viernes, 30 de enero de 2015

Correr está de moda

Rechazo el narcisismo, pero apruebo la vanidad
Diana Vreeland

Todo el mundo quiere ser, existir, vivir. No estoy hablando de instinto de supervivencia, aunque quizá haya algún tipo de vinculación en la génesis de esta necesidad de ser un individuo, una individualidad, una persona distinta de las demás y, por otro lado, el meramente "ser", resistirse a la muerte. Quizá. Todo el mundo necesita ser un individuo, diferenciarse, sentirse alguien y esta necesidad, este impulso, es uno de los pilares en la construcción de nuestra identidad. El otro motor de la identidad es sentirse parte de un grupo, de una colectividad, pertenecer a un gremio, a un país, a una tribu. Ahora que lo pienso, no tener identidad es, un poco, no existir, estar muerto, lo que explicaría la presencia entre nosotros de zombis cuya existencia cotidiana es no tener identidad, desfilar uniformados, unirse al rebaño. Repetir los patrones mayoritarios, los esquemas impuestos por "lo que se espera de ellos/ellas", sin apartarse una pizca de lo que otras personas han decidido que es lo correcto. Quien no puede apuntalar su identidad siendo distinto, quizá porque no da de si, tiene que disolverse en la pertenencia a lo que le proporcione la identidad. Si no puede improvisar un papel en la obra de teatro que se desarrolla a nuestro alrededor, siempre se puede acudir al karaoke a que te digan que tienes que decir.

"Él piensa por ti para que tú no pienses nada, con un cerebro sobra para toda la manada" Def Con Dos
Ese deseo de diferenciación tan profundo. De desempeñar un papel, un rol, en un grupo al que se pertenece, la necesidad de no ser considerado un ser vulgar, alguien que hace lo mismo que todo el mundo, sino que se es "especial", que es distinto, lleva a que a menudo se intente escapar de la moda imperante en la medida de lo posible. Digo "intentar" porque es francamente difícil hacerlo. En parte porque los criterios estéticos de una tendencia mayoritaria nos alcanzan desde un nivel no del todo consciente, bajo la linea de flotación de nuestro entendimiento, en ese coladero a nuestra mente que es "lo que percibimos sin darnos cuenta de que lo percibimos".

Por otro lado se puede demostrar matemáticamente que los que intentan ser distintos se acaban pareciendo entre si. Mirad la "moda" hipster de los que no quieren ir a la moda. Cada vez son más y más parecidos.

¿Hablarían en el siglo VIII antes de nuestra era de "la moda de correr" en Grecia?
Es por eso que esquiar era, en un momento de nuestra historia, algo que proporcionaba "exclusividad" y diferenciaba del resto. Una diferenciación basada en el poder adquisitivo de quien podía esquiar y quien no. Pero cuando se pierde esta exclusividad, de pronto, todo el mundo se calza un mono acolchado como un edredón, se pone en los pinreles unas tablas y se agarra a un par de palillos para ser arrastrado por el remonte de una ladera de la montaña y, a continuación, dejarse caer por ella y divertirse (no confundir esta "actividad al aire libre" con el deporte que es el esquí de travesía o el de montaña). Cuando se llega ese punto, cuando ya no es exclusivo lo que haces, quien quiere ser distinto no usa mono, sino que se pone unos vaqueros, no usa esquíes, sino una tabla de snow y, en lo posible, adopta una estética grunge. Es eso o buscar un resort más "exlusivo" en un clima cálido dónde poder jugar al golf sin chusma alrededor. Trasladamos la estación de explotación turística exclusiva de Baqueira a Marbella y arreglado.

Quien no quiere ser como los otros corredores puede pasarse al trail running ¿no? Además es relativamente barato en comparación con otros deportes... ah, no, que correr por la montaña está de moda...

