viernes, 25 de julio de 2014

UTMB -1 mes. Emociones y pasiones

"No conoceré el miedo. El miedo mata la mente. El miedo es el pequeño mal que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allí por donde mi miedo haya pasado ya no quedará nada, sólo estaré yo."
Dune, Frank Herbert
Reflexionábamos el otro día mi amiga Rocío y yo sobre cómo hay gente que parece triste y que, en el fondo, lo que está es enfadada y al revés. También te encuentras a veces por ahí quien va por la vida tan cabreado, con tanto enfado a flor de piel, con el gesto siempre torcido e irritado, que debe esconder necesariamente detrás de la mueca, esconderse a si mismo, una gran tristeza, una pena infinita. Lo hemos observado en los niños quienes hemos trabajado con ellos o quienes les han traído al mundo y criado. A los niños les cuesta distinguir cuando están tristes y cuando están enfadados y reaccionan a su tristeza con los mecanismos propios con los que se afronta la ira y el miedo. Cuando están tristes actúan huyendo, agrediendo, volviéndose apáticos o sumisos...

Confundir las emociones no es algo exclusivo de la más tierna infancia. Cada vez encuentro más adultos que no son capaces de reconocer su propia ira, que ante un suceso en el que estaría totalmente justificado el cabreo, quedan sumidos en una especie de dolor sordo desde el que no sienten más que tristeza y pena hacia el objeto (y sujeto) de lo que debería ser un justo enfado. Que se quedan atascados en el recorrido que lleva desde reconocer el daño sufrido hasta el perdonarse a uno mismo en vez de cargar con el peso de la culpa. En general distinguir con sutileza las propias emociones a las que se está sometido es una de las partes fundamentales de la maduración intelectual y emocional, es decir, de la maduración personal, ese proceso siempre inconcluso pero siempre perfeccionable. Crecer, sobre todo cuando ya no se aumenta de estatura, es un recorrido lento y complejo y no necesariamente, pero a veces si, doloroso. Largo como una carrera de cien millas por la montaña. Me preocupan algunas personas que conozco y que se encuentran en estado de no-enfado permanente.

De estos temas está mal visto tener opinión no profesional. Si la filosofía se ocupó en el pasado de las emociones y los sentimientos, del álgebra emocional, de las pasiones, hoy en día ese terreno ha sido ocupado por la psicología, la "ciencia" de la conducta observable y mensurable que, por ejemplo, aporta buenas soluciones a como enfrentar el miedo con distintos tratamientos y abordajes según escuelas y métodos diferentes, aunque no resuelve, nunca, por caer fuera de los límites de eso de la "conducta observable", otros fenómenos cognitivos tan importantes para la vida humana como pueden ser, por ejemplo, el valor, la valentía quiero decir. Hay una psicología del miedo, capaz de medir sus causas y efectos y la mejor manera de metabolizarlo pero, como señala José Antonio Marina, la valentía aún es terreno y coto de la filosofía. No hay ni puede haber una psicología del coraje (ay... Courage!).

No parece buena idea andar contando los días que quedan para correr el UTMB. Por un lado es aumentar la presión, los nervios. Por otro es contar los días para que se acaben las vacaciones antes que ni tan siquiera empiecen. Un lío de emociones que cuesta aclararse a uno mismo. Afortunadamente emociones suaves. No dramaticemos.

Mer de Glace, Chamonix (c) robsimmon
Ya me pasó en 2012 que las vacaciones, obligatoriamente consumidas en agosto, acababan con el objetivo de la temporada. Los días para que llegue el descanso van desapareciendo, pero cada vez lo hacen más lentamente. Hay ganas y miedo a que avancen los días. Miedo y ganas de tomar la salida aunque ello supone que se acabarán unas vacaciones que aún no han empezado. Faltan dos semanas de "subida" de entrenamiento y tres de "bajada", y están omnipresentes las molestias musculares casi inevitables cuando se asimila mucho volumen de ejercicio, y ante la expectativa de un desafío que nunca se ha afrontado, hacen que la incertidumbre arroje sombras sobre el resultado y, también, sobre el estado de forma que se tiene. Es el "síndrome del empollón", ese tipo que antes de un examen teme que va a suspender aunque ha estudiado y se lo ha preparado adecuadamente. Nadie siente tanto miedo a suspender como esos nerds que sacan todo sobresalientes. Miedo a pasar las vacaciones pensando y anticipando el momento en el que acabarán.

Creo que el año que viene me busco mejor algo para los primeros días de agosto.

El cerebro se activa para defenderse, para anticipar una amenaza que no está en el presente, que no es realmente una amenaza. Está por ahí, por debajo de las conversaciones y de los pensamientos, pero una inquietud flota en todo momento y va ganando presencia a medida que se aproxima la cita. El miedo a lo desconocido. No hay estrategia, ni recuerdos, ni experiencia análoga con la que afrontar la carrera a partir del kilómetro 120...


Así que recurriremos a nuestro mantra, no a la programación neurolingüística ni a la autohipnosis, simplemente nos repetiremos una vez más: "el miedo mata la mente..."


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