martes, 30 de abril de 2013

La lesión y el sentimiento de culpa

Faltaban 15 días para correr el Maratón de Madrid. Aquel en el que en 2006 corrí por primera vez la distancia de 42 kilómetros y 195 metros. La distancia "mítica" hay que añadir casi siempre como epíteto, porque viene a ser el ritual de paso de todo corricolari, su bautismo de fuego con una distancia que, aunque la entrenes, puede derribarte. La distancia que se corre más con la cabeza y el corazón que con las piernas, sobre todo cuando te estrellas contra "el muro" entorno a 10.000 metros antes de llegar a meta.

Pues faltaban 15 días y me hice un desaguisado en forma de esguince de tobillo en el Trail Batalla de Alarcos. De inmediato di por supuesto que no era probable que llegase para correr el Maratón este año.



No es que el Mapoma (Maratón Popular de Madrid) sea mi carrera favorita, más bien tengo una relación de frustración con ella, y nunca consigo salir satisfecho del resultado conseguido después de aquella primera vez. Después lo he intentado en otras cinco ocasiones en las que, si bien he conseguido llegar siempre, he hecho un tiempo muy por debajo del que debiera, según los entrenamientos que llevaba acumulados de los meses anteriores.

Esta vez tampoco.

Había entrenado salvajemente los últimos meses. Había usado el running como válvula de escape para todos los elementos de estrés que me rodeaban con buen resultado para lo de las tensiones espirituales, pero sobre todo para mi nivel como deportista. Se suponía que corriendo el maratón entorno a tres horas cuarenta minutos tendría la "chispa" necesaria para empezar con los entrenamientos para el objetivo (deportivo) de este año. Una carrera de 168 Km. y 13.000 metros de desnivel positivo por los montes de Euskadi: la Ehunmilak. El resultado de los esfuerzos eran 5 kilos menos en la cintura y 15 minutos menos en la media maratón de Latina. Una auténtica burrada, un resultado extraordinario que me invitaba a "saldar cuentas pendientes" con la carrera que me había vencido en las últimas cinco ocasiones que la había enfrentado.

Vas por ahí sin mirar mucho donde pisas,... en todos los sentidos... asumiendo el riego porque crees que estás fuerte de sobra y de pronto, sin darte cuenta, cuando menos te lo esperas, te haces daño. He andado últimamente muy "lesionado" y no del tobillo y parecía que ahora el cuerpo venía a llenar ese espacio de daño y dolor que había ido desapareciendo del alma. Algo mucho más soportable, eso si.

El origen de unas conductas que mucha gente no dudaría en calificar de autolesivas estaría, según creo, en un exceso de sentimiento de culpa. A ver, la culpa no es algo malo. la gente que no es capaz de sentir culpa por sus errores, por el daño que puede hacer a otras personas, es una psicópata. La ausencia de culpa lleva a lesionar y dañar a la gente sin deseo de reparar el dolo que se ha provocado, mientras que cuando hay un exceso, cuando nos cargamos con más peso de culpa del que merecemos, el objeto del daño solemos ser nosotros mismos. Pero la gente que no siente ninguna culpa, sobre todo, en el fondo, se hace daño a si misma también, porque se trata como la escoria moral como la que se comporta y se convierte en ella. Es mejor, creo, el exceso que el defecto.

Destrozarse a correr seis días por semana, más 100 Km. semanales era una forma de "hacerse daño" muy controlada y, en el fondo, traía beneficios indirectos. Mejor maltratar el cuerpo que la mente. Mejor un "maltrato" que en el fondo me hacía más fuerte, más rápido y más resistente. Un maltrato deportivo en vez de recurrir a tóxicos en forma de tabaco, alcoholes en gran cantidad o cualquier otra cosa que sepa que me sienta mal y a la que no ando acostumbrado.

El tiempo no siempre actúa de la misma manera en las lesiones.