El tema es que quienes quieren ser diferentes del resto... se acaban pareciendo entre si. Quizá el problema es el "querer" ser distinto en vez de ser lo que cada uno quiera con independencia de si es moda o no lo es. Es inevitable ser parte de la moda o de "la moda contra la moda". Movimientos contraculturales sucesivos han ido marcando la estética de los "rebeldes" a lo largo de las últimas décadas. Primero los rockeros adoptaron una estética "carcelaria", camiseta y pantalón vaquero, luego la revolución hippie, con los Beatles a la cabeza hicieron que los jóvenes se dejaran el pelo largo y se llenaron de colorines las camisas y usaran pantalones de campana en vez de ajustados. A continuación en el rock psicodélico hippie emergió tenebrosamente la oscuridad de los Black Sabbath y su negrura (pero sin perder el pelo largo) mezclado con las tachuelas y el cuero de la estética más gay sadomasoquista de los Judas Priest, en oposición a las crestas de colores, los imperdibles y las cuchillas de afeitar de los punkies. De vuelta a la moda carcelaria hiphoperos y raperos se pusieron los pantalones "cagados" y anchos y se taparon la cabeza con gorras de gran visera y capuchas. Cara de malotes y mucho flow con que rimar sobre una base rítmica. Y ya hemos hablado de los hipsters. Los que siempre habían querido ser "los más distintos" que los demás y entre ellos y que son tan fácilmente reconocibles por ello mismo.

Si correr está de moda ¿hay que dejar de correr? Si correr por la montaña es o deja de ser trending, ¿nos tiene que importar?

En definitiva, como sabemos por experiencia en filosofía, muchos debates están sustentados en pseudoproblemas. La cuestión no es si correr está de moda.

Es a quién le importe que lo esté y por qué.
"Después de todo, ¿qué es la moda? Desde el punto de vista artístico una forma de fealdad tan intolerable que nos vemos obligados a cambiarla cada seis meses"
Oscar Wilde


martes, 27 de enero de 2015

Cielo e Infierno

Fácil es la bajada al Averno: de noche y de día está abierta la puerta del negro Dite; pero dar marcha atrás y escapar a las auras del cielo, ésa es la empresa, ésa la fatiga. Unos pocos a los que amó el justo Júpiter o su ardiente valor los sacó al éter, lo lograron los hijos de los dioses.

Publio Virgilio Marón 
La Eneida, VI, 130
Facilis descensus Auerno: noctes atque dies patet atri ianua Ditis; sed reuocare gradum superasque euadere ad auras, hoc opus, hic labor est. Pauci, quos aequus amauit Iuppiter aut ardens euexit ad aethera uirtus, dis geniti potuere.

Disfrutaba el pasado fin de semana de la versión de Rafael Álvarez "El Brujo" de la obra El asno de oro (Asinus aureus) de Apuleyo. Una metáfora del proceso de degradación, caída y descenso a los infiernos que sirve al protagonista de la obra para, al salir de su condición de asno, renacer, ser regenerado y purificado. En eso consiste la katarsis, en un proceso terrible, doloroso, transformador que, al ser atravesado como se atraviesa una cortina de llamas, quema y destruye buena parte de lo que había, limpia con el fuego purificador del dolor, con las llamas de la tristeza, una parte del pasado y las lágrimas consiguen enjugar y quitar la roña al alma como lenguas de fuego esterilizantes. Sabiéndose por fin un pollino, tomando conciencia de que esa "asnez" es una encarnación de la condición humana, se vuelve a renacer para ser menos burro.

Solamente bajando al Averno se puede trascender la vida anterior y las "burradas" hechas, sobre todo a uno mismo, de pensamiento, palabra y obra, por acción u omisión. Como dice Virgilio en la Eneida, salir de las profundidades infernales es algo reservado a unos pocos "quos aequus amauit Iuppiter" (que han tenido "potra") o bien que han descubierto y usado su propio valor para salir de la oscura sima, ese que no sabían que tenían, y tras visitar las estancias que habitan Plutón y Caronte, volver, no simplemente a andar de nuevo entre los mortales, sino renacidos incluso subir haciendo trail running desde el corazón del Infierno hasta las estancias de los dioses en el Monte Olimpo, al ritmo que iría Kilian Jornet en un kilómetro vertical, para ver las cosas con la perspectiva que da volar alto, subir a ver como es el mundo desde arriba, como se ve desde nuestras queridas montañas, donde se contempla a lo lejos a la gente muy pequeñíta, insignificante, como somos en definitiva.

