martes, 20 de enero de 2015

La soledad del asfaltero de fondo

«¿No tienes enemigos? ¿Es que jamás dijiste la verdad o jamás amaste la justicia?»
Santiago Ramón y Cajal
No he olvidado que hace algunas semanas prometí hablar acerca de cierto tipo de soledad del corredor. No la soledad de quien, porque va por delante o por detrás de la mayoría corre sin la presencia física de otras personas con dorsal, destacado o descolgado del pelotón. Ni de esas carreras que se estiran a lo largo de cientos de kilómetros y en las que acabas por recorrer la distancia entre dos avituallamientos sin hacer contacto con nadie, aunque sabes que existe quien te precede y quien te sigue. Tampoco hablo  de esos entrenamientos solitarios a las cinco de la mañana, cuando aún no han puesto las calles, que se recorren como en un sueño para no robar tiempo a los seres queridos. Esos que se pueden hacer los días que solo vas a usar un porcentaje de tu atención y creatividad en el trabajo. Esos en los que por Madrid Río solamente te cruzas al personal de seguridad que vigila que nadie robe mobiliario. Me refería más bien a la sensación que tienes cuando estás rodeado de una multitud de desconocidos, en medio de una de esas carreras a las que te apuntas y nadie te acompaña, ya sea porque te dejan "tirado" o porque nadie más se ha animado desde el principio. Llegas allí y no conoces a nadie. Todo el mundo habla de ritmos y de marcas y tú eres un bicho, con tu buff, tus manguitos y tu camiseta de carreras de las que nadie ha oído hablar por estos lares. Miras alrededor y sientes que practicas un deporte distinto de toda esta gente que huele a reflex. No sabes cuantos kilómetros haces a la semana. Tú solamente mides tiempo, desnivel y sensaciones. Alrededor solamente captas conversaciones sobre ritmos de minutos