martes, 19 de febrero de 2013

La Napoleónica 2013

Salgo de casa con tiempo, porque es la primera vez que voy en coche a Alcobendas y tengo una facilidad tremenda para pasarme las salidas y luego desorientarme tratando de llegar al punto en que he abandonado el buen camino... ahora que lo pienso, no solamente al conducir un coche me pasa eso de pasarme la salida y luego liarme.

Sorprendentemente aterrizo en el punto de encuentro a la primera y sin sobresaltos, mientras voy escuchando a los Manowar a todo trapo. No es un grupo muy sofisticado como otros deathmetaleros que me gustan más, pero hay momentos para todo y no puedo evitar ir cantando a todo volumen por la carretera (buen lugar para gritar):

Carry we who die in battle
Over land and sea
Across the rainbow bridge
To Valhalla
Odin's waiting for me...

De lo más inapropiado. Hoy el plan es un trote cochinero y no sacrificar ni una uña del pié, aunque recorreremos caminos que se tiñeron de sangre en su momento. Ahora nos parece un entretenido episodio histórico, pero el sufrimiento de aquellas personas no es menor que el cualquier escenario de conflicto de hoy en día. Desde el filtro del disfraz histórico y el cliché cinematográfico parece que tiene algo de romántica una batalla en Somosierra en la que anda Napoleón Bonaparte, pero realmente los episodios históricos sangrientos debe ser peor vivirlos que estudiarlos.


Vamos a correr 73 kilómetros que separan las murallas del castillo de Buitrago de Lozoya del lugar donde he dejado el coche en Alcobendas, junto a la parada de autobús que sube hasta nuestro punto de salida. La excusa es histórica en este caso. 


Al parecer estaba Napoleón dando batallas por la Meseta Norte cuando recibió correo de su hermano José I desde Madrid para pedir ayuda contra los levantiscos madrileños que andaban dando problemas.

Tras darnos para el pelo en Somosierra, y mientras se perseguía a las tropas en retirada hacia Guadalix de la Sierra, Napoleón hará noche en Buitrago de Lozoya, donde mandará una carta a su hermano advirtiéndole de su inmediata llegada.

El camino de Madrid a Francia por el que debió bajar ha sido "comido" en gran medida por la N-I y por la Autovía posterior, pero seguiremos su trazado aproximado como napoleones (buscad la rima) o como el arquetipo del loco que afirma serlo.

Empezamos subiendo desde las murallas de Buitrago hasta el reborde que marca el fin del Valle del Lozoya (día de rimas, caramba). Corremos a trote suave que es lo que estas distancias requiere, al ritmo cómodo del menos rápido o, según se mire, el más lento (yo mismo). Aún así la reciente pérdida de peso ha mejorado mis capacidades bastante y no me cuesta acompañar al maestro Spanjaard por lo menos por ahora. Ya pediremos clemencia más adelante.

Dejo atrás Buitrago sin mirar atrás, que cuando antes me aleje, antes llegaré a otro lugar en el que descansar cuerpo y mente.

Por ahora la rodilla no me da molestias. Ayer me costaba hasta caminar y estaba casi seguro que hoy no podría correr y mucho menos una ultradistancia, es decir, más de 42.195 metros. Lo cierto es que los últimos dos meses he estado entrenando salvajemente hasta el punto de perder cinco kilos y poner al límite de la lesión a mis articulaciones. Mientras trotamos le cuento mis desventuras amorosas a mi compañero de camino que no tiene donde huir, y que me han conducido a la soledad sentimental transitoria y al sobreentrenamiento.

Lozoyuela llega pronto para cambiar el tema de conversación y enlazar con otra ruta que ya hicimos el año pasado empezando desde allí: la Antinorte, con los miembros (con perdón) de CxC. A partir de aquí se supone que iremos bajando escalones salvo algún pequeño repecho. Lo cierto es que el camino no será tan cómodo como se imagina uno viendo el perfil, porque tiene tramos muy rompepiernas, pero desde luego más cómodo que en la dirección contraria o, como decimos los de montaña, p'rriba.

Hablando de carreras de montaña y de filosofía política nos acercamos hacia el promontorio del Pico de la Miel que se alza sobre la Cabrera, uno de los perfiles más reconocibles de la Sierra Norte. Me viene a la memoria el concierto de un grupo tributo de los Beatles que escuché hace poco allí en buena compañía.

Construcciones horrendas de ladrillo visto mal colocado jalonan el camino. El mal gusto y la chapuza de quien ha dedicado los fines de semana de muchos años a ir moliendo sus riñones construyendo en la parcela "para que lo disfruten sus hijos", los cuales, evidentemente, han preferido salir con los amigos el fin de semana, por lo de "pillar cacho". Una estrategia vital más inteligente.