Al fondo, en el horizonte, dentro de diminutas casa, diminutos humanos haciendo cosas diminutas.
Hay otra forma de purificación. Quien haya leído "El nombre de la rosa" de Umberto Eco, recordará que hay un libro perdido alrededor de la cual gira el argumento de toda la novela, por lo menos así lo creí la primera vez que lo leí sin conocimientos aún de filosofía y de historia medieval. Este libro de Aristóteles hablaría de como la risa es un elemento de purificación. Como a través de la alegría se puede limpiar el alma con una katarsis similar a la que produce la tragedia.

La risa, la alegría, el compartir el tiempo junto a quien lo enriquece tiene también ese efecto purificador. No son necesariamente procesos separados. Igual que en un ultratrail se puede sufrir y agonizar en algún momento, la alegría al llegar, el placer de las risas compartidas cuando en la meta te reúnes para celebrar la conquista, son dos elementos que purifican, que sirven de κάθαρσις y de cambio.

En la novela de Eco los monjes han escondido el libro que versa sobre la risa para que el populacho siguiese temiendo a su dios y el orden establecido administrado por su Iglesia. El gesto siempre airado de Jorge de Burgos, el antipático anciano benedictino, no es muy distinto de los fanáticos provida de hoy en día o de los asquerosos asesinos de humoristas gráficos. Lo que más odian es la alegría, la inteligencia y la risa. La risa como orgasmo de la inteligencia, como carcajada, que no tiene nada que ver con el enseñar de dientes con que muestran su desprecio y su soberbia hacia quienes consideran menos que ellas las ratas de dos patas.
En este rostro devastado por el odio hacia la filosofía he visto por primera vez el retrato del Anticristo
Humberto Eco.
El nombre de la rosa

martes, 20 de enero de 2015

La soledad del asfaltero de fondo

«¿No tienes enemigos? ¿Es que jamás dijiste la verdad o jamás amaste la justicia?»
Santiago Ramón y Cajal
No he olvidado que hace algunas semanas prometí hablar acerca de cierto tipo de soledad del corredor. No la soledad de quien, porque va por delante o por detrás de la mayoría corre sin la presencia física de otras personas con dorsal, destacado o descolgado del pelotón. Ni de esas carreras que se estiran a lo largo de cientos de kilómetros y en las que acabas por recorrer la distancia entre dos avituallamientos sin hacer contacto con nadie, aunque sabes que existe quien te precede y quien te sigue. Tampoco hablo  de esos entrenamientos solitarios a las cinco de la mañana, cuando aún no han puesto las calles, que se recorren como en un sueño para no robar tiempo a los seres queridos. Esos que se pueden hacer los días que solo vas a usar un porcentaje de tu atención y creatividad en el trabajo. Esos en los que por Madrid Río solamente te cruzas al personal de seguridad que vigila que nadie robe mobiliario. Me refería más bien a la sensación que tienes cuando estás rodeado de una multitud de desconocidos, en medio de una de esas carreras a las que te apuntas y nadie te acompaña, ya sea porque te dejan "tirado" o porque nadie más se ha animado desde el principio. Llegas allí y no conoces a nadie. Todo el mundo habla de ritmos y de marcas y tú eres un bicho, con tu buff, tus manguitos y tu camiseta de carreras de las que nadie ha oído hablar por estos lares. Miras alrededor y sientes que practicas un deporte distinto de toda esta gente que huele a reflex. No sabes cuantos kilómetros haces a la semana. Tú solamente mides tiempo, desnivel y sensaciones. Alrededor solamente captas conversaciones sobre ritmos de minutos y segundos por cada kilómetro.

