lunes, 29 de septiembre de 2014

El principio antrópico y la ontología

«vemos el universo en la forma que es porque nosotros existimos» 
Stephen W. Hawking
Surgió hace poco una conversación con una amiga sobre el fascinante misterio que es la compleja fisiología humana y como, incluso, nos hacía entender "por un momento" el sentimiento que invade al creyente en un ser creador del Universo. No tiene mucho que ver con esto del correr salvo porque, quizá, de dicha complejidad puede inferirse que muchos estudios sobre biomecánica, nutrición, sistemas de entrenamiento, etc... no son más un tratamiento estadístico (torpe) para analizar seres de una complijadad que escapa a las herramientas de estudio que se emplean en la investigación.

El mundo puede llegar a ser fascinante. Lo es para quien se asoma en algún momento a sus complejidades a través de los ojos de la ciencia, en mi caso ante la presencia del Teorema de Gödel más que ante otros aspectos del Universo que solo conozco desde la divulgación. Lo es también, simplemente, ante la contemplación estética de la belleza natural.

En ocasiones el investigador científico se fascina por la complejidad del fenómeno que está investigando. El asombro le lleva a un estado de estupefacción ante algo tan aparentemente organizado, complejo, misterioso... que por un momento y basándose en su experiencia, siente la presencia de una inteligencia ordenadora, un ser sobrenatural que ha planificado la organización de la materia pudiendo dar lugar a las propiedades que ve en su objeto de estudio. Se fascina ante la mera existencia de la materia, que se organice de manera que pueda autorreplicarse y reproducir sus estructuras en forma de vida, los complejos mecanismos de los seres pluricelulares, la inteligencia como la capacidad de los organismos vivos de dar distintas respuestas ante los problemas que se le plantean o la aparición de la conciencia y el lenguaje en los seres humanos... todo ello puede llevar al sobrecogimiento ante lo enorme, a la experiencia de lo sublime y lo terrible. Puede, al que no cree en dioses, tener que poner en suspenso sus juicios (por un momento) y empatizar (por un tiempo) con quien les adora y se postra ante ellos.

Kant distingue entre los bello y lo sublime como dos emociones provocadas
por la contemplación estética de distinto tipo de fenómenos como lo terrorífico, lo noble o lo magnífico.
En principio el Universo es como es. Si no tuviese el grado de complejidad y de organización necesario para producir en su interior seres, personas (humanas, por ejemplo) capaces de investigarlo y sorprenderse ante él, ese asombro no se produciría, porque no habría nadie para decir que el Universo es simple y carente de estructuras complejas. La observación es consecuencia del observador, el observador es consecuencia directa de la estructura de la materia organizada en forma de vida. Es decir, quien se asoma al microscopio y se asombra de la vida, es, en sí mismo, vida. Si el Universo no fuese como es, él (o ella) no podría decir que es de otra manera, no estaría ahí (nadie) para poder decirlo.

El "Principio antrópico" no explica porqué el Universo es como es. Viene a decir que cualquier teoría que se formule, ya sea en cosmología o en fisiología, tiene que ser consistente (carente de contradicciones) con la existencia de los seres humanos. Es decir, es una regla heurística que convierte en pseudouestión el por qué las cosas son como son. Las cosas son como son porque estás tú ahí para verlas. La observación es la causa (en cierto modo) del observador. No se entienda ello como una ley lógica, ya que no permite ir más allá de lo que permite la escalera de Wittgenstein subir y, divisado el problema, deshacerse de ella.

En otros aspectos las cosas no tienen por qué ser como son.

Hasta donde el estado de las cosas implica la condición de posibilidad de la existencia de los seres humanos, que sepamos, el Universo podría ser de otra manera, pero no de una en la que ustedes, amables lectores, fueran "imposibles". Más allá de esto, en lo que se refiere a las mundanales cuitas de los monos sin pelo (unos más que otros) que nos arrastramos (lo mismo, algunos se mueven con más gracia) por el mundo, es decir, en los asuntos humanos, las cosas son como son, pero podrían ser de otra manera que pudiésemos ver y contar.

Quizá algún avispado lector, tan cansino como el que aquí escribe, encuentre este enfoque contradictorio con otras cosas que ha leído en este blog cuando he cargado contra el discurso de "si ha ocurrido era porque tenía que ser así" o "el karma te devolverá lo que le des". No, no hay contradicción. El Universo es necesariamente como es solamente en lo que se refiere a la posibilidad de nuestra existencia, para todo lo demás, por el contrario, el determinismo es un enfoque escéptico e incompatible con el conocimiento.
El ser no fue ni será sino que es, a la vez, uno y entero
Parménides




martes, 23 de septiembre de 2014

Vuelta al cole

“Decíamos ayer…” (Dicebamus hesterna die)
Fray Luis de León, al volver a dar clase en la universidad tras cinco años de prisión.

Acabó el parón. Toca desperezarse y empezar el curso. Poco a poco, que la maquinaria ha acumulado un poco de óxido y no queremos que una lesión a principios de temporada se arrastre a lo largo de ella. A ver si este año solamente tenemos lo mínimo necesario. Unas agujetas como mucho.

Después del primer entrenamiento en el que compruebo, con horror, los estragos que han hecho los ciento setenta kilómetros del Ultra Trail del Mont Blanc y, sobre todo, la parada de veintiún días posterior para dejar regenerar al cuerpo (que el pobre es lo que merecía y necesitaba) hago balance de mi estado de forma. He perdido musculatura, sobre todo en el cuadriceps, como era de esperar, y he subido de peso. Sé que lo del peso tiene un componente subjetivo, pero me siento orondo, pesado, cargado de kilos.

Tengo también dos uñas del pié izquierdo en un estado de muerte clínica completa, solamente unidas a mi por la cutícula y que, de hecho, se abren como unas castañuelas, o como unos mejillones puestos al vapor. Otros dos dedos más pequeños ya estaban sin uña antes de correr la carrera de agosto y, finalmente, tengo los dos pulgares negros como los cojones las antenas de un grillo, pero aparentemente las pobres bien adheridas (ellas a ellos) en toda su superficie en la medida de lo posible (no puedo pintarles ojitos y jugar a que son la boca de una marioneta pitufando la voz). En otras ocasiones, en un estado similar, han hecho su función irreprochablemente hasta que, poco a poco, ha ido creciendo una uña limpia y sana y ha ido subiendo la negrura por ella hasta ir desapareciendo a medida que la iba yo cortando a un ritmo aproximado de un milímetro semanal. En cien días, más o menos, recuperaban un aspecto saludable.

Las rodillas... bien, gracias.

No se si me explico sin necesidad de poner fotos "gore" ¿Se entiende?

Como uno es un "cabeza cuadrada" he decidido sosegarme y hacer un afrontamiento racional y lógico de la situación.

El primer problema, el de los pies.

