jueves, 10 de septiembre de 2015

Enzarzarse

A cada cerdo le llega su Ragnarok
MGO

Cuando se corre o se camina por el monte se descubren de pronto un montón de expresiones que uno lleva usando toda su vida pero que adquieren todo su sentido realizando estas actividades. La última de la que he tomado conciencia es de la expresión "enzarzarse".

Da la impresión de hemos perdido el contexto de la etimología de muchas de nuestras palabras y con ello mucha riqueza lingüística porque, al fin y al cabo, el moverse "a pata" era el medio más extendido para ir de un sitio a otro durante la mayor parte de la existencia de la humanidad para casi todo el mundo. Muchos giros lingüísticos que utilizamos a diario tienen que ver con el recorrer caminos y senderos pero, por el mero hecho de llevar toda la vida empleándolos, no somos conscientes de su significado original. Muchas personas se han enzarzado en discusiones años antes de hacerlo, propiamente, en zarzas.

Deliciosos frutos de la Rubus ulmifolius.
Causa de que muchos se enzarcen.
¿Quién no ha perdido el camino alguna vez? Sin estar desorientado, sabiendo perfectamente donde estás, pero sin saber qué sendero tomar... ¡cuidado!, hablo de correr. Por supuesto que hay una situación análoga en nuestras existencias cotidianas, pero hoy no toca hablar de eso porque, simplemente, no se da el caso de que esté viviendo esa situación en mi persona ahora mismo, aunque siempre la podemos recordar u observarla en los demás por ser algo muy frecuente. Pero más de una vez, hablando de situaciones meramente montañeras, en la Pedriza del Manzanares sin ir más lejos, uno tiene referencias de donde se encuentra. Sabe a dónde va y de dónde viene, pero no conoce la senda que está recorriendo ni por dónde debe ir. Eso es perderse sin haberse desorientado (mucho más peligroso lo segundo siempre, ya sea en el campo o en la vida, que mala cosa es en la vida acabar yendo en una dirección equivocada largo tiempo y luego tener que encontrar como llegar a otro sitio alejado de donde uno ha acabado).

En esos casos, a veces, se decide avanzar atrochando, campo a través, "tronchando lindes"... hasta llegar al camino que sabes que tienes que cruzarte sin ninguna duda. Vas... "p'allá" hasta que llegas a territorio conocido. Siguiendo la linea imaginaria que une la punta de tu dedo con el lugar que estás señalando.

La idea es sencilla y se supone que tiene que salir bien (lo suponen, sobre todo, los novatos en la materia) pero a veces entras en la vegetación y te encuentras un curso de agua, un torrente vertical y caudaloso que resulta un enorme peligro cruzar, que no es posible rodear y que te deja en un callejón sin salida. Otras veces una sima, un barranco, una falla que no podías ver hasta estar al lado es lo que te obliga a dar la vuelta. A veces es la vegetación la que se va cerrando y tienes que avanzar haciendo eses rodeando los macizos de pionos o de zarzas, teniendo finalmente que entrar a pincharte un poco, a marcar con pequeños y molestos más que dolorosos desgarros la piel expuesta o, lo que es peor, las membranas de los cortavientos y de las mochilas (carísimas) que, al contrario que nuestra dermis, no tienen, hoy por hoy, capacidad de autorregeneración. Te enganchas aunque vayas despacio, te arañas las piernas como si una docena de gatos histéricos se hubiesen afilado las uñas en ellas. ¿Y por qué no cogí las mallas largas, que no me acuerdo? Es más ¿Por qué no cogí un gran machete o quizá una desbrozadora de pelo o incluso una guadaña? Te preguntas mientras tu cortavientos se hace otro corte irreparable.

La sensación de enzarzarse es desagradable, frustrante, no se avanza nada. Luchas contra una fuerza sin inteligencia y tienes todas las de perder. Con personas necias o con arbustos de espinas es inútil tratar de avanzar si están demasiado cerca. Todo el mundo hemos sentido alguna vez esa sensación de habernos metido en un sitio de donde nos va a costar salir, donde no hay vuelta atrás... una discusión bizantina con alguien que parte de supuestos irreconciliables con los tuyos pero, que además, no sigue las reglas de la retórica y el diálogo que Aristóteles describía ya en el siglo IV a. C., por lo que ni tan siquiera recibes la gratificación de un enriquecedor debate con alguien con un punto de vista distinto del tuyo.