Corredor apuntando el entrenamiento del día: "15 Km. a 5'40'', buenas sensaciones..."
La primera vez que me asaltó algo parecido a esta soledad fue en las discotecas de mi adolescencia. Llegabas allí, con el pelo largo que te hacían recoger en la entrada, disfrazado de cualquier cosa que requiriese el relacionarte con la gente de tu edad, aunque tú, nerd, friki o como lo quieras llamar, estabas interesado por cosas muy distinta a la mayoría de ellos. Había un interés en común, claro: las chicas; y ese era el que te llevaba hasta un oscuro agujero con luces de neón, espejos  y "música" tecno. Lo que se entendía por música era un ruido ensordecedor que nada tenía que ver con los majestuosos sonidos que te acompañaban en soledad en tu walkman cuando tenías oportunidad, donde se reproducían casetes con música de Bach, Mahler y Shostakovich o, si acaso, de Barón Rojo o los Judas Priest. Los libros que hablaban de civilizaciones extraterrestres e imperios galácticos, robots o de mundos de fantasía llenos de dragones, elfos, magia y espadas no servían para ligar. No estaban de moda. El cine y las series de televisión no habían convertido lo "bizarrillo" en trending. Aunque hubiese servido, no se podían abordar tan complejos temas bajo el estruendo de unas pocas notas repetidas machaconamente en las que no había un desarrollo armónico de un tema melódico, sino mera repetición de una base que sonaba siempre más o menos igual y siempre a un volumen que impedía la comunicación. Este profundo rechazo y hasta aversión por la moda musical no facilitaba, tampoco, el ser capaz de bailar con algo que se pareciese de lejos a un poco de coordinación. La sensación era de soledad. De marciano en misión de observación que tiene que ir elaborando el informe final sobre el planeta Tierra y no sabe ni por dónde empezar.

No se puede estar más solo que rodeado de gente. En el metro, en una gran ciudad, con personas con la que no se puede hablar si no ocurre algo que permita vencer el tabú social de iniciar una comunicación con una persona desconocida en un espacio público sin una razón y motivo plenamente justificado y socialmente aceptado como válido. No se puede estar más solo que entre vecinos con los que te cruzas durante años y compañeros de trabajo con los que te sientas durante horas cada día sin llegar nunca a romper una barrera, una distancia invisible pero presente que garantiza la no implicación emocional, una especie de friendzone interior en paralela a la "zona amiga" exterior que separa la amistad de las relaciones sentimentales y que, como la otra, solamente se rompe con la violencia de un golpe de Sansón derribando el Templo de los filisteos. Si alguien en el metro se te acerca y se pone a hablar contigo sin motivo, de inmediato, la reacción más lógica, es tratar de extinguir la conversación. No dar "palique" al loco de turno, que por sus actos, así se define quien va contra la norma establecida.

Corredor tropezando con el arco de meta al acabar una carrera agotado.

Estar rodeado de "asfalteros" en una carrera no tiene nada de malo. Reconozco que solamente buscaba la excusa para pensar sobre la soledad. Es verdad que me puedo sentir por un momento fuera de lugar hasta que encuentro alguna cara conocida o se toma la salida y me sitúo en mi zona de ritmos trotones, pero en cualquier carrera popular me siento igual a los demás. Miro alrededor y, de vez en cuando, veo la badana, ese tubo de tela de colores que se lleva en la cabeza, de un "getepero" (alguien que ha corrido el Gran Trail de Peñalara), maiots de triatlon que anuncian la presencia de otro extraterrestre, pero de un planeta distinto del mío. Veo corredores de toda la vida que no se preocupan por arañar un segundo cada kilómetro ni de hacer en cada carrera su mejor marca. Gente que baja el ritmo para ir charlando con su pareja o con su amigo y disfrutar en compañía del recorrido. Familias que corren juntas. Tipos que charlan con el de al lado aunque no le conozcan, como cuando dos montañeros se encuentran arriba. Tipos tan distintos entre si como lo pueda ser yo de ellos y, en definitiva y por tanto, iguales a mi. En estos casos no se corre en soledad.