Mañana tengo cita en el podólogo para reparar lo que se pueda y evaluar la posibilidad de emplear plantillas. Realmente es algo que me venía rondando hace ya mucho por la cabeza pero que he ido retrasando, sobre todo, porque un estudio biomecánico es caro, y unas plantillas también. No es una novedad que tendemos a "procrastinar" aquellas tareas que, aunque necesarias, no son urgentes si no nos apetece mucho o si tienen algún inconveniente. Mañana cita a las 15:30. Eso ya está.

En segundo lugar, la musculatura.

Tengo los cuádriceps "blandengues", a juego con mi temperamento seguramente según algunas personas. Es un músculo que cuesta construir y que se pierde con mucha facilidad, tanto si los trabajas poco, como si les das "caña". Después de cada carrera larga descubres que el cuerpo se los ha "comido" cuando ha echado en falta un filete durante las horas de esfuerzo. Cierto es que seguramente sería peor la cosa si no hubiese roto el efecto "catabolítico" al acabar la carrera (es decir, que el cuerpo sigue gastando energía y "comiéndose" sus músculos al acabar el ejercicio además de durante el esfuerzo). Como la forma de conseguir el resultado deseado era zampar pronto me puse a ello sin pereza. Tener a estos trozos de carne que van desde la rodilla hasta la ingle parados tampoco ayuda. Si no ven que les vayas a necesitar no crecen. La clave es un entrenamiento continuo. Además con los años cuesta cada vez más recuperar la forma después de una parada. Ahora me va a costar recuperar un poco de lo que tenía. Lo justo para no sufrir demasiado en el Maratón Alpino Jarapalos el próximo 15 de noviembre.

El camino le conozco. Consiste en correr cuestas y hacer sentadillas en "isométrico concéntrico" con la espalda apoyada en la pared. No es exactamente como usar un turkish toilet, pero la postura lo recuerda bastante. Es decir, te apoyas en la pared como si fuese el respaldo de un asiento invisible, con los brazos cruzados sobre el pecho y mantienes ahí la postura al menos medio minuto. Subes, bajas muy despacito y repites... lo que puedes. Eso cuando acabas de correr, para aprovechar la fatiga muscular y obligar al cuerpo a "adaptarse". No me apasiona, pero es la concesión mínima que hago por ahora. Sobre todo es para prevenir lesiones de rodilla, que a mi por rebajar un minuto una marca no hago una abdominal. ¿Series? ¿Eso qué es?

Por último, el peso a perder.

Hay que tener cuidado. Ir poco a poco. Pesarse cada semana, no más a menudo, e ir viendo la trayectoria a lo largo de los meses.

Si, de los meses.

Las dietas milagro son un error. La inmensa mayoría de ellas lo son. Se trata, mejor, de volver a los hábitos saludables, a lo que el cuerpo necesita y no más. A que muy poco a poco se adapte el organismo a una forma de vida que será la que vamos a mantener a lo largo del tiempo, no dejar de comer unas semanas para alcanzar un peso "ideal" y luego volver a la anterior rutina.

Eso implica, claro, que hay que tener paciencia. Que no hay un alimento "milagro" o un "truco" que solucione el exceso de grasa acumulada en poco tiempo. Igual que ahorrar (dinero) significa gastar menos de lo que se gana, perder grasa (que puede ir acompañado, o no, de perder peso y perder volumen, que las tres son cosas bien distintas) implica gastar más calorías de las que se ingieren, pero no muchas menos, porque entonces no tendremos la fuerza necesaria para entrenar correctamente.

Y sobre lo espiritual, sobre el estado de ánimo, mejor guardo silencio esta vez sobre la tristeza y pesadumbre que producen algunos encuentros fortuitos con gente que devuelve en ira la buena voluntad que se le dio en el Camino que lleva desde Madrid hasta Segovia.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

El sentido de la vida, el universo y todo lo demás


Nos trilhos da montanha ou na vida, se nunca tentarmos nunca sabemos se chegamos à meta
Carlos Sa
El año en que se nace es el primero, al final del cual se cumple, se completa, el uno y se empieza el segundo. Al cumplir cuarenta y uno, a falta de un más preciso sistema decimal que establezca que uno tiene, por ejemplo, 41,09 años, entramos en el último kilómetro antes de cumplir un maratón de kilómetros, 42 de ellos. Es el año cuarenta y dos.

Creo que el año que viene, cuando cumpla 42,195 años celebraré mi maratón en vez de mi cumpleaños, el 22 de noviembre, para apartarme del convencionalismo astronómico de celebrar la órbita solar exactamente.

Un poco más de cuarenta y dos kilómetros es un maratón. Para unos la distancia con la que sueñan, para otros una barbaridad de kilómetros que no les atrae ni lo más mínimo. Hay quien piensa en ellos como la frontera entre su deporte, el ultrafondo (o como queráis llamarlo) y lo que hacen los maratonianos. Hay quien colecciona sus entrenamientos temáticos grupales solamente si tienen esa cantidad de kilómetros al menos. Este enero estaremos en la nueva edición de la Napoleónica que el maestro Luis "Spanjaard" Arribas nos propone desde Buitrago hasta Alcobendas con avituallamiento de torreznos y cervecita en el Molar.

Captura de pantalla de Wikiloc de la ruta Napoleónica de 2013
Según la "Guía del autoestopista galáctico", o más bien, según la supercomputadora construida en esta novela de Douglas Adams para dar respuesta a la pregunta sobre "El sentido de la vida, el universo y todo lo demás", la respuesta a tan grave y filosófica cuestión es... "42". Claro, el problema es que la pregunta no está formulada de la manera en la que la respuesta es comprensible para nosotros y para calcular la pregunta cuya respuesta es ese número es necesario un supercomputador del tamaño del planeta. No os cuento más.

"El sentido de la vida" es una de esas preguntas casi pseudofilosóficas. La cuestión, correctamente planteada, debería empezar por ¿Qué significaría que la vida tuviese un "sentido"? Aclarado eso, y solamente si lo hubiera, ¿Es un sentido a priori, igual para todo el mundo, o a posteriori, que cada cual construye distinto? Si lo tiene a priori ¿Cuál es? Si, en principio, no lo tiene, ¿Se le puede dotar de un significado extrínseco a la existencia humana?

Con lo fácil que sería que la respuesta fuese cuarenta y dos... kilómetros.

A ver, por cierto, cómo me las apaño para correr uno, un maratón, dentro de ocho semanas. El Alpino Jarapalos me pilla después del parón y lento reinicio que tengo que hacer para recuperarme de los excesos de los Alpes. Iremos despacito y sin prisas.

Yo soy de la opinión de que la existencia humana es el resultado (maravilloso) de la más pura casualidad, del resultado de la aparición de propiedades emergentes en la materia. Primero la vida, después la inteligencia, finalmente el lenguaje y el pensamiento abstracto. No creo en un Planificador, no creo que haya objetivos en todo esto, por tanto, no creo que haya un sentido o significado que buscar, a priori, en el ser humano.