Hay una fase aguda, en la que el tiempo pasa muy despacio y parece que la cosa no termina de mejorar. Es cuando todo el mundo te dice "dale tiempo", "no tengas prisa", "el tiempo lo cura todo"... en el caso del tobillo, el proceso pasaba por crioterapia (baños de contraste, hielo...), compresión (vendaje, medias de compresión...), elevación del miembro (je, je, je...), anti-inflamatorios (orales y tópicos) y descanso. 

Un asco. El tiempo no termina de pasar. Parece que nunca más estarás bien. El tiempo no cura, el tiempo duele. El tiempo es malo. No quieres más tiempo así. El tiempo no es la solución, es el problema.

No hablo del tobillo.

Después fisioterapia, ejercicios de potenciación, movilizaciones pasivas y activas, estiramientos, otra de fisioterapia... poco a poco se notaba la recuperación. El miércoles correr cinco series de cinco minutos a ritmo de una amiga que corría por primera vez (es decir, muy, muy despacio), con intervalos de cinco minutos andando. El viernes 30 minutillos ya casi sin molestias a ritmo de maratón. El día anterior un poco de monte. Caminar por piedra suelta y piornal para seguir fortaleciendo la zona, eso si, a costa del supuestamente indispensable descanso previo al maratón que todo asfaltero respeta... solo que yo no soy un corredor de asfalto, sino un corremontañas de ritmos diesel. Mis reglas son otras.

Y tras 15 días parado, sin entrenar, ahí estaba yo. Con una bolsa de plástico para no congelarme, en la salida del maratón de Madrid, sabiendo que tardaría unas cuatro horas en recorrer el la distancia de 42.195 metros y sin dar un duro por la posibilidad de acabarlo. 

Pero el tiempo ya era un curador. El tiempo era un aliado y cuanto más pasaba, más me separaba del dolor. Bendito tiempo. Lástima que no hubiese pasado otra semana más. Ahora si, el tiempo lo cura todo.



Porque si la lesión llega por sorpresa, la recuperación, misteriosamente y a pesar de desearla y anticiparla, también te pilla desprevenido.

Tome la salida, aterido, al ritmo que me permitía el pié, que era mucho mayor, es decir, más lento, que el que había entrenado hasta dos semanas antes. Paso los primeros kilómetros a seis minutos por kilómetro, con molestias en la articulación y compensando forzando la pierna contraria. Todo auguraba que no iría mucho más allá de 10 kilómetros en este plan.

Sigo calentando y ganando recorrido articular en el tobillo. Muy bien. Quizá llegue al medio Maratón. En la salida he encontrado a Spanjaard y ahora cazo a Ademir, del Mástil Metal Running, mi equipo. Está corriendo la media maratón y compartimos kilómetros que se hacen amenos y llevaderos en compañía. Cuando le dejo entro en la zona más entretenida y animada y, después llega enseguida la media maratón. La paso en más de dos horas. Si fuese fresco, no estaría mal. podría hacer la segunda mitad más rápida y entrar en cuatro horas, sufriendo lo justo. Pero tengo la musculatura machacada desde el 18, y noto el tono al borde del calambre. no creo que llegue sin que se me agarrote algo y tenga que parar a estirar y caminar, el punto de no retorno que convierte lo que queda en un suplicio inacabable por el que vas renqueando como un walking dead.



Por la Casa Campo mantengo el ritmo, empiezo a adelantar gente. El tobillo ni lo noto, aunque tengo el cuadriceps contrario cargadísimo. Me encuentro a Rafa, compañero que me acompañó el día del esguince. Nos saludamos con el universal gesto de la mano cornuda heavymetalera. Me encuentro también otro amigo, Miguel, que me acompaña unos metros y me da ánimos. No sé si los encuentros, los geles que me tomo, la música épica que acabo de poner en el mp3 o empezar a "comer cadáveres" de los corredores que han salido a un ritmo por encima de sus posibilidades (siempre anima esta dieta) pero me vengo arriba. No encuentro a Rául, que me acompañaría los últimos diez kilómetros en el lugar convenido. Yo llego unos 10' tarde, por tanto deduzco que no habrá podido venir. Como ayer perdí el teléfono no me ha podido avisar. Cambio el mp3 y me pongo los 70 minutos elegidos para acompañarme desde "el Muro" (kilómetro 32 aprox.) por la agonía hasta la meta.