Hace poco una amiga nos contaba que ha sufrido acoso laboral. Ninguna persona está más sola que rodeada del acoso de los envidiosos e ignorantes y la cobardía de los que permanecen neutrales y "equidistantes". Nadie se enfrenta a mayor soledad que quien ve como alrededor todo el mundo mira hacia otro lado esforzándose en fingir que nada ocurre para no buscarse problemas, para que la víctima sea el de al lado y no ellos. El esfuerzo es tan grande y profundo que hay quien consigue, realmente, no ver conscientemente lo que ocurre frente a sus ojos. Esa soledad es la peor. Cuando dudas de ti mismo y de tus percepciones frente al aparente consenso general. Eso es lo que mina la moral y te hace sentir que no tienes a nadie a tu lado (salvo lo que hemos venido denominar, técnicamente, en otras ocasionas como "una piara de reverendos/as hijos/as de la grandísima puta"). Tomar conciencia de que se está sufriendo una situación de injusticia y tomar medidas para enfrentarse a ello, para que se produzca un cambio de algún tipo en la situación, es el único camino hacia la rehabilitación y la curación cuando el daño ya se ha recibido. Hacer daño es fácil, por lo menos más fácil que curarse, como si de una profunda lesión deportiva se tratase. Afortunadamente en este caso así es, se ha iniciado ya el camino hacia la liberación y, como precisamente es a la gente más valiosa a la que se le hace este tipo de ataques, una vez lejos de la gentuza solo hay que reiniciar poco a poco los ejercicios de fortalecimiento y recuperar la alegría que desplace el recuerdo de las personas miserables y que no merecen más dolor que su triste vida de matones de parvulario.

Pero hay gente que por su altura moral, por la alegría que sabe compartir a su alrededor y por su nobleza, nunca va estar sola, y que siempre va a tener gente alrededor (aunque sean unos desastres que le deben una llamada). La soledad es, más que un estado real, una sensación de estar en el sitio equivocado, como cuando yo llegaba a la disco.

Y, a veces, es verdad que se estaba en el sitio equivocado. Todo nómada sabe lo que tiene que hacer en estos casos.
Nadie aprende, nadie aspira, nadie enseña a soportar la soledad. Ser independiente es cosa de una pequeña minoría, es el privilegio de los fuertes.
Friedrich Nietzsche

martes, 13 de enero de 2015

Operación trikini

Cualquier persona que haya visto la imprescindible película "Borat" tiene grabada en su retina la imagen del personaje kazajistano luciendo sus encantos con una provocadora pieza de lencería de piscina masculina absolutamente nada heterosexual según nuestros estándares.

Por si alguien no había había visto la película o, tras años de psicoterapia, tratamientos electrocomvulsivos y fármacos, había conseguido olvidarla, este es el atuendo en cuestión.

Borat Sagdiyev, el segundo mejor reportero de Kazajistán
Son momentos, estos al principio del año, en que toca ponerse en orden. Apuntarse al gimnasio algunos, otros a carreras. Planificar la temporada en función sobre todo de si consigues dorsal para esa competición en que deseas pasar calamidades. Esto, conseguir inscribirse, cada vez es un factor más azaroso, por lo que la planificación de la temporada se convierte en un sistema intrínsecamente no determinista ya que depende de los principales objetivos de la temporada el ir acomodando en el calendario otras carreras, entrenamientos, quedadas para hacer el asno por el monte, etc. pero lo que no admite demora y hay que ir currándose es la OPERACIÓN TRIKINI, para poder perder algo de las lorzas que gintonic a gintonic, desde el cordero hasta el roscón, hemos ido introduciendo en nuestros organismos en el mes de diciembre (y enero si el empacho no nos ha asqueado antes).

Después de un tenso combate con el ratón del PC nos hemos inscrito para el Gran Trail de Peñalara, la prueba reina del Sistema Central, prácticamente todo el equipo CxC al completo (menos quienes esperan para ir a la carrera para "cagaprisas" de sesenta kilómetros y quienes no tienen afición por esto de la ultradistancia). Ya hemos conseguido que lo más difícil, que es tomar la salida, sea posible. Ahora queda lo segundo más difícil "tomar la llegada". Recorrer los ciento diez kilómetros por la Sierra de Guadarrama que se han convertido en el fresco paseo que un año tras otro reúne a casi todos los conocidos del trail running penando por la Pedriza, la Morcuese (o Morcuera), el Reventón, Peñalara, etc. lo que servirá además de despedida de nuestro querido aunque no respetado presidente que se marcha a una aventura por una conocida y prestigiosa universidad de la Costa Este de los USA. Allí seguramente los montes Apalaches querrán hacerle olvidar nuestra pequeña y cercana sierra y los cerros de Ciudad Real. Esperamos que no. Seremos Jorge, Quique (los Utemebitas), Luis, Guti y Miguel (estos dos saldrán como balas y no les veremos nada más que al principio), Anne y un servidor.