Pero, igual que los seres humanos cuando en el arte dotan de sentido lo casual y lo van dirigiendo, a medida que surge, en una dirección. Igual que el cincel que golpea el mármol o el lápiz que garrapatea la partitura dando forma poco a poco y hasta descubriendo para sorpresa del artista, el sentido, la dirección, la razón de ser de la obra artística, de mismo modo, la vida se puede ir construyendo de manera que tenga un significado más allá de arrastrarse un día tras otro detrás de una rutina carente de significado. La mano del artista que llevamos dentro puede crearle un significado y sentido a lo que vivimos cada día. Cada uno el suyo. Algo que, contemplada la vida cuando la acabemos (mañana o dentro de cincuenta años) permita encontrar a nosotros y a los demás una estructura y significado en todo lo que dejamos atrás.

Y para eso, correr por las montañas puede servir en parte. No a todo el mundo, claro.

Seguiremos pensando en ello esta órbita planetaria que empezamos.

Metáfora sobre la dualidad del alma humana




miércoles, 10 de septiembre de 2014

Otra vez haciendo amigos...

"Por mucho que recorramos el mundo detrás de la belleza, nunca la encontraremos si no la llevamos con nosotros."
Walter Bonatti, alpinista.
A menudo los grupos sociales, según señalan los teóricos de la sociología, tienen una visión de ellos mismos que (creen) les diferencia claramente del resto. Cuando alguien tiene un sentimiento de pertenencia a un colectivo, le busca rasgos generales con los que identificarse, para sentir que no se es distinto de ese grupo. Inevitablemente se tiende a idealizar. Llevado al extremo eso se llama chovinismo, racismo, clasismo, machismo (no, feminismo no, hembrismo si acaso), y aunque no hay "ismos" para repartir a todos los que hubiera, hay tantos sentimientos de superioridad como adscripciones de pertenencia un grupo. Tribus urbanas, asociaciones, preferencias sexuales, ideologías políticas, religiones ni digamos (no hay nada como que Dios te hable para creerte mejor que los demás)... todo el mundo se apunta a suscribir el "ideal de pureza" de los suyos.

Es inevitable hasta cierto punto. Es como funciona nuestra mente, generalizando lo particular y particularizando lo general. Extrapolando y completando la información que no tiene con pre-juicios.

Y van los españoles y reclaman que le quiten la medalla al que ha ganado, por quitarse la camiseta, para conseguir un bronce para uno de nuestros galgos que más puede haber tenido que callar por sus llamadas telefónicas a... camellos...
Porque no le mola a nadie creer que pertenece a un colectivo con unos rasgos generales que son deplorables. Hay excepciones por supuesto, gente que habla pestes de la "cultura occidental", de su país o de su raza, pero suele ser gente, o lo hacemos en las ocasiones, en las que, precisamente, no se sienten o no nos sentimos identificados con la parte que no nos gusta de nuestra tribu. Se suele caer además en idealizar lo otro, lo desconocido, o de adquirir una pose de "relativismo cultural" en la que se justifica cualquier cosa que no sea "occidental" (por otro lado un rasgo, el del superrelativismo, casi exclusivo de los occidentales). En último término, casi siempre, Narciso Imperator Mundi,  se impone el narcisismo y no piensa nadie de si mismo que uno sea estúpido, amoral o incompetente. Siempre lo son los otros individuos, siempre queremos diferenciarnos de ellos. ¡Somos los mejores oeoeoé!. Aquí no se hace la vista gorda con el dopping, es que los franceses nos tienen envidia.

Los montañeros no escapamos a este síndrome. Nos consideramos honrados, respetuosos, limpios... nos creemos distintos y, claro, mejores. Los corredores de montaña también. No nos dopamos (como los ciclistas), nunca hacemos trampas (como los futbolistas), no tiramos basura a los caminos (son los asfalteros y recién llegados), no somos supercompetitivos (como los triatletas), no hacemos postureo con nuestro último modelito de running (como los del fitness), ni con las carreras que hemos corrido. Somos puros. Queremos que lo nuestro siga siendo puro y no no nos venga el mal desde fuera, con la moda de las carreras de montaña. Dejad nuestro chiringuito sin contaminar. No vengáis... Por otro lado, preguntarle a los racistas, ellos también saben que la impureza siempre va a venir de fuera.

Pues somos todo eso. Colectivamente somos tan guarros, tan tramposos y tan superficiales como los demás. Somos seres humanos que pertenecemos a nuestro contexto histórico y cultural. Hay tramposos y sinvergüenzas en la misma medida que en cualquier otro deporte no excesivamente profesionalizado.

En el UTMB me encontré muchos, muchos plastiquitos tirados por el suelo, sobre todo hasta Courmayeur (supongo que había pasado una batida por delante de mi a partir de de ese punto). Vergüenza ajena por dejar las sendas que pasamos sucias y rabia porque es una minoría, pero suficientemente significativa. Tampoco viene de ahora, recuerdo ya de hace muchos años el recorrido del Alpino Madrileño regado de ampollas de glucosa vacías. En la "Vieja Guardia" también hay cochinos.

Aparecíó también un bolsito en el recorrido de la TDS cargadita de pastillas, dopantes, analgésicas y de todo tipo. Un absurdo, porque, que lo haga quien come de ello, entiendo que es humano y en ocasiones no hay forma de oponerse al entrenador, al resto del equipo, a "los otros que lo hacen", pero que un popular se dañe el sistema endocrino para mejorar unos puestos en una prueba que puede acabar simplemente entrenando, es de ser muy necio.

Encontrado tirado en medio del recorrido de la TDS. ¿Se le habrá caído a una cabra?
Hay un momento en que las pruebas circunstanciales, abundantes y coherentes y no suficientemente explicadas son una prueba de cargo. Todos los jueces del mundo lo saben.

Y por supuesto, existen quienes pillan coches en carrera y hacen parciales extraordinarios. Son ellos los tontos o creen que los somos nosotros. Nadie es más partidario que yo de la presunción de inocencia, de no acusar en base a una prueba circunstancial, pero la mera acumulación de "circunstancias" y, sobre todo, la mala explicación de ellas convierten lo accidental en necesario. Si te ven coger un coche el año pasado, hacer parciales imposibles sin quebrar el principio de continuidad (descartamos la presencia de vórtices espaciotemporales, agujeros negros y plegamientos del continuo espacio tiempo taladrados por agujeros de gusano), si el año siguiente te acusan de lo mismo (esta vez te han visto, aunque el relapso se retractara después) y de nuevo no satisfaces con lógica la acusación. Si no callas la boca a todos y con pruebas las inconsistencias encontradas como no pasar por un control (¿Dices que pasaste por él y no repararon en la presencia de la primera clasificada femenina qué iba séptima absoluta? ¿En el mismo control que se olvido "fichar" nadie se dio cuenta de que pasabas? ¿Nadie recuerda haberte visto?), entonces, alguien debería sancionarte permanentemente.