El otro día, después de una carrera, bajábamos la mayoría de los que habíamos participando en ella por la zona prevista, habilitada y marcada para ello y ya fuera de competición, de forma neutralizada. Por supuesto te encuentras con paseantes, porque todo el recorrido iba por rutas ya existentes (como debe ser). Quienes corren por la montaña tan solo nos diferenciamos en que usamos un calzado menos pesado, hacemos apoyos más cortos y rápidos y, en general, nuestro impacto es menor en los caminos que quien los recorre resbalando con unas recias botas o sobre los tacos de una bicicleta de montaña.

En un tramo en que el camino se estrechaba junto a una profunda cárcava, donde quizá un pequeño torrente se forme cuando una una tormenta alcanza la intensidad suficiente, iba una familia y los corredores pasaban alrededor, pero no cerca de ellos. Aprovechando su técnica de bajada usaban la mayoría el pedregoso fondo del curso de agua para progresar y rodear al grupo. Charlando entre ellos, trotando, soltando piernas porque ya lo habíamos dado todo en la competición, en el "kilómetro vertical" que tenía la meta oficial al final de la subida de mil metros de desnivel. Sin prisa ninguna porque, al fin y al cabo, no había ninguna premura en llegar y dejar de disfrutar de una bajada francamente cómoda.

Aproveché un momento para adelantar a varios de ellos en el sendero estrecho, en vez de meterme por la profunda zanja y continué caminando cuando ya no pude seguir haciéndolo detrás de quien parecía el pater familias y quizá el "lider" de la expedición, ya que iba en cabeza, con la idea de pasarle tres o cuatro metros más adelante de la forma más cómoda donde el camino ya se ensanchaba y acababa la cárcaba. Al momento una voz a mi espalda le dijo al caballero que caminaba con una inquietante parsimonia delante de mi:

- Papá, deja pasar.
A lo que el interpelado respondió con un tono hostil.
- Yo no tengo prisa, los que van con prisas son ellos... y continuó avanzando más despacio de lo que lo hubiese hecho, sin duda, si yo no hubiese estado detrás esperando para adelantarle.

¡Qué gran oportunidad de enzarzarme me perdí!

Esperé cinco segundos y le pasé a buena distancia para que no pudiese tener queja y con una sonrisa de oreja a oreja para... lo confieso, para molestarle y frustrarle con el gesto contrario al que él buscaba. Era obvio que quería enzarzarse conmigo y que yo podría haberlo hecho con facilidad, sobre todo otro día que no estuviese en un estado de ánimo de relax y disfrute como el que deja subir a todo trapo desde Miraflores a la Najarra, para dejarse luego caer tranquilamente por el camino de vuelta. Ni comiendo una tortilla de diazepan me hubiese encontrado el tipo menos predispuesto a responder a su provocación. Podía haberle dicho sin duda que, contrariamente a lo que él creía, yo no tenía prisa ninguna, que él no podría estorbarme ni aunque se esforzase aún más en hacerlo, que le estaba dando un mal ejemplo a su hijo, que en campo caben distintas actividades y nos tenemos que respetar unos a otros... pero hubiese sido como meterme en un macizo de zarzamoras son un Softshell de ochenta euros... y ni tan siquiera me hubiese hinchado a comer los deliciosos frutos.

Estas son las personas, claro, que se quejan de los corredores. Gente a la que es imposible explicar, sin enzarzarse en las afiladas agujas de su estulticia, que uno no va con prisa nunca aunque vaya más rápido que ellos, que de hecho soy un corredor lento y hoy precisamente voy sin presión ninguna, fuera de competición y cansado, y que simplemente corro... por lo mismo que él se irrita. Yo corro porque puedo y él no, porque no sabe hacerlo.

Intenta razonar con esto
Me diréis, y seguramente tenéis razón, que hay que hacer una tarea divulgativa, explicar, atraer a nuestro lado, tratar de crear una imagen positiva de nuestra actividad, pero mucho me temo que va a haber gente con la que esto sea un ejercicio fútil porque las causas de su hostilidad las arrastran consigo a donde van y la dirigen a todas las personas con quien se cruzan en todos los ámbitos de su vida.

Stultitia Imperatrix Mundi!

Es fácil entenderse con quien pone un mínimo de su parte,
no todos los encuentros son desafortunados.
Pero sería un placer debatirlo con ustedes, amables lectores, si tienen a bien poner un comentario en este humilde blog. Prometo no enzarzarme aunque no compartan mi opinión.