jueves, 12 de febrero de 2015

Tontos y listos

"Condicionamos a las masas de modo que odien el campo —concluyó el director—. Pero simultáneamente las condicionamos para que adoren los deportes campestres. Al mismo tiempo, velamos para que todos los deportes al aire libre entrañen el uso de aparatos complicados. Así, además de transporte, consumen artículos manufacturados"
Un mundo feliz.
Aldus Huxley
Ayer hablábamos (es un decir) de Gente lista, como Alan Turing, y de gente tonta (eso ya sin dar nombres). Gente que usa su inteligencia como la usaba Turing, que viendo un galimatías aparentemente indescifrable era capaz de imaginar un mensaje posible y reconstruir la "ruedecita" que debeía ir inserta en el aparato de codificación que lo había generado por medio de un algoritmo de doble vía. Él, en un salto intuitivo inimaginable para cualquiera de nosotros, pudo reconstruir los algoritmos mediante ingeniería inversa, pero lamentablemente no usó nunca su inteligencia para caer bien a los demás, para no meterse en líos sociales, para gestionar bien sus emociones y para ser una persona feliz.

La máquina "Enigma"
Todo el mundo, en mi modesta opinión, es más o menos igual de inteligente. Apreciamos diferencias porque estamos inmersos en el día a día dentro de una especie animal y una sociedad en la que las pequeñas diferencias nos resultan significativas. Significativas para nosotros. Más significativo me parece el uso que se da a esa inteligencia, como se invierte la capacidad de cada uno. La "cantidad almacenada", en el improbable caso de que pudiéramos pesar el pensar de una forma adecuada, no nos indicaría si esa inteligencia se desperdicia o fracasa vilmente.

La mayoría de las personas con discapacidad intelectual, por ejemplo, que consideramos poco inteligentes manejan el lenguaje con facilidad, a un nivel imposible para cualquier máquina programable o para cualquier otro animal distinto del ser humano. Es una situación similar a cuando nos parece que unas personas son mucho más fuertes que otras. No tenemos en cuenta que las mínimas diferencias que pueda haber entre dos seres humanos (no digamos con una máquina) no son significativas si se comparan con la fuerza que puede desarrollar una ballena jorobada o un liopleurodon (ver imagen más abajo del bicharraco). Simplemente las personas usamos o desperdiciamos o atrofiamos nuestra inteligencia potencial en cosas distintas y con distinta valoración social. Por ejemplo, alguien que usa su inteligencia para diseñar ordenadores y que, con ello gana ingentes cantidades de dinero (Steve Jobs), es mucho más valorado y reconocido socialmente como un "genio" que alguien que desarrolla un sistema operativo libre (Richard Stallman), entre otras cosas porque medimos la genialidad según un estándar de "dólares ganados".

Imaginen ustedes la fuerza de un bicho capaz de zamparse una racioncita de elefantes en brochette
A continuación traten de mover, contra su voluntad y sin usar herramientas,
a una vaca o a un burro, que no son mucho más grandes que nosotros.
Con el tiempo una carga de cinismo se va adhiriendo a nuestros pensamientos. ¿Hay "listos" interesados en que correr esté de moda, como cínicamente nos señala Huxley en Un mundo feliz? ¿A quién y por qué puede molestar?

En principio quienes pueden ser reacios a la popularización una actividad tan inocua pueden ser, por un lado, quienes se sienten cuestionados o culpables porque mantienen una vida sedentaria. Por otro lado, quienes crean que pierden la exclusividad y diferenciación que les aportaba correr. En ambos casos estaríamos hablando de reacciones a nivel psicológico de individuos, con toda la variabilidad y complejidad posible que puede haber entre dos seres humanos cualesquiera. Será difícil de aceptar en uno mismo uno de estos posicionamientos pero podemos tranquilizarnos pensando que "son los otros" los que reaccionan de una manera tan, por otro lado, humana. Si una persona con una vida sedentaria se siente cuestionada puede reaccionar con un chiste fácil del tipo "correr es de cobardes" o si siente que han llegado nuevas generaciones que le han quitado el juguete con un "no tenéis ni puta idea, lo de antes si que era correr".

Tampoco olvidemos que cuando hablamos de "la moda de correr" hablamos de un significativo aumento de personas activas en nuestro país en los últimos tiempos, de una tendencia que es esperanzadora pero muy minoritaria. La mayoría de la sociedad sigue manteniendo patrones de conducta muy sedentarios. No hay tanta moda.

También con cierto fundamentum in re, puede molestar esta "moda" a quien se pueda sentir molestado o estorbado por la actividad del corredor: paseantes de perretes mal educados por sus dueños (con la mayoría no hay problemas), ciclistas y patinadores en sus cotos (o fuera de ellos, pero como con los dueños de perretes, con la mayoría no hay ningún conflicto) y hablando de cotos... no, de los cazadores hablamos otro día. El tema de la caza es para otra entrada.