Agonía, del griego αγωνία: "competición". Sufrimiento extremo que da purificación (katarsis) a través de la superación de uno mismo en el enfrentamiento deportivo.

Nunca había corrido un maratón estando tan machacado. Miro el reloj. No he bajado el ritmo. De hecho acabaré corriendo la segunda mitad de la carrera un minuto más rápido que la primera mitad, a pesar de que es "p'arriba". Ahora corro de "cabeza", y la tengo más dura (con perdón) que el tobillo. Los últimos 20 kilómetros adelanto mil corredores, mil, al borde del calambre muscular que me llega cuando se para en mitad de la subida final del kilómetro 40 un "muerto viviente" que me hace tropezar. Aprieto los dientes. Sigo. parece que aguanto...

Veo a Hernando. Ayer estuve con él en la Cruzapedriza, en el Boalo. Choca mi mano, kilómetro 41... solamente uno a meta. Toca sonreír, soltar piernas, disfrutar. No me lo creo. He llegado.

Cruzo la meta y atravieso el lamentable caos organizativo eufórico. Ahora lo pienso. El tiempo, aún estando muy por encima de lo que tenía previsto hace un mes, es bastante aceptable. Mejor marca personal en el Mapoma, que me queda pendiente de hacer en menos de cuatro horas.

Y al final, las lesiones, las culpas, los daños, los dolores... se curan. Mañana me va a doler todo, pero hay muchos tipos de dolores. También, como decía una mi amiga Pilar hace poco en la amistad caben muchas amistades, en el amor muchos amores. En el amor, amoramigos y en la amistad amistoamores.

Aún tengo que llegar al coche, no sin antes llevarme la habitual alegría de encontrarme a Joshua, como cada año, animando (este año no corre) y repartiendo energía positiva y sonrisas a su alrededor.

Caminar con las piernas como dos tablones hasta el coche, supuestamente cerca, apenas un par de kilómetros...

Me duele todo menos el tobillo. ¿Estaré curado? Bueno. El martes me repasa mi fisioterapeuta y ella ya me dirá sobre el tobillo. Del resto... seguiremos haciendo ejercicios de rehabilitación.

lunes, 15 de abril de 2013

Trail Batalla de Alarcos




¡Quién lo diría! Relacionado con el hecho de que la profesión periodística sea una de la más afectadas por la crisis, noticiones del tipo "borrasca en el cantábrico en invierno", "lluvias en primavera" o, dentro de pocas semanas, "hace calor en Sevilla al mediodía", inundan los telediarios, blogs y conversaciones de ascensor.


Pero, inexorablemente, se acercaba el buen tiempo. Por fin ya ha llegado. No han podido impedirlo.



Los últimos fríos y lluvias de esta primavera ya no consiguen frenar nuestro ansia de salir a entrenar, de lanzarnos al bosque, a la trailera y al cortafuegos. Estábamos ya ansiosos por recorrer viejos y nuevos caminos. Igual que en el poema de Kavafis, esperamos ahora fervientemente que el camino a Ítaca sea muy largo y muchos puertos nos den la bienvenida... pero dejando de lado el hablar siempre de lo mismo y volviendo a lo de correr...

El primer puerto soleado al que hemos arribado ha sido el Trail Batalla de Alarcos, que conmemora un episodio que no ha tenido la trascendencia de otros porque, en aquella ocasión, a nuestros antepasados cristianos les dieron un repaso... nuestros antepasados musulmanes, poco antes de que sucediera lo contrario en la más celebrada batalla de Navas de Tolosa. Todos ellos a estas alturas convertidos en polvo sus huesos y recombinados sus genes en nuestro ADN, afortunadamente para nosotros muy mestizo.





5:15 a.m. Wake up Manu,... The Matrix has you... rumbo a Valdemordor a recoger a Joaquín y Rafa, unos ultreros que están más fuertes que el vinagre. Tengo que echar gasolina antes, que he estado apurando los últimos días y llego tarde, con la hora muy pegada para ser puntuales en el II Trail Batalla de Alarcos. Joaquín no viene, así que nos vamos Rafa y yo con heavy metal de fondo y muy metido en nuestras venas hace muchos años.

