"La realidad es aquello que, cuando dejas de creer en ella, no desaparece".
Philip K. Dick
Cierto es que me gusta leer estas crónicas cuando están bien escritas por otros, cuando añaden algo al mero discurrir de kilómetros, cuando aportan un poco de misterio, de historia, de reflexión. Es un gusto leer a Murakami, a Scott Jurek, al gran Reinhold Messner, a Kilian Jornet, incluso el ácido Run con Limón de nuestro amigo Luís Arribas. Leer en definitiva a todos los que aprovechan el trascurrir de los kilómetros por la montaña para pensar y después, poco a poco, para ordenar esas ideas y hacer vivir su experiencia otra vez a otras personas. Ellos, famosos y no tanto, nos permiten ver a través de sus ojos y sus pensamientos algo con lo que nosotros también disfrutamos a nuestra manera, pero, en su caso, pudiendo llegar a donde nuestros pobres cuerpos no están en condiciones de alcanzar salvo con la imaginación.
He escrito algunas crónicas de carreras pero nunca he tenido otra razón para narrar mis paseos por el monte que tratar de introducir, como buenamente he sabido, un poco de filosofía en el blog que ahora tengo casi abandonado y, quizá, colar alguna idea o reflexión para darle visibilidad a un pensamiento en un mundo en el que la desinformación, el marketing o la manipulación mediática, está al alcance de cualquiera y la filosofía es una constante lucha contracorriente.
Quien me conoce sabe que narrar, kilómetro a kilómetro, paso a paso, cada metro de un recorrido no me parece una buena idea porque el mero hecho de correr una carrera como el Gran Trail de Peñalara (GTP) no tiene nada de épico, ni de heroico, ni de admirable, porque como decía Kilian hace poco (hace tiempo también, pero ahora le entrevistan en todas partes) el deporte está sobrevalorado, es algo egoísta que hacemos para nuestra diversión personal y, si usted quiere buscar héroes, búsquelos en otra parte. La épica del trail empieza a asquearnos a muchos. Nadie es más que otra persona por correr más rápido o por hacer mayor desnivel positivo acumulado. Mucho menos por apostar voluntariamente su dentadura contra sus capacidades para bajar por un terreno inseguro.
Busque usted héroes en Doñana o en cualquier otro incendio, tratando de extinguir el fuego que lo mata todo, que destruye lo insustituible para el enriquecimiento futuro de un puñado de basura humana sin escrúpulos. Busque héroes en los colegios públicos más desatendidos por la administración, entre ese profesorado que se deja la piel cada día para darle una oportunidad a su alumnado en este mundo cada vez más difícil e injusto. Si quiere encontrar héroes, vaya a urgencias por la noche y encontrará montones de personas, personal sanitario y no sanitario sin dormir, que no está en el monte, disfrutando del placer de pasar la velada bajo las estrellas corriendo por el campo, sino salvando y cuidando vidas con unos medios, cada vez, más limitados. Dando cuidados y compañía a quien está pasando un mal momento.
Busque héroes usted cavando letrinas en África para acoger campos de refugiados.
Las personas que en los países ricos tenemos el privilegio de poder dedicar tiempo a entrenar, en vez de ir a un pozo lejano a buscar agua, cuando no simplemente huir de sanguinarios señores de la guerra y del terrorismo de fanáticos integristas, salimos al campo disfrazados de colores brillantes y tenemos la suerte de poder disfrutarlo, de poder pagar una inscripción para una carrera y tener tiempo para poder tomar la salida en ella. No podemos, además, tener la poca vergüenza de presentarnos como si realizáramos una hazaña, como si cada una de nuestras emociones vividas en carrera tuviesen que ser relevantes para otros, como si nuestra particular epifanía personal tuviese que convertirse en una guía espiritual para los demás.
Y aunque tengamos conciencia de ello, un día estamos pensando que somos especiales por tener suerte de ser blancos y vivir donde vivimos y quizá pensamos que esa suerte es en alguna medida mérito nuestro, que nuestra forma de ocio es algo digno de admiración y a la siguiente mañana nos podemos despertar, como hace poco una querida amiga, con una cervical desplazada que se empeña en dejarnos tetrapléjicos y que, afortunadamente, esos héroes, los de verdad, que visten de blanco y verde, nos operan y nos dejan nuevos en unas pocas horas como fue el caso. A veces no es el caso lamentablemente.