Nadie piensa de si mismo que es un monstruo vanidoso "que se mola cantidad" o una criatura vaga y perezosa. Sin embargo conocer un poco más al ser humano que somos nos ayuda a profundizar en la naturaleza humana en general dado el supuesto que hemos asumido de que los seres humanos somos, fundamentalmente, parecidos. Cuando nos idealizamos a nosotros mismos como ángeles incapaces de sentir envidia, de ser vagos, de ser irracionales, de ser narcisistas, nos ponemos una venda a la hora de comprender mejor el mundo. Es por esto, en mi opinión, que la ironía es la más poderosa arma que Sócrates pone en manos de la filosofía. La capacidad para burlarse de uno mismo y de los otros seres humanos (por extensión) es lo que nos sitúa en el estado mental adecuado para abordar cualquier investigación.

(c) CC Ernst Vikne from Skien, Norway
El jogging, un movimiento de los años setenta, a estas alturas, sólo puede estar corrompido por las élites, o desaparecido. Corrompido como partidos y sindicatos organizados en aquella época o desaparecido como los movimientos vecinales coetáneos de los extrarradios de las ciudades o los "curas rojos" en la Iglesia Católica a la Romana.

¿Qué quiero decir?

Quiero decir que los seres humanos no son ángeles. Que donde hay dinero y reglas de juego que permiten ganarlo nadie va a añadir más reglas que limiten las ganancias. Lo de la "ética en los negocios", dejada a la buena voluntad de quienes los hacen, es... una estupidez. Lo digo así de brutalmente. Si alguien piensa que los organizadores de carreras como la San Silvestre Vallecana deben ser quienes velen por garantizar que se conserve el espíritu de la prueba deportiva popular, está poniendo a los perros a guardar la longaniza. Es como si a los bancos no se les pone límites a la hora de hacer negocio especulando con los créditos hipotecarios. Lógicamente cualquier contrato con, o permiso de, la administración para realizar eventos deportivos debe estar guiado por un buen criterio y por el sentido común. Por la honradez y profesionalidad de los políticos, eso que tanto echamos de menos. Parece de simple, estúpido, nuestros representantes, que por eso les pagamos y para eso existen, deben ganarse el sueldo, entre otras cosas, dando directrices y vigilando que se cumplan. Regulando que no sea un egoísmo inteligente la lógica de cualquier negocio.

Existe marketing verde que nos vende cualquier cosa como ecológica, marketing social que nos coloca cualquier servicio como imprescindible para salvar el mundo. Cualquier producto alimenticio se vende como saludable, nutritivo y hasta medicinal. Los medicamentos se venden como alimentos (¡Fácil de tomar! ¡Masticable! ¡Sabor cola ácida!) y los alimentos como medicamentos (¡Protege tu corazón! ¡Mejora tu tránsito intestinal! ¡Refuerza tus defensas!) todo ello ante la mirada de indiferencia de las autoridades sanitarias y de aquellas que deberían velar por los derechos de los consumidores. Lógicamente cualquier marca que entra a crear un evento deportivo o gestionar uno existente, a vender productos relacionados con la actividad física, se encuentra con un ecosistema legislativo absolutamente favorable para contarnos cualquier cosa y colocarnos su mercancía y con una clase política predispuesta a permitir que se haga negocio a cualquier precio... o a veces a un precio... precisamente.

Cualquiera que haga negocio con esto, quiere que correr esté de moda. Y entre gente honrada, mucho "listo" también.

El problema es que quien se cree listo, cree que los demás somos tontos. El que se salta la cola en el supermercado, el que se mete en un atasco en el último momento para no esperar, está convencido de que los demás no lo hacen porque no se les ha ocurrido, porque esa persona que tienen delante es menos "lista" que ellos. El que me dice que la nueva tecnología incorporada a su zapatilla me va a hacer volar, quien me dice que una carrera por asfalto de diez kilómetros no se amortiza vendiendo los dorsales a veintitrés euros, quién llama a plataformas de voluntariado social para conseguir mano de obra gratis para su carrera... se sitúa a si mismo por encima de los demás. Nos tratan como si fuésemos, además de fácilmente engañables (que lo somos), como tontos porque ellos son listos.

Lo peor de insultar la inteligencia de la gente es que difícilmente perdonamos la afrenta, porque somos así de limitados.

"Nunca odies a tus enemigos, afecta tu razón." 
Michael Corleone. 
El Padrino III


viernes, 6 de febrero de 2015

Listos y tontos

"Los tontos se repiten todos los días... ...como el ajo"
Anne Marie Genevieve Souplet,
filósofa francesa contemporánea.
Estuve viendo el otro día la película basada en la vida de Alan Turing. No sé si recomendarla. A mi me gustó porque me pareció que cuidaba algunos detalles y guiños, y por lo menos no escondía su homosexualidad como en la lamentable "Enigma" de 2002, un insulto revisionista gratuito a la memoria del genio. Añadía la nueva versión, eso si, muchos elementos de cosecha propia. Se echan de menos también varias cosas como la deuda que tiene el mundo con los criptoanalistas polacos que hicieron buena parte del trabajo (¡Oh padres Lukasiewicz y Tarski, perdonadlos!). No aparece el 75% de mujeres que trabajaba en las oficinas de desencriptación, no solamente "secretarias", sino muchas buenas matemáticas. No mostraba tampoco la personalidad tímida y amanerada del genio, ni su tartamudez.