Que nos acerquemos no quiere decir que acertemos con el camino a la primera(como todo en esta vida), pero poco a poco y tras algunos intentos fallidos encontramos por fin la senda que buscamos. Viendo que está deshelando la pared y que vamos a acabar como un par de salmonetes decidimos que Napoleón no subió hasta arriba, ya que durmió en el palacete de un afrancesado por la zona de Charmartín. Rodeamos la gran mole granítica y llegamos en un momento a la Cabrera donde empiezo a mordisquear la tableta de turrón de yema tostada que he traído como barrita energética. El turrón del duro es pringoso y, como su nombre indica, duro, y el blando es grasiento y puede ensuciar la mochila. El mazapán y la yema tostada son ideales como aporte de energía rápida para los ultratrails. 

En Cabanillas reponemos agua y le añado suero para "enriquecerla" de glucosa y sales minerales que vamos poco a poco perdiendo.

Noto algunas molestias en el dedo meñique del pie izquierdo. Como en estos casos la experiencia es un grado, no espero diez kilómetros a liarme un desastre en el pie y nos detenemos junto a un potro de herrar en Cabanillas oportunamente puesto para no errar, que ya últimamente me he sentido en varios sentidos cerca de los menos nobles équidos como un asno más.

Dos calcetines del pié derecho me indican las R y R escritas en el empeine. Debe haber dos desconsolados L y L en mi casa. Contranatural que le parecería a cualquier "flojo de pantalón" de Nuevas Generaciones esta unión de iguales. Yo me limito a dar la vuelta al calcetín para que encaje bien y continúe camino. Nunca te fies de algunos que parecen de izquierdas y luego... Mientras Luis habla con su mujer y se informa sobre las novedades domésticas.

Bajamos al Cruce de Venturada por el que tanto he pasado los dos años que trabajé en el Molar en un proyecto que abarcaba toda la Sierra Norte. Gratos recuerdos de tiempos que ahora me parecen divertidos e inocentes. Está claro que recordamos lo que nos da la gana. Menos mal.

Subimos a la sin duda pija Cotos de Monterrey mientras hablamos de las bondades del otro sexo y de la estupidez de tratar de que tu pareja te acompañe a las carreras, más aún si son distancias considerables. Luis es una persona sensata y da gusto aprender de la sabiduría que destila en todo momento. Por cierto que su crónica la podéis y debéis leer en el blog que lleva en el diario 20 minutos: Runstorming.

Se acerca ya distancia del maratón y hemos superado más de la mitad del recorrido a buen ritmo y casi sin paradas cuando arribamos a El Vellón y poco después a El Molar, pueblo feo entres por donde lo entres.

En la plaza nos tomamos unas cervecitas acompañadas por una tapa de torreznos y otra de aceitunas que complementamos con una ración de croquetas de jamón deliciosas. Muy recomendable el sitio, que es donde iba a desayunar cuando trabajaba a menos de 20 metros de allí. Por si pasáis alguna vez, bajo los pórticos, el bar que está más cerca del ayuntamiento. Os lo recomiendo encarecidamente, entre otras cosas, por la simpatía y honradez de sus propietarios.

Cuesta arrancar después de la parada. Las piernas están tiesas y tardo unos minutos en volver a trotar con comodidad. Comodidad que bajando la Falla del Molar hacia San Agustín de Guadalix desaparece. Observamos el trazado y deducimos un premeditado sadismo en quien ha decidido que el camino suba y baje abruptamente por lo peor, pudiendo ir unos metros más a la derecha con una suave ondulación. Rodeamos San Agustín y continuamos camino. Ya vamos contando los kilómetros que faltan y calculamos tiempo, desgaste y horas de sol. Vamos muy bien, sospecho que mucho mejor de lo que mi compañero de trote esperaba de mi basándose en anteriores encuentros.

Cidalcampo y el Soto Viñuelas nos vuelven a llevar a territorio conocido de los 100 Km. de Colmenar. Queda poco, pero ahora las piernas empiezan a quejarse ya de verdad. Las rodillas no, curioso. Vemos marcas de un ramal del Camino de Santiago no muy creíbles (¿aquí?).  Cruzamos un puente de madera y nos adentamos en la civilización con el atardecer. Momento de encender el móvil y ver el aluvión de mensajes. Apago. Ya los veré luego. La siempre dura vuelta a la civilización atravesando San Sebastián de los Reyes hasta Alcobendas, donde dejo a Luis con más hambre que el perro de un ciego. Espero que no devore nada inapropiado camino de casa, que la tiene a 10 minutos. Espero que tampoco cuando llegue.

Y en fin, vuelta a casa después de 73'5 Km. Han sido unas 7 horas corriendo con otras 2 andando intercaladas, más al final que al principio y una más sumando todas las paradas. 10 horas de maltrato al cuerpo, conducir con las lentillas jugando malas pasadas, ducha y a salir a quemar Madrid, que somos jóvenes y había quedado. Unos dolorcillos no me pueden lo pueden impedir. Ibuprofeno es el concepto clave. Ibuprofeno, cervezas y unas sidras en el Centro Asturiano, que estamos en la edad de salir.