© RSEA Peñalara
Es un proceso lento y doloroso lo de sudar polvorones y cava. Por ahora la Operación está empezando y se desarrolla en varios frentes. El principal el de aumentar la cantidad y calidad de ejercicio. Otro el de comer mejor y un poco menos. Me arriesgo a repasar lo de "comer mejor" a riesgo de ser incomprendido, porque en temas de nutrición a veces es tan difícil hacerse entender como vencer las ideas preconcebidas que nos rodean y que llegan a la gente desde la industria alimentaria, vía publicidad, o desde una ideología anticientífica nutricional concreta, normalmente vía iniciación en un círculo esotérico.

No olvidemos que en griego los logoi, los escritos, pueden clasificarse en "esotéricos" si están a disposición de un grupo de "iniciados", como la Metafísica de Aristóteles, o "exotéricos", si están pensados con afan divulgativo para los que no conocen suficiente de una doctrina, como en el caso de la República de Platón. Hoy en día el marketing despojaría de ricos matices esta división dicotómica, seguramente hablando de "comunicación interna" y de "comunicación externa". A veces creo que todo el lenguaje de la economía moderna no es más que una vulgarización poco elaborada de ideas que otros ya habían desarrollado con más sutileza antes.

Lo de comer bien va a consistir en: primero, comer menos pan. Hay que aclarar para no ser linchado por unos ni vitoreado por otros (que me molesta más) que el pan es bueno, es saludable, tiene un poco de todo, vitaminas, proteínas, minerales... y por tanto sirve para "equilibrar" el menú. Simplemente le tengo mucho amor y me paso en su ingesta. Si tengo pan en la mesa lo ataco sin piedad, por tanto tengo que poner solamente una buena ración y no todo el que hay en la casa al alcance de mis ávidas pezuñas. Segundo, tomar menos cervezas. La cerveza si, es mala (lo siento amigos), debido a un ingrediente bastante nefasto, el etanol. Nada puede hacer bueno una sustancia venenosa para nuestro organismo, ni los polifenoles, ni los taninos, ni todo el marketing de la industrial del alcohol. Poca cerveza es poco mala. Mucha cerveza es muy mala. Optaremos por lo primero no por cuestiones morales, sino porque es una fuente de calorías innecesarias fácil de eliminar o, al menos, de rebajar al 30%. Luego, cada cual, que tome las drogas que quiera, que en eso soy muy liberal y hasta inmoral. Tercero, aumentar las verduritas en el menú. Quitan el hambre, están deliciosas, no son caras, tienen pocas calorías y mucho de otras cosas que si hacen falta al cuerpo. Cuatro. Legumbres en vez de arroz y pasta. Cinco. Pescadito dos días por semana. Carne menos, pero en ningún caso carne procesada (i.e. engrasada, con mala grasa a ser posible).

El resto lo que ya hago. Nada de calorías vacías (chuches, bebidas azucaradas, grasuzas de repostería industrial, etc...), mucha fruta y hortaliza y agua suficiente.

Y ahora que ya he ofendido o molestado a casi todos (como es mi costumbre) con alguna de las ideas de lo que es una buena o una mala dieta... haced vosotros lo que queráis, caramba, que nadie os dice lo contrario.


miércoles, 7 de enero de 2015

...con la mirada de un niño

El egoísta es una persona de mal gusto que se preocupa más de sí mismo que de mí.
Ambrose Bierce, El diccionario del Diablo

Debería arrancar el año con mi crónica de la Napoleónica 2015 pero... ¡Ay! Un inoportuno catarro me ha impedido acudir a la cita que Luis Arribas organizaba para bajar corriendo desde Buitrago hasta Alcobendas siguiendo los pasos del emperador de Francia en su visita a nuestra capital hace un par de siglos. Una lástima, pero una retirada a tiempo nos permitirá dar la batalla otro día. Estoy negociando el formato de la Remontada Infernal III con los presuntos asistentes.

