por mi parte, en el kilómetro 42 del GTP estoy en un estado de agotamiento similar al que tengo al acabar una de las otras, pero aún me quedan 70 kilómetros de lo peorcito por delante.

Una corredora se cae al cruzar un riachuelo en la Barranca y nos juntamos con un pequeño grupo de rezagados que va con bastante dificultad, no solamente en el primer kilómetro vertical (más de mil metros de desnivel) que nos hacemos en los primeros kilómetros horizontales (ver perfil de la carrera más arriba), sino, sobre todo, en la bajada a Canto Conchino (kilómetro 18) que empieza con una descenso bastante complicado y técnico que, la noche, hace mucho más complicada. Llegamos casi media hora después del cierre del control que los amigos del Club la Pedriza de Manzanares se encargan de cuidar. Perdemos también bastante tiempo hasta que arrancamos de nuevo, eso si, a todo trapo, en dirección al Collado de la Dehesilla. Nos sorprende no cazar a nadie en la subida, pero en la bajada a la Hoya de San Blas nos encontramos a otro corredor levemente mareado y a dos corredoras que se retiran y que la policía municipal se encarga de evacuar. La bajada de noche es complicada, nada cómoda entre maleza y forzando para llegar dentro de los mejores márgenes al puerto de la Morcuera.

La subida a la Morcuera se hace pesada. El corredor que nos acompaña se ha repuesto y tira con el grupo a muy buen ritmo (si no le hubiese dado una “pájara” hubiese podido acabar en tiempo, pero con buen criterio dice, y no hace falta quitárle de la cabeza lo contrario, que se retirará en el próximo control. Cazamos otros tres corredores en la subida. Mientras 4 de los escobas que van más frescos se han marchado corriendo por delante para tratar de llegar al cierre de control de Rascafría.

Vamos desbalizado, desbarrando y arrastrándonos cuesta arriba por la pista de la Morcuera, A la que llegamos Quizá a las 8:45. Los últimos han pasado poco después del corte y fuera de carrera, un par de minutos después de las 8:00. Nos hemos metido casi 12 horas de monte. No hemos corrido todo lo que hubiésemos querido y nuestros pies se resienten de ello. Ninguno de los escobas continúa más allá de lo comprometido, porque la cola del pelotón está muy lejos y estamos bastante machacados de la noche.


Me bajan hasta Rascafría dos voluntarias y recojo mi “bolsa de vida” que había enviado a ese punto, porque me quedo por la Sierra el fin de semana. Antes de que me pase a recoger mi amigo Miguel, que me ha invitado a una parrillada en Canencia (loco, no sabe lo que hace), me arrimo a tomar un tercer desayuno en una cafetería con los pomponeros del Tierra Trágame, que han pasado la noche de puesto en puesto dándolo todo y que siguen animando a los últimos corredores que intentan entrar en tiempo en control de “Rasca”, kilómetro 60, al que se debe llegar antes de las 11:00. Descubro con pesar que Pilar, a quien venía a animar este grupo, es una de las retiradas por tiempo (dos miserables minutos) en el control de Morcuera. Me siento culpable de lucir la camiseta de escoba.

El sentimiento de culpa es libre. Que no os pille fuera del ámbito deportivo.

Que no os pillen los escobas, pero, si lo hacen, disfrutad de su compañía.