No sé si ustedes conocen a Marcuse. Es un habitual de este blog.
Marcuse es un extraño miembro de la Escuela de Frankfurt que consiguió enfadar a todo el mundo por igual. Enfadó a los marxistas ortodoxos, para los que no pasó de ser un "trosko" candidato a ser recipiente de un piolet afilado como sombrero. Seguramente si hubiese escrito sus obras al otro lado del Telón de Acero algún miembro de la nomenklatura le hubiese puesto a picar suelo congelado en un centro de reeducación política en Siberia hasta que el materialismo dialéctico (versión III Internacional) hubiera entrado en él a las malas o incluso a las buenas.
Pero aunque el "socialismo real" es cosa del pasado aún hoy no cabrea menos a quienes viven en un sueño psicodélico en el que el capitalismo y una supuesta constitución "democrática" son la garantía de estar habitando en el mejor de los mundos posibles, sin cuestionarse, como Marcuse, que detrás de las apariencias, detrás del decorado de la sociedad democrática, en las bambalinas de los estados modernos e industrializados de Occidente, acecha escondido el totalitarismo disfrazado de progreso. El viejo totalitarismo que conocíamos como fascismo o nazismo, como monarquía absoluta del Ancien régime y que ahora se maquillaba de socialdemocracia o de liberalismo modernizado y nos vendía (a un mercado deseando comprarlo) el circo del consumismo, por un lado, mientras que por el otro se instalaban la miseria y la injusticia tapadas por la alfombra como la mugre de quien esconde la suciedad debajo de ella.
Marcuse, como otros a lo largo de la historia del pensamiento, descubre con incredulidad la clave de las creencias humanas: la gente elige creer lo que desea creer y el mecanismo psicológico implicado en ello se llama, en este caso, introyección. Es decir, la incorporación de patrones, actitudes, modos de actuar y pensar (dice la wikipedia) que no son verdaderamente los nuestros, tragados enteros y sin ejercicio de crítica. El problema es que las partes no digeridas que vienen de regalo cuando se traga uno la ideología enlatada de otro, se quedan dentro impidiendo avanzar (pensar) "introyectos" acumulándose unos con otros y no dejando dentro casi nada de espacio para nuestra propia personalidad. Dejándonos UNIDIMENSIONALES y, por tanto, como piezas bien engrasadas del mecanismo del capitalismo.
Es, un poco, lo que ocurre cuando se construye una identidad entorno a una afición como es la de correr. Por eso traigo el tema a colación, porque es muy fácil construir una épica, una identidad en la que aceptar sin pensar todo lo bueno, pero también lo malo que venga con el "kit del perfecto trailruner". Es por eso que mucha gente empieza a sentir hartazgo de esa parodia, de esa simplificación, de esa caricatura del corredor montaña perfecto. Entre lo malo de ese "pack" está sin duda la falta de respeto hacia los corredores menos rápidos y más "paquetes". Esa chusma con la que me siento tan identificado. Nosotros, la escoria del trail running. Los que vamos en la parte de atrás de la carrera.
El panorama en la salida tiene poco que ver con el que había en aquella primera edición de 2010. Estábamos aquella mañana, porque se salía por la mañana entonces, ante un grupo muy heterogéneo de gente, la mayoría, con algunos maratones de experiencia, con una equipación no especialmente técnica, con mucha ilusión e ignorancia y que no sabía la dureza de lo que se le veía encima. Solamente unos pocos allí estaban experimentados en las lides de las largas distancias con fuertes desniveles y terrenos difíciles, una combinación capaz de acabar con las energías de cualquiera. Aún así, mucho más asequible que este GTP que van gradualmente endureciendo, metíéndole kilómetros, dificultad técnica y recortando los tiempos de corte quizá para dejar fuera de carrera cada vez a más gente, como hace el mal profesor que, en vez de esforzarse en enseñar mejor, endurece el examen para suspender a más alumnado con la errónea idea de que eso le hace un docente más prestigioso. Quizá porque al final en ese aspecto han desconectado de la base popular que dio origen a este tipo de carreras y se han centrado en un "segmento de mercado" con supuestamente mejores "clientes" que se han sentido atraídos (creanme, temporalmente) por las carreras de montaña. Quizá porque han tragado sin digerir (han introyectado) una moda que va convirtiendo cada vez esto más en un espacio reservado a la élite, con un puñado de "populares" detrás que pagan una parte de la fiesta aunque no pasen los cortes.