Alguien le debería dar el triunfo del año pasado a quien se quedó por detrás (pero por encima) de las trampas.
"Los hombres se hacen. Las montañas están hechas ya"
Miguel Delibes, ´El camino´

sábado, 6 de septiembre de 2014

UTMB 2014: La crónica

El dolor más doloroso,
el dolor más inhumano,
es joderse las uñas bajando
del Gran Ferret el collado. 
Carrascal... Carrascal.... qué bonita serenata....
Canción popular de la Alta Saboya
Me voy a ceñir a una crónica de la carrera, intentando no meter mucha paja. Esta vez pocas reflexiones filosóficas o contaros sobre como me va la vida.

A pesar de ello no puedo evitar echar la vista atrás y ver como ha cambiado mi existencia a mucho mejor desde hace dos años (y desde hace uno sobre todo) cuando fui a completar un Ultra Trail del Mont Blanc incompleto, de poco más de 110 kilómetros y menos de 7.000 metros de desnivel positivo acumulado. Fui apesadumbrado y no volví mucho mejor. Nada que ver con este momento que la vida me está regalando y que me permite hacer tantas cosas que me gustan y con tan buena compañía. Sin duda esta vez estaba en la mejor disposición de ánimo para luchar por acabar la carrera, pero no voy hoy a profundizar en ese tema.

En su momento pensé hacer la crónica del UTMB en prosa rimada épica, como un mero ejercicio de estilo pero, teniendo en cuenta todo lo que tengo que contar y que no debo abusar de la paciencia de nadie, he desistido del intento. Me saldría un canto de proporciones homéricas y, a pesar de ello, de infame calidad poética. Además, no lo tendría acabado antes de las Navidades.

Empezaba así:

En Chamonoix tres valientes esperan, ojos puestos en el Mont Blanc
y en verso épico os cuento sus penas, por tres países han de penar.

En prosa rimada, versos largos sin gracia, os cuento su gran patraña
para enseñar aprendiendo es la vía, hoy en día un tanto extraña.

Tienen cuerpo de tordo, no de sílfides, ni musculosos efebos,
La cabeza pequeña y el culo gordo, caras enjutas de tipos feos.

Diez veces mil metros de bajadas por collados y montañas
soportarse tonterías y chorradas milla a milla será la mayor de sus hazañas.

Ensilan cervezas y migas, cubatas y gintonics con alegría
cien millas le esperan a sus patas, diez kilómetros p'arriba de buena compañía. 

En la plaza de la Iglesia esperan parapetados, ansiosos la salida
tomándola bien abrigados, que alguien ha dejado la puerta "abrida".

Pues eso, que de buena os habéis librado...

Despedida en el aeropuerto de Barajas

Lo que debería haber sido la bienvenida de Pedro desde las tristes y llanas, muy llanas tierras del norte de Europa, de los territorios de los platos de mejillones con patatas fritas, se convirtió en la despedida de Anne y Manu (para servirles a ustedes) que nos marchábamos a los Alpes a correr la más deseada de las carreras de montaña.

Porque la gracia del Ultra Trail del Mont Blanc no es que sea la más larga (que lo es, y mucho), ni la que tiene más desnivel (que tiene una barbaridad), ni la más técnica ("pistera" no es), ni la más fría, ni la más exclusiva, ni tan siquiera "la carrera más dura del mundo" (que lo son la mitad de todas ellas según la publicidad que se dan, pero esta no). El UTMB es "La Carrera", con mayúsculas, es el GP de Mónaco de automovilismo, es el Torneo Roland Garros de Tenis, es el Tour de France de ciclismo, todo eso del mundo de las carreras de montaña. La carrera que todo el mundo quiere acabar algún día, el equivalente en montaña del asfaltado Maratón de Nueva York y, como aquel, abierto a la participación "popular" siempre, en este caso, que se acredite una preparación técnica suficiente a través de un sistema de puntos y de calificaciones en otras carreras. Un primer paso que suele costar reunir y que, por pocos minutos, conseguí en Chiva el año pasado. Una garantía de que no se cuele nadie que no tenga una preparación mínima necesaria, aunque no quizá suficiente.

Women & men Wind Xtrem. ¡Qué equipazo!
Mucha buena gente en esta foto y, además, buenos/as deportistas.

Agradecidaaaa y emocionadaaaa, solamente puedo deciiiir, Gra-cias-por-ve-niiiir....
Con semejante despedida digna de estrella del deporte me tocaba ahora darlo todo, claro

Llegada a le pays du Mont-Blanc


Llegada a Ginebra muy tarde y salida del aeropuerto por la puerta que da a Francia y no a Suiza para ahorrarnos casi 50 € de habitación de hotel, que Suiza no es precisamente un país de precios populares. A las 11 de la noche ya estábamos en un hotelucho cochambroso con vistas al un LIDL que nos hiciese sentir como lo que somos, miembros (con perdón) de nuestro equipo (CxC) y que nos traía al recuerdo a nuestro amigo Ramón por razones difíciles de resumir.

Llueve.

En 2012 la carrera tuvo que recortarse por inclemencias meteorológicas. Nos nevó de lo lindo y subiendo al Refuge du Col de la Croix du Bonhomme soportamos temperaturas de -15º. El barro convirtíó el recorrido en una "carrera sobre gachas" que destrozaba las piernas y provocaba caídas y nervios. Eso en el UTMB, en la "técnica" TDS (Sur les Traces des Ducs de Savoie), una carrera paralela, la cosa fue mucho peor.

No queremos mal tiempo. El mal tiempo reduce nuestras posibilidades de acabar la carrera o de que, como ocurría hace dos años, no nos dejen recorrer los 170 kilómetros completamente por razones de seguridad y se imponga un circuito alternativo o incluso se neutralice la carrera en un punto. Porque, no lo había comentado, la carrera discurre durante más de 101 millas a través de los Alpes Franceses, Italianos y Suizos con un desnivel positivo acumulado de casi 10.000 metros de ascensión y otros 10.000 de bajada. Más que subir el Everest desde el nivel del mar. Muchos de los lectores de este blog tienen este dato, que nunca se nos olvida de comentar. De hecho muchos corredores del UTMB imprimimos tarjetas con esta información y la vamos repartiendo en el metro y el autobús, no por alarde, sino con fines puramente informativos.


Ginebra, muy bonita, pero con la sosería de un país que apenas ha sido invadido, que no ha tenido guerras y que se ha limitado a prosperar ahorrando el dinero que ganaban exportando chocolate y relojes y ahorrando, también, el dinero del resto del planeta tierra. Tres tiendas de rolex en la misma calle. Como en mi barrio los "todo a un euro" regentados por familias Hispano-chinas.