Rafa, hermano del metal, me empujó algunos kilómetros a escobazos y hasta que me retiré en el kilómetro 90 del Gran Trail de Peñalara en 2010 y aún no me alcanzó en el de 2011, que se retiró antes por lesión cuando vi un grupo de "escoberos" de amarillo por detrás de mi, pero porque iban cerrando controles con dos horas de adelanto sobre tiempo oficial (ese año acabamos). Desde entonces nos hemos ido cruzando en muchas carreras, así como con otros nacidos "under the sign of the hammer" que nos saludamos haciendo el gesto de la mano cornuta.

Dos horas apretando hasta la salida y llegamos justo a tiempo de ver marcharse el pelotón y para salir a su caza detrás de él con los saludos de Ivan Palero, artífice y organizador de este evento al que dedica su tiempo y dinero con toda la ilusión de compartir una zona de La Mancha bastante desconocida o, por lo menos, alejada del cliché quijotesco de la llanura cerealista.

Nos encontramos también a Quique, Jorge, Luis y a Ramón, a los que conocemos de otras historias similares y de los que espero con ansia viva su crónica en el blog de su grupo Corriendo por el Campo.

Un grupo de unos 25 corredores y corredoras van a buen ritmo (joder, qué nivel, los últimos van escopetados. Aquí no se ha colado nadie por despiste) y charlando de lugares lejanos y carreras hechas y por venir. Oigo entre las conversaciones referencias a Transvulcania, Transalpine run, Maratón Alpino Madrileño, Zegama, Gran Trail de Peñalara...



El Guadiana va cargado de agua como si fuese el Ebro, los campos verdes se convierten en tapices amarillos de las flores recién brotadas al sol después de la abundancia de lluvias de las últimas seis semanas y bajo el sol radiante que ha decidido que, ahora si, ya es primavera. Pronto estarán rojos los campos por las amapolas antes de que el calor las arrugue como viejas pollas en pocos días. Toda esta belleza es efímera y será sustituida por el secarral que hay esperando a convertir estos paisajes dignos de una pradera inglesa en suelos ocres y sembrados de cardos. También tiene su encanto ese otro panorama duro y polvoriento, pero hoy toca mojarse los pies cada poco, como si estuviésemos en un arrozal.


Donde había un hilo de agua aparece un río, donde había un charco una laguna y nos empapamos los calcetines sin miedo a que no se nos sequen los pies.

La crecida del río Guadiana hace inviable la ruta original prevista, que implicaba vadear el cauce en un lugar estratégico (ya sabemos como es de inconstante el Guadiana. Las comparaciones serían odiosas, porque cada río hace lo que buenamente puede). Hay personas que son Guadianas y no hay que enfadarse con ellas ni guardarles rencor, simplemente aceptar que su cauce oscila y, a pesar de ello,  quererlas entrañablemente como aceptamos los pulsos en otros fenómenos naturales.


Mi compañero Rafael, que no se me olvide inmortalizar el momento, decide comprobar si las últimas lluvias han dejado el terreno mullido y posa en la siguiente foto como si se estuviese cayendo. Que no, que lo ha hecho a posta, que conste.

Rafa besando el suelo en agradecimiento ritual por la Primavera al llegar a un reagrupamiento
Nos acercamos a los restos de antiguos volcanes. De ellos no queda más que fragmentos reconocibles por los profesionales de la geología tras eones de erosión y sedimentación, pero tiene su encanto saber que fuerzas tan poderosas andaron sueltas por la meseta sur de lo que hoy es Castilla, la otra, la manchega.