En "esta fechas tan entrañables" que de una puta vez por fin ya finalizan, algunos estridentes y antipáticos tipos como yo se empeñan en decir cosas feas y que estorban el simulacro de buen rollo que otros se esfuerzan en fingir crear. Una realidad a lo Matrix que les envuelva y les impida ver el mundo real. Pues bien. He deicidio decidido hacer propósito de enmiernda y mirar lo que resta de este circo esta celebración, la llegada de los reyes magos, con la mirada de un niño, que es al parecer lo propio de la Navidad.

Mirando la Navidad con la mirada de un pequeñuelo, me da por pensar que los niños son pequeños monstruos que no se plantean dar algo a cambio de lo que reciben y que solamente se limitan a demandar sus necesidades. No digo que esté mal. Es la naturaleza humana. Desde el día que nacen están programados genéticamente para llorar y enfadarse si no se les suministra de forma inmediata leche, agua, atenciones, etc... y, con el tiempo, videoconsolas, dinero en metálico y cualquier otra cosa que satisfaga sus impulsos inmediatos. Una de las mejores oportunidades que tienen de mostrar su naturaleza es la "carta a los reyes magos". En ella expresan  su egoísmo primigenio a través de una lista de objetos materiales, juguetes, que desean obtener a cambio de nada. Solamente un largo trabajo por parte de los adultos consigue ir, poco a poco, socializando a estos animalillos para acabar convirtíendoles en provechosos ciudadanos capaces de empatizar con los demás, tener principios morales más allá de obedecer las normas que vienen impuestas desde fuera y en el mejor de los casos, llegar a ser buenas personas.

Aprovechando el 31D y el 1E para hacer algo mejor que maltratar el hígado.
El gradual proceso de acompañamiento a la edad adulta desde que al niño se le proporciona mágicamente todo lo que desea a capricho pasa por tomar conciencia de que "los reyes son los padres" (no, Froilán, tú no) y asumir limitaciones presupuestarias dependiendo en qué familia te toque, una de las primeras lecciones de la injusticia intrínseca del capitalismo. El proceso culmina cuando tiene cada uno que costear sus propios caprichos dentro de los límites del presupuesto de sus ingresos. Si todo ha ido bien también el ser humano en cuestión habrá pasado de tener una moral basada en normas externas impuestas por la autoridad (los padres) a un complejo sistema desarrollado durante su socialización en el que puede distinguir lo que está bien de lo que está mal y establecer sus propias normas basadas, fundamentalmente, en no causar daño a otros seres innecesariamente. Ni que decir tiene que este proceso es difícil y, en muchos casos, bastante deficiente.

Mirando egoístamente la Navidad que acaba de pasar, Madame Noël me ha regalado (entre otras cosas) una mochila chulísima: una Raidligth Ultra Olmo 12 que me tiene que acompañar muchos años por el monte y que en una primera prueba parece exactamente lo que necesito. Promete, porque la primera vez que me calzo una de estas cosas no suelo ir del todo cómodo con ninguna.

Arrancamos el nuevo año con material suficiente para los próximos retos, con cinco kilos que hay que ir quitándose de la cintura, pero con menos peso que otras veces en el alma. Las cartas a los Reyes son una pesada carga. Las cartas a los Reyes o a cualquier otro ser. Todo listado de deseos egoístas al dios al que se adore: el destino, el Karma, Odín, Jehová... depositar en "algo" una especie de formulario "expone-solicita" lleno de demandas es negarse a ser adulto. Hay que valorar lo que se tiene, que es mucho habitualmente y yo no tengo queja, y lo que se desea y aún no se posee, no pedirlo, sino dar pasos para conseguirlo. Si además necesitas poco y, como decía Francisco de Asis, ese poco, lo necesitas poco, tanto mejor.

Y por supuesto, los reyes son los padres ¡Viva la república!