Al día siguiente nos desplazamos a nuestro cuartel general en Saint-Gervais-les-Bains, a 21 kilómetros por el recorrido de la carrera desde Chamonix du Mont Blanc, donde está la salida. Llegamos entre las oscuridades de la noche, cansados y conduciendo por carreteras de montaña del color de las axilas de un grillo. Por la mañana la luz de un sol radiante, acompañado de un pronóstico meteorológico benevolente, ilumina cumbres de picos nevados de tres mil metros y glaciares que cuelgan de ellos. Ohhh... ¡Qué bonito!

Très jolie!

Pasamos el día paseando por Chamonix y realizando el trámite de recogida de dorsales. Por la noche había llegado el resto de la expedición desde Ciudad Real y nos reunimos a desayunar antes de empezar a respirar el ambiente de la carrera.

Las calles de Chamonix con la Mer de Glace al fondo, llenas de corredores venidos de todos los puntos del planeta.
La foto típica e imprescindible en el arco de salida de la carrera.
Tras recoger los dorsales
Nos encontramos con el maestro Arribas, Spanjaard, que saldrá por la mañana en la carrera hermana, la CCC, de 100 kilómetros. Obsérvese el detalle de que Quique viene de comprar algo en el supermercado...
Ocasionales nubarrones hacen que a la garganta se nos suban...
bueno, habíamos dicho que nada de rimas en esta crónica.

Ensayando el Can - can
En la revisión del material obligatorio
Como meter todo lo necesario en una mochila que tienes que transportar durante dos días y dos noches a la espalda

Llegó la hora

Me preguntan si estoy nervioso. Me lo preguntan diez o doce veces. No sé si porque lo parezco o porque no lo parece. Yo he dormido bien y estoy concentrado, en tensión, claro, porque es el objetivo de la temporada, pero no experimento nada de ansiedad. Tengo la misma sensación que cuando he estudiado bien para un examen: ya no hay nada que hacer, lo duro ya está hecho, solo resta lo difícil, el desafío. He suspendido muchos exámenes y ello no me crea mayor dificultad. Fastidia si los llevas bien preparados, pero la inversión de la preparación queda hecha para el siguiente.

También que no termino de creérmelo y que, después de todo, la rutina de antes de la carrera la tengo muy asimilada, es muy familiar, un ritual, lo que facilita mucho el ir haciendo cada tarea a su tiempo: cena, dormir, ducha, vestirse, ir a la salida, última visita al baño, cuarto y quinto desayuno... los corredores somos muy ritualizadores y, por tanto, rozamos la superstición y el trastorno compulsivo, pero mientras no nos dé por no pisar en las juntas de las baldosas la cosa irá bien.

Salimos listos para la batalla que se avecina ¿lo conseguiremos?
Todo parece indicar que va a llover. Unos nubarrones feos como demonios del Averno se recortan hacia el Suroeste, en la dirección en la que empieza la carrera y avanzan hacia nosotros. Por megafonía nos anuncian un poco (unas horas) de lluvia y niebla y empiezan a sonar los acordes de Vangelis de "la Conquista del Paraíso". Eso quiere decir una noche de barro y de bajadas con piedras mojadas.

Llueve.

La salida está abarrotada de gente aplaudiendo y animando. Miles de personas se aglomeran por las calles para vernos salir. Muchos son los familiares de los corredores, otros turistas estupefactos ante la noticia de lo que nos disponemos a hacer. Los vecinos y comerciantes del lugar animan y aplauden a los corredores y la iniciativa que proporciona ingresos a la zona sin impacto ambiental. Un turismo saludable y poco problemático. Industria sin chimeneas ni contaminación que aquí no saben apreciar. Aquí donde nuestros "inteligentes" políticos limitan en las carreras las sendas para ir corriendo por ellas, por el supuesto daño que puede causar una persona pasando por un camino, mientras permiten levantar vallas y cercar sendas que son de todos y no ponen en su sitio a mamarrachos que se organizan para subir chatrarra al monte para luchar en fanática cruzada contra el Islam. Hasta promueven la realización de bizarros realities por el Parque Natural del Guadarrama. Allí, un pueblo como Chamonix recibe un retorno de beneficio neto de cinco millones de euros en una semana, aquí, ponen las bases para cobrar un impuesto de impacto ambiental a las carreras y arañar unas miserias a los deportistas sin darles nada a cambio. Todo aquí por promover el dominguerismo y las actividades de gran impacto dejando de lado a los montañeros, ya sea en su versión clásica o, la que nosotros representamos, la del "montañísmo rápido".


Salimos corriendo, como estaba previsto, nos han dicho que hay que correr todo lo posible los primeros cincuenta kilómetros si queremos pasar los controles y que, a partir de ese momento, si no se para mucho en los avituallamientos, da tiempo a llegar caminando rápido. Cada corredor es un mundo. hay gente que puede parar un momento y descansar caminando. Hay quien camina a seis kilómetros por hora cuesta arriba sin demasiado esfuerzo y en las bajadas las diferencias entre corredores son abismales. Yo no puedo caminar tantas horas sin que los pies me impidan seguir, por lo que tengo que correr algunos tramos desde el principio hasta el final (andar es muy cansado).

Hay que correr. Hemos calculado unos tiempos "mínimos" de paso y estaremos apretando sin descanso hasta que no tengamos un pequeño colchón que nos permita descansar. Quien sabe, quizá dormir un poco la segunda noche si vamos muy bien. Eso no quiere decir que forcemos el ritmo. Si hiciéramos eso no llegaríamos ni a la distancia de maratón y tenemos por delante el equivalente a cuatro maratones de montaña consecutivos... de los duros.

Mis compañeros tienen la marcha sincronizada por cientos de entrenamientos juntos mientras que yo me muevo a derecha e izquierda, adelante y detrás de ellos. Cuando nos perdemos y me buscan, un ocasional saludo, ¡Viva la República! o similar, nos vuelve a juntar.

Pasamos los primeros controles con poco margen sobre el tiempo de cierre, como estaba previsto. Es un riesgo que hay que asumir y tener la cabeza fría. Es preferible ir haciendo ese colchón de seguridad poco a poco a tratar de ir "por encima de nuestras posibilidades" (qué ascazo de concepto cuando se aplica a aceptar los créditos que los bancos insistían en ofrecernos). Llegamos a Saint Gervais a las nueve menos diez, nos sobra media hora cuando salimos y llegamos a Les Contamines a las once menos cuarto, cuarenta y cinco minutos de margen ya. Al salir del avituallamiento descubro la zona mixta de asistencia donde me espera Anne. Me cambio de pantalón. Me quito el corto y me calzo las mallas de compresión que ya no me quitaré hasta el medio día del domingo. Podéis imaginar que a esas alturas las "hoko" ya andaban ellas solas.