A la derecha, arriba, los restos del volcán.
Corriendo mi modesta persona, para quien no me conozca.
Fotografía por cortesía de Rafa.
Por aquí fue la batalla. Nos comentará luego un profesional de la arqueología, que como todo el mundo en pantalón corto y sudado es difícil de reconocer como tal a primera vista, que se han encontrado entre los restos de la batalla camellos de los que nuestros antepasados almorávides llevaban al combate. Estos suelos rojos por los óxidos de hierro estuvieron en su momento empapados por la hemoglobina de quienes por un mismo supuesto dios, el mismo pronunciado en dos idiomas distintos, creían adecuado cortarse las gargantas en su nombre o, lo que es peor, por los derechos feudales de señores propietarios de la gleba y sus siervos de ella.




Hemos ido "picando" hacia arriba, lo que anuncia, en primer lugar, buenos paisajes y vistas y, en segundo lugar, la esperanza de una bajada técnica por la que lanzarse a correr como poseídos por los dioses del metal.
Ahora de frente.
El otro día el blog ha tenido más de cien visitas en un día,
así que me obligo a dar la cara y presentarme a l@s desconocidos


Y llega la cuesta abajo, divertida, momento de hacer poesía con las piernas y bailar una bajada... Nos empezamos a dejar caer y a divertirnos. Salto por aquí, finta por allá...¡¡¡¡¡ aaaayyyyyyyy!!!!

El dolor y la reacción al dolor llegan un instante antes que la conciencia de que me he torcido un tobillo. Esguince. Muy doloroso. No es una broma. Estoy en un lío.

Mi compañero se para y me presta auxilio. Intento seguir y no pararme para reducir el daño en lo posible, pero no puedo correr, solamente caminar... uf. Tengo el maratón en dos semanas. Me he lesionado y de momento me pierdo acabar el recorrido de 50 kilómetros previsto para hoy. Se me amontonan los malos presagios: los objetivos de la temporada, la forma física general que tanto ha costado conseguir, correr como válvula de escape a todas las tensiones a las que he estado sometido últimamente y cuya marea se estaba retirando... paciencia. Es pronto para saber como está la cosa. En el peor de los casos una paradita de dos semanas si no ha habido rotura grave.

Se queda conmigo Luis, miembro (con perdón) de Corriendo por el Campo y gran tipo y grata compañía. Vamos hablando de mi recién iniciada tesis doctoral y descubro en él mismo una valiosa fuente personal y varias documentales que ya le pediré por correo más adelante. Resulta que tiene interés y conocimientos por temas muy cercanos y relacionados con mi futuro campo de investigación. Qué bien. Otra cosa buena que llevarse hoy en la mochila. Caminamos hablando de nuestras cosillas hasta que Sagra, enfermera que venía hoy a hacer solamente 25 kilómetros, me viene a recoger con su furgoneta más o menos dos kilómetros antes del punto en que había dejado su coche. Más gente encantadora.



Llegamos a tiempo de ver entrar a los primeros (qué bestias). Nos invitan a empanada y cervezas (tengo que conducir, pero acepto un ibuprofeno para luego, que me acabo de tomar un diclofenaco). El tobillo está muy hinchado, con bastante edema, pero sin hematoma y puedo hacer el gesto, con dolor, de caminar. Tiene pinta de un esguince grado 1. Me doy cuenta que estoy rodeado de expertos en la materia: corredores de montaña, dos enfermeras y un socorrista como mínimo. podríamos escribir en un momento un tratado sobre esguinces y torceduras con los conocimientos reunidos de este grupillo.

Vuelta a Madrid, antiinflamatorios no esteroideos, frío en forma de bolsa de revuelto de ajetes cogelados con una toalla debajo, compresión, elevación del miembro (con perdón de nuevo) y reposo.



El martes tocará fisioterapéuta. Por anteriores experiencias supongo que me tocará una sesión de "masaje transversal profundo" o "Cyriax". Lo peor es que va sin epidural. En fin, son las reglas de juego, si uno no arriesga, no alcanza la gloria y, a veces, toca sufrir el dolor en su lugar. Otra vez hablando de lo mismo...

Hoy lunes no pinta mal, quizá por el efecto miorelajante, vasodilatador, diurético, análgésico y emborrachante en general de las cervezas del concierto de ayer por la noche y, es que uno está en la edad de salir.

¡Salud y Metal Trail!