La película no mostraba que, además de un excelente corredor de la milla, a menudo hacía tiradas largas entrenando desde Londres a Bletchley Park, a unos sesenta kilómetros y siempre que podía se metía buenos tutes corriendo por el campo. Estaba fascinado por los maratones, una de sus grandes pasiones. Llegó a correr un maratón en 2 horas y 46 minutos y aunque hoy nos puede parece una marca modesta (para la élite), en aquellos tiempos no lo era tanto y mucho menos para un corredor "popular". El Argentino Delfo Carrera ganó el maratón olímpico con 2 horas 35 minutos en 1948. De hecho Turing estuvo preparándose con la intención de competir con el equipo británico en esas mismas olimpiadas, aunque una lesión frustró su intento.

¡Demonios!, Turing era uno de los nuestros. Aunque no voy a decir lo que "somos..." para que Luis Arribas no nos complete la frase.

Alan Turing, el matemático, dándolo todo
Aparte de ser la persona que mayor contribución individual hizo para la derrota del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial desencriptando las claves de comunicación nazis (algo que le agradeció el estado británico condenándole a castración química por el delito de su homosexualidad y que le llevó al suicidio si no es verdad que los servicios secretos "le suicidaron"), Turing hizo tres grandes aportaciones a la historia de la computación. Por un lado diseñó los primeros ordenadores programables, herederos de los cuales son esos milagros de nanotecnología que llevamos en los bolsillos y que sirven para compartir fotografías de gatitos (en el mejor de los casos). Quizá los seres humanos no merecemos más y, como opinó hace poco Fran Delgado, hay que empezar de nuevo desde cero con escolopendras (yo no soy tan radical, creo que cualquier miríapodo podría servir). Por otro lado, en respuesta a la cuestión de si las máquinas podrían pensar, definió el concepto de "Máquina de Turing", lo que hoy llamamos un ordenador y con las mismas estableció si una máquina puede resolver problemas y de qué tipo y en cuanto tiempo. El "cuanto tiempo" es importante. Es la tercera aportación.

Cuando un ordenador inicia una tarea, aunque disponga de un algoritmo capaz de resolverlo, es decir, que el problema sea computable y resoluble por un procedimiento estandarizado general de resolución de problemas programable en una máquina de Turing, no se puede saber a priori el tiempo que tardará en dar la solución, acabar. Es el "problema de parada". Consiste en que si una máquina tarda un tiempo finito, por ejemplo, un segundo, no le damos importancia, pero cuando tarda "otro tiempo finito distinto", un millón de años por ejemplo y, antes de que transcurra ese millón de años, no sabemos cuando va a acabar, resulta levemente enervante. ¿Me preparo un café? ¿Me voy a casa y vuelvo mañana? ¿vuelvo dentro de un millón de años? Más pronto que tarde el ordenador "colgado" se convierte en el objeto de nuestra ira (y no la estructura matemática del Universo, echadle la culpa a que existan enunciados formalmente indecidibles en los Principia Mathematica y sistemas afines).

Para Turing la pregunta sobre si las máquinas pueden pensar tiene dos imprecisiones que la convierten en una pregunta trampa. La primera es que es muy difícil definir qué es pensar. La otra es la definición de qué es una máquina. A la segunda pregunta responde con una definición arbitraria que da lugar al concepto de "Máquina de Turing", sobre la primera cuestión niega la posibilidad de definir algo con lo que no podemos tener experiencia directa. Efectivamente. Podemos asistir a los efectos de esa causa. Podemos ver "conductas" pero no pensamientos. Solamente cada cual tiene contacto con su propio pensamiento, pero no con el de los demás. Quienes confunden "cerebro y mente" tienen que entender que la relación entre ambas es la que hay entre "ver y ojo". Se puede ver un ojo, no se puede ver "el ver", por lo menos no el de los demás, solamente el nuestro ver propio. Solo vemos nuestro pensar y las conductas producidas por el pensar ajeno.

Metáfora del precio del dorsal de algunas carreras
A menudo se define la inteligencia como capacidad para resolver problemas, para adaptarse al entorno en definitiva, si hablamos de animales.

La idiotez, como hemos estado meditando esta semana por el "caralibro", la estulticia, la borreguez, la tontería, se detecta con facilidad en quien siempre aplica las mismas soluciones que no funcionan a los viejos problemas, los que pillan la linde, la linde se acaba y... ellos siguen. Los que siempre hacen lo mismo y no cambian. Los que cuando llegas el lunes piensas ¿será hoy distinto? y no, vuelven a su monótono ser.

Siempre nos queda depositar nuestras esperanzas en las escolopendras o los robots positrónicos.