La lluvia se detiene.

Han sido treinta kilómetros muy duros, con mucho barro, con resbalones y bajadas con muchos nervios (soy un pésimo bajador), pero quizá a partir de ahora la cosa mejore un poco si no llueve y el barro se va volviendo más denso y elástico y deja de ser lo que Quique describe a la perfección tirando de diccionario de la Manchuela como "un guarrerismo". Los cuádriceps ya están machacados y las cintillas iliotibiales han tenido que hacer de "freno de mano" para evitar alguna caída que, quizá, hubiese causado menos daño que su evitación. Es muy pronto para tener ya las piernas tocadas.

Ahora es la gran subida de la carrera. Se me han escapado por delante, pero en una subida tan larga y apretando como yo sé en las cuestas debería pillarles antes de llegar a la Croix du Bonhomme a catorce kilómetros y mil quinientos metros más arriba. Aprieto los dientes y le doy caña.

Subo, subo, subo, subo... van muy fuertes. No les cazo. Me alegro. A ese ritmo subiendo y con lo bien que suelen bajar no van a tener problema en llegar a Courmayeur, Italia, mitad aproximada de la carrera en lo que a distancia se refiere, hacia las ocho de la mañana. Yo me conformo con seguir pasando controles con margen.

Bajo mucho mejor de lo que esperaba y paro un mínimo en Les Chapieux. Por fin el kilómetro cincuenta anunciado como liberador de la presión del que salgo, me dice un asturiano de la zona del Nalón, con una hora de margen. Bien. A partir de aquí se van abriendo cada vez más los tiempos de control. Creo. Subo con el asturiano casi todo el rato, pero va muy mal de fuerzas mentales. Tengo la impresión de que quiere ir dejándose caer hasta no pasar un control y así poder tener una retirada digna. Al llegar arriba nos espera en el Col de la Seigne un grito de "Benvenuti in Italia", "Bienvenue à l'Italie". A partir de aquí los nombres, aunque parezcan franceses, son italianos.

Amanece.

Me habían advertido que el amanecer era majestuoso, pero hay que verlo para creerlo. Se ven alrededor crestas de enormes montañas nevadas, glaciares cargados de terribilitá que quitan el habla y hasta el aliento. Cualquier montañero estaría en el paraíso. Yo lo estoy. Se ve en su esplendor il Monte Bianco que al otro lado de los Alpes es el Mont Blanc. Un paisaje maravilloso en el que, para mayor alegría, desaparece el barro y es sustituido por piedra y cascajo con el que un guadarramista sabe entrar en diálogo con sus piernas. Bajo saltando y disfrutando y parando solo de vez en cuando a disfrutar de un paisaje indescriptible, de una belleza que encoje el corazón. Otros corredores también bajan en silencio, haciendo fotos de los glaciares admirables, de las gigantescas morrenas que se tragarían dentro nuestras montañas más grandes y con la resurrección del cuerpo que trae el amanecer y el cambio hormonal que se produce en nuestro organismo. Sin duda es el tramo de la carrera que yo más disfruto y pienso que incluso, a lo mejor, pillo a los compañeros al llegar teniendo en cuenta el buen ritmo que me he marcado en la subida y la bajada.

Tomo prestada una foto liberada para uso no comercial en la Wikipedia. No refleja la realidad, claro.
No hago fotos. No quiero contemplar toda esa majestad a través de una pantalla. No importa. Habrá fotos de otros corredores para poder verlas después. El móvil va apagado con una batería de repuesto intacta dentro de una bolsa impermeable (de las que se usan para descenso de aguas bravas) desde el principio hasta el final. Los recuerdos los tendré siempre y, si puedo, algún día volveré a hacer treking y trail por la zona con más calma.

Cierto es que quien tiene tarifa de datos (italianos, franceses y suizos al pasar por sus territorios en la mayoría de los casos) se mantienen conectados para recibir ánimos y dar noticia de su existencia a familiares y seguidores. Nosotros, el resto, tenemos la suerte de no tener itinerancia de datos con la que caer en la tentación y funcionamos umpluged. Si hay una emergencia, podemos llamar, pero nada de facebook, twiter ni whatsapp.

Otra subidita, esta corta y ascendemos Mont-Favre. Bajada al Col de Chècrouoit y solamente nos quedan cuatro kilómetros de bajada a Courmayeur.

Solamente cuatro kilómetros de infierno puro para un mal bajador.

Cuatro kilómetros de escalones enormes, de bajada a machete. Estos cuatro me convencieron de que no debería volver a correr un cien millas nunca más. Esas promesas a ti mismo que te haces en carrera y que nunca sabes si, semanas después, cuando el dolor desaparece y solo queda el recuerdo de los paisajes, el chaleco de finisher, el sabor de la victoria en la boca en vez del amargor de la sangre, vas a mantener.

Sabía que después de esta bajada llegaría desmoralizado a Courmayeur pero que, en la subida al Refuge Bertone, me sentiría cada vez mejor. Ejercicio mental de doble contabilidad, de observarse a uno mismo desde fuera y decirse: si, estás fundido, pero esto va a mejorar dentro de un rato, tira para delante y descansa un poco el cuerpo y la cabeza.

En este punto de la carrera Anne Souplet (Monsieur a un interprète :-) ) me está esperando. Le noto que me nota agotado. No pasa nada, sé que tengo un aspecto lamentable. También me esperan Sergio, Inma y su hija Alejandra. Sergio trabaja de guía por la zona y me previene de la subida, pero sé lo que me espera y no me preocupa. Las subidas siempre son cuestión de ritmo y, si se "cala el motor", de hacer una paradita para reponer agua y azúcares y arrancar poco a poco hasta volver a funcionar. Las bajadas duras son otra cosa. Ahí las rodillas o el alma pueden traicionarte y mandarte a casa.














Sorpresa. Anne me cuenta que Jorge y Quique aún no han entrado, que ha preguntado y van por detrás... no puede ser...

Y si, han ido unos diez minutos por detrás de mi todo el camino. No sé aún que Jorge está tocado de la cintilla iliotibial por culpa de las ampollas que le han salido. Cuando duelen los pies se realizan movimientos antiálgicos que intentan aliviar el dolor y que acaban provocando lesiones en pocos kilómetros. Son movimientos extraños, cojeras y similares que tratan de compensar y evitar el daño, que para eso sirve el dolor, pero que, si se prolongan, generan un estrés biomecánico en el organismo que acaba por dañar en otro punto distinto al cuerpo.

Jorge tendrá que abandonar la carrera en este punto, antes de llegar a Courmayeur y Quique saldrá a perseguirme con la tranquilidad de que yo voy por delante. Yo tengo la esperanza de llevarles detrás para agruparme con ellos para la segunda noche, en las mejores de mis quinielas, con tiempo de margen para no retrasarles mucho en las bajadas y llegar a Chanmonix a media mañana.