Ni mejor ni peor ahora que entonces, veo a la gente ahora mucho mejor preparada, más delgada, mejor equipada, con más tatuajes (¿son cosas mías o con menos pelo en la cabeza?). Nueve de cada diez llevan mochilas de hidratación de gama alta y ropa de alta gama, calzado de excelente calidad, frontales que alumbran como un silmaril durante horas y horas. Mil detalles fabricados con polipropileno y materiales superligeros de la era espacial. Relojes que son un milagro de nanotecnología capaces de hacer casi cualquier cosa menos correr y dar la hora y, lo mejor, veo que la mayoría de la gente que está en la salida tiene experiencia y sabe de que va esto hasta cierto punto.
Por mi parte, yo también tengo más experiencia. Si la acabo será la carrera número trece de cien o más kilómetros que finalice, además de contar con el beneficio del aprendizaje de aquellas competiciones en las que no conseguí terminar. Son sin duda muchos kilómetros de errores para haber ido aprendiendo de algunos y gestionar un poco mejor las fuerzas que entonces cuando empecé en este tipo de locuras. Tengo ya decidido antes de salir no forzar mi ritmo lo más mínimo para tratar de seguir a nadie, tengo la intención de no aflojar, tampoco, por conservar una compañía. Al menos hasta llegara Rascafría y asegurarme pasar los cortes. La estrategia es arriesgarme a pasar las primeras barreras horarias por los pelos y luego ir ampliando el margen de seguridad.
Los tiempos de corte.
Ya la última vez que la hice me parecía absurdo que hubiese un punto de corte aparentemente calculado a tan mala idea que pareciera que solamente tenía como fin de excluir a gente en el puerto de la Morcuera (como diría mi amigo Jorge, el hombre amoral, "Morcuera o Morcuese") . Bastaría retrasar media hora esa barrera horaria, sin tocar ningún otro control, para facilitar la carrera a muchísimos corredores que tienen que hacer los primeros cuarenta y dos kilómetros al ritmo que impondrían a sus piernas para cubrir la carrera en 23 horas cuando, en realidad, hay 28 para completarla. No se trata de dar más tiempo, sino distribuirlo de una forma más lógica para hacer llegar más gente a meta que ha puesto su ilusión y mucho tiempo de entrenamiento (y su dinero) para participar en ella. Los buenos maestros suspenden poco. Los buenos maestros no necesitan suspender a quien está capacitado para aprobar.
Pero cuando me inscribí ya sabía a lo que me apuntaba y aceptaba este handicap. Sin embargo este año, para mayor inri, el punto de corte se había desplazado hacia delante un kilómetro y medio. Poco menos de 10 minutos de trote cochinero para los que van en cola, pero que dejaron fuera de carrera (injustamente) a como mínimo cuatro corredores sin contar con los que pagaron después las consecuencias de no poder regular el esfuerzo durante la noche.
Sin duda lo peor de la carrera. Pero no se debe dejar de decir que en muchos aspectos está excelentemente organizada desde el punto de vista técnico y que cuenta con un voluntariado y, cada vez más, con una afición animando todo el recorrido que la hacen una joya. Eso sin hablar de los lugares increíbles y magníficos que se visitan y disfrutan a lo largo de todo el recorrido. Sin duda es una carrera que merece la pena ser corrida, pero también es cierto que sus corredores no merecen quedarse fuera de control de esta manera, habiendo llegado con un gran esfuerzo a lo alto del puerto para descubrir que aún les queda un tramo que no van a tener tiempo de cubrir on time. Como todas las grandes carreras, el GTP es mejorable y queda la remota posibilidad de que lo haga en el futuro, aunque ninguna organización, como decía un jefe que tuve, puede evolucionar más allá de la capacidad y la visión de quien tiene la potestad de tomar la última decisión.