La montaña puede ser muy injusta. Jorge estaba preparado de sobra física y mentalmente para acabarla (más que yo sin duda) y, sin embargo, va a tener que posponer al menos un año su llegada a meta. Que tarde o temprano completará, por supuesto. Nos acordamos mucho de él todo el resto del recorrido y ha estado muy presente en nuestro ánimo el compañero que no llegó. Es una carrera en la que, a pesar de la preparación de todo el mundo, dos de cada cinco no terminan. Las montañas de los Alpes tienen una deuda con Jorge, el hombre amoral.

Quique, frejco como una lechuga (frejca)
Subiendo al Refugio Bonati (tenías razón Sergio, buena cuesta) me empiezo a cruzar corredores retirados con el dorsal marcado por las crueles pero justas tijeras de la organización. Es buen punto para abandonar. El cuerpo aún no ha sufrido lo peor. Hay muy buena comunicación con Chamonix y después de una siesta aún se podrá disfrutar de un día de vacaciones en los Alpes. En pocas semanas se estará en condiciones de retomar los entrenamientos en busca de una satisfacción en otro lugar del mundo, más cerca de casa si es posible.

Entre los refugios con nombres de emblemáticos montañeros el camino se hace largo, pero se puede trotar buena parte y hacer que las piernas manden los desechos de los tejidos celulares hacia el hígado y se reciclen. Sigo vigilando los riñones, bebiendo agua suficiente y comprobando que el color de la orina es normal. En una carrera así hay que vigilar algo más que los músculos y tendones porque las vísceras y las hormonas, los humores, juegan un papel determinante. Los conceptos de buen y mal humor que provienen de la medicina hipocrática son sin duda dos dimensiones, la de la regulación interna de secreciones y diversos "filtros" que tenemos en nuestro organismo y la de el temperamento, el buen o mal humor con que se afronte la carrera, las que decidirán a partir de este punto si se acaba. Hay que mantener el buen humor y evitar los pensamientos negativos y hay que chequear y no descuidar que el cuerpo siga funcionando como debe.

Una corta (¡por fin!) bajada a Arnuva y me reúno de nuevo con Anne, que me confirma que Quique viene por detrás y que Jorge ha tenido que abandonar. Ella ya no puede seguir la carrera en el sentido contrario de las agujas del reloj, así que va a dar la vuelta y me esperará en el 122, en Suiza, si todo va bien, dentro de unas cuantas horas. Se está dando una paliza siguiéndome por las montañas.







Subiendo hacia la frontera de Suiza. Soy uno de esos puntitos.
La subida al Col du Grand Ferret es larga y se toca el techo de la prueba a más de 2.500 metros de altitud. Aún así no hace mal tiempo. Estoy en Suiza.

Es la mitad psicológica de la prueba y quería llegar entorno a veinticuatro horas. Lo he conseguido. Lo paso en 24:25, por lo que, en principio, tras un larga bajada a Champex Lac, de mas de 20 kilómetros, debería tener "solamente" un maratón por delante y una noche para andarle y sufrirle. quizá dormir cuarenta minutos de sueño antes de que empiece a sufrir de verdad.

La verdad es que es muy extraño. He aguantado perfectamente la primera noche, a pesar de lo mal que he llevado no dormir en otras carreras como el Gran Trail de Peñalara o el Ultra Trail Serra de Sao Mamede. No creo que la segunda noche sea tan benévola conmigo.

La larga "bajada" tiene realmente unas subidas escarpadas que hacen que te acuerdes de la organización de la carrera sin ninguna simpatía. Voy con dos barceloneses y un asturiano (amigo del de antes, del que le doy noticias) y llegamos con luz al avituallamiento de La Fouly, PK 108 y a Praz de Fort (116). A estas alturas ya he hecho más de lo que nunca he hecho en la vida. He superado las distancias y desniveles recorridos en el GTP 2011 y UTMB 2012. Me motivo y me animo pensando que cada kilómetro es una nueva "mejor marca personal de corredor diesel".

La nueva "bajada" a Champex-lac se convierte en un infierno psicológico. Lo he mirado mal y estoy convencido de que está abajo, no arriba (claro, aquí en Españistán los lagos están en el fondo de los valles, caramba, no a mil quinientos metros de altura. Allí arribota hay cuatro lagunillas glaciares). Cae la noche y el camino no deja de subir por sendas escarpadas cada vez más arriba. Voy solo, cansado y por fin el sueño hace acto de presencia. La belleza del entorno, al parecer proverbial, está velada por las tinieblas de la noche y por las oscuridades del entendimiento y la razón, que se vuelve una y otra vez hacia pensamientos negativos.

La alegría de comprobar que no había que bajar y reencontrarme con Anne me renueva los ánimos. El estado en que estoy es, más o menos, como si hubiese corrido 122 kilómetros por el monte. Ni más ni menos. Una llegada a meta aquí hubiese estado muy bien.

Mientras espero a que llegue Quique voy comiendo y bebiendo y pensando que aún voy muy bien de tiempo.

Llega El Hombre.

¿Quién dice que tengamos cara de cansados?
¡Mirad qué despiertos que estamos!
Aprovecho que el se toma un descanso para ir al servicio, donde entablo conversación con un japones sobre temas muy prosaicos "No toilet paper in the bathroom on the right...". Ultimo cambio de ropa interior y calcetines para pasar la noche y la mañana y salimos juntos hasta donde lleguemos. Creemos que lo conseguiremos (ignorantes de nosotros) incluso si vamos andando, aunque hemos apurado un poco en este control.

Quedan tres subidas y tres bajadas.

Tres subidas de unos quinientos a ochocientos metros de desnivel positivo que si estuviésemos frescos serían puro trámite y tres bajadas por esos caminos, la primera en la oscuridad, las otras dos ya por la mañana.

El frontal que tan bien se portó la primera noche, ahora falla en la bajada a Trient, y tengo que ir con el de reserva, manifiestamente más limitado y que me obliga a apuntar con la cabeza y a correr mal. Voy detrás de Quique como puedo que va adelantando y pidiendo paso. Si en la subida hemos ido fatal y amodorrados, incapaces de entablar conversación (cada vez que Quique dice algo solo sé contestar "y yo". "Estoy cansado". "Y yo". "Tengo sueño". "Yo también"). Ninguno de los dos está más espabilado que el otro como para poder dar charla y espabilar al otro. Quique ve cosas (¿ratas?) corriendo y caras en los árboles.

La bajada con miedo a no pasar el control "a cojón sacao", nos espabila. Ahuyentaremos el sueño ya a base de adrenalina hasta el final y llegamos a Trient después de bajar a buen ritmo, con tiempo suficiente para intentar alejar el sueño con una cabezada de, nueve minutos yo, dieciocho mi compañero de fatigas y desvelos (nunca mejor dicho).