Por la noche había ido a mi ritmo, con la previsión de llegar a Canto Cochino a quince minutos del cierre (fueron veinticinco) y con media hora de margen al puerto, pero la bajada por la Gran Cañada se me atragantó y en la subida del puerto de la Morcuera no pude darme ningún margen de descanso aunque, por otro lado, tampoco lo necesitaba. Tengo la impresión de que el agua ha estropeado un poco más de lo que ya lo estaba el camino que baja desde la Pedriza hacia Soto del Real, donde de hecho tuve la primera (y última) caída de la carrera con los inevitables calambres de ese sobreuso que implica que el cuerpo reaccione automáticamente a la pérdida de equilibrio y, al final, eso tuvo como consecuencia que llegara al puerto de marras con solamente unos segundos de margen sobre la estimación que había dejado a Anne, ma cherie, que me fue siguiendo por los avituallamientos toda la carrera a partir de ese punto dando fuerzas, ánimos y ayudándome a mantener el buen humor en todo momento. La estimación, por supuesto, dejaba un margen de seguridad que tuve que aprovechar para entrar en tiempo en el control de la Morcuese.
Desde ahí, cada vez mejor. Mejores tiempos, mejor ánimo, mejores sensaciones, ir adelantando a quien había salido por encima de su ritmo (entre estos lamentablemente a mis compañeros de Corriendo por el Campo) e ir juntando buena compañía en cada tramo para que la charla, el mejor aliado del trotón, me hiciese corto el camino.
En la bajada a Rascafría con la incombustible churriega Sagrario que, ya en 2013, me rescató, en su calidad de enfermera, cuando me hice un terrible esguince en una carrera en Ciudad Real, y con mi habitual compañero de entrenamientos Ramón, also known as "The Lidl". Después de un pequeño descanso, en la subida del puerto del Reventón, temperaturas casi agradables a ritmillo cómodo y sostenido con un corredor de la carrera paralela TP60, David, un tío muy majo que seguro que hizo un tiempo excelente porque cuando llegó a terreno técnico empezó a volar sobre las piedras con esa alegría que tienen los corredores de calidad.
Las cosas siempre son peores de lo que uno se imagina. El paso por el risco de los Pájaros y por Claveles para llegar a Peñalara es complicado, tiene fuertes subidas, trozos que hay que transitar entre grandes bloques de granito pero, es peor en la imaginación a medida que te acercas que una vez que estás en él y avanzas un paso detrás de otro. Al final y para mi más absoluta sorpresa, incluso disfruté de la bajada. Algo he mejorado mi técnica si ahora me parece fácil lo que hace poco me resultaba en el límite de lo transitable. Bajada a la Granja que se me hizo un poco larga al principio, hasta llegar al avituallamiento intermedio pero que me sorprendió alcanzando el muro de los jardines del palacio mucho antes de lo que esperaba.
Y enfilo la última y más dura parte de la carrera. Después de las Pesquerías reales otro interminable rodeo junto al Eresma para llegar hasta el terrible arrastradero de troncos. Luchar dando cada paso, ahora ya las fuerzas completamente evaporadas, para avanzar un metro más antes de que anochezca y llegar lo más adelante posible con luz. Al final casi hasta el puerto de Navacerrada.
Ya solamente se trata de apretar los dientes y sufrir por la bajada rota desde el Emburriadero a la pista que lleva desde la Barranca a hasta meta. Un terreno recorrido mil veces entrenando pero que con los pies machacados no se parece a la familiar trailera en la que habitualmente disfruto bajando.
Si hay que apretar los dientes, a estas alturas, se aprietan. Mejor tomárselo con calma y tratar de disfrutar de que, una vez más, nosotros la chusma, un trotón popular, se ha colado en la meta.
Por el camino, por esos ciento veinte kilómetros me han acontencido docenas de encuentros con muchos amigos y amigas que tengo miedo de enumerar por el riesgo de dejarme a alguien fuera o de aburrir al amable lector de este blog que ha llegado al final de esta crónica espero que deseando leerse "El hombre unidimensional" de Marcuse y correr cientos de kilómetros por las montañas de Guadarrama a la primera oportunidad.
Moscas de todas las horas
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,
en nada.
(A. Machado)