Don Enrique en brazos de Morfeo
Amanece por segunda vez. Qué alegría guardar el frontal por fin. 

Otra subida inacabable que nos pone en tensión hasta Catogne. ¡Joder!, que no llegamos.

Si la oscuridad, como el sueño de la razón, produce monstruos, yo con las claridades de la mañana me empeño en ver entre los árboles casas y hasta pancartas de bienvenida a los avituallamientos. Es mi turno de las alucinaciones visuales, por otro lado y como un test de Roschach, que muestran claramente mis anhelos.

Yo, la escoria del trail ranning, el peor bajador de la meseta me pongo a tirar p'abajo saltando sobre el barro que hasta a Quique le cuesta seguirme y bajamos, bajamos, bajamos... no llegamos nunca. Cuando entramos en Vallorcine decidimos salir rápido a por la última subida, la Téte aux vents, a tratar de llegar a una meta que cada vez parecía más difícil. Parece que en el kilómetro 150 y con un poco de margen deberíamos estar más tranquilos, pero no. La subida empieza suave hasta el Col des Montets y después otra vez la rutina de zetas y subidas diseñadas aparentemente por un sádico que quiere que nuestros cuádriceps se lleven un último recuerdo del paisaje.

Qué paisajes más bonitos, eso si. Algún momento queda para mirarlos maravillados. Somos muy afortunados de poder verlos.

En el penúltimo control decidimos salir rápidamente, para tener media hora de margen sobre el cierre y luchar por llegar, aunque sea, en 45 horas y 59 minutos, a meta. Aún no estamos seguros.

Desde la Téte aux vents hasta La Flégère, último punto de control, una hora de nervios y sufrimiento por un terreno muy técnico y, sobre todo, lleno de gente intentando lo mismo que nosotros, pasar el último control. tres kilómetros por hora de procesión con las piernas ya destrozadas y temiendo que, al final, nos quedábamos fuera y, encima, habiendo tenido que hacer los 170 kilómetros igual que todo el mundo. Quique va por delante embistiendo y fintando a otros corredores y yo le estoy retrasando. Le insisto en que se vaya para delante, que alguien tiene que entrar para poder completar el reto solidario que nos habíamos planteado y conseguir recaudar hasta final de año algo más de dinero para Beatriz, pero no quiere dejarme.

Pasamos La Flégère con quince minutos sobre el cierre. Ahora si que es solo bajar. Menos mal que en el anterior control no paramos mucho. Tememos que mucha gente que hemos adelantado no lleguen a meta por pocos minutos. Qué tristeza.

El mejor encuentro de la carrera. Anne nos espera a siete kilómetros de meta. Ha medido lo que se tarda y dice que en hora y media estaremos en Chamonix, que lo hemos conseguido.

Siento una alegría en el plano intelectual que el dolor de las ampollas (ciento sesenta y pico kilómetros después de salir, podríais haber aguantado un poco más sin aparecer) no me deja disfrutar. Aún así, saber que estamos en meta seguros nos permite bajar a nuestro ritmo. El camino se ensancha y mejora y hay gente animando y felicitando. Cada vez que pienso en la recta final que nos espera se me pone un nudo en la garganta.

Porque ¡qué afición! Qué gusto da ver a la gente que te respeta y te aplaude, que saben de qué va esto. Es como un Zegama multiplicado por cuatro, por todo el recorrido nos han animado, invitado a café, querido y sonreído.



A siete de meta, Anne nos espera



Por fin entramos en el pueblo. Dos kilómetros a meta. El trote cochinero se va conviertiendo, según alargamos la zancada, en la carrera de dos pavos reales haciendo el último esfuerzo.



Y entramos en meta.

Te sientes como el campeón del maratón en unas olimpiadas. Seguro que mejor que Kilian al ganar muchas de estas, solamente por entrar en la meta de Chamonix entre aplausos y felicitaciones. Porque en una carrera así acabar es más que suficiente para sentirse ganador.
Cuarenta y cinco horas y catorce minutos. Nos han sobrado cuarenta y seis minutillos. Lo hemos logrado.

Jorge nos espera en la meta que él le espera.







 

Desplomado a la llegada, en la zona de avituallamiento. Ni hambre tengo. Solo quiero una ducha y una siesta.


Después de la ducha más necesaria de mi vida

Desde el avión vemos la cumbre del MB, 4800 metros alrededor de los cuales hemos estado bailando casi dos días seguidos

Unas últimas reflexiones


¿Por qué? ¿Para qué?

Nada más llegar me encontré de bruces con una página de facebook en la que se quejaban de que algunos corredores hacíamos tiempos altísimos en los ultras y que no estábamos en condiciones de correr estas carreras. Era de unos tontos del bote que no voy a citar. Machaquitas y "posturitas" de triatlon que desprecian a cualquiera que haga un ironman en más de diez horas o con una bicicleta de menos de 5.000 euros. Payasos que no tienen ni idea de lo que representa el deporte.

Decían que algunos corremos estas carreras por postureo, para conseguir un chaleco de finisher que no merecemos.

Solo una cosa. He ido encontrando cada vez más a gente que judga, no la condición física o la preparación de los corredores "trotones", sino su MOTIVACIÓN.

¿Quién cojones es nadie para decidir que sus motivos son válidos pero que los demás lo hacen por motivos equivocados? ¿De qué manera resta valor a mi carrera que otra persona lo haga por una promesa a la Virgen, para ligar, para satisfacer un egolatrismo narcisista o para demostrarse a si mismo cuales son sus límites?

No podemos saber, en el fondo, con certeza, cuales son nuestras motivaciones subconscientes. Racionalizamos (TODOS) unos motivos que suelen sonar muy bien: para estar en forma, para demostrarme que puedo mejorar, para homenajear a fulanito... no importa. Lo que es despreciable es quien cree buenos sus motivos y desprecia los de los demás. Lo que es asqueroso es quien, sin saber por qué, atribuye razones "malas" a los que lo demás hacen. Ya no digamos quien habla sin conocer, sin haber hecho nunca nada remotamente parecido.

Seguramente se puede criticar la preparación de algunos corredores en pruebas en las que no hay filtros previos, pero no acusarles de tener una oscura motivación para su reto.

Seguro que se puede exigir a algunas carreras que sean más prudentes en controlar el estado en el que corren y dónde se meten algunos recién llegados aún no muy experimentados.

Yo siento un respeto infinito por quien sale a correr cinco minutos por el parque y se pone a andar después porque no le llega el resuello.

¿Por qué lo he hecho? Porque puedo, porque me da la gana.

¿Para qué? Para disfrutar de la felicidad que me ha producido.

Quique, Jorge, ¿Cuándo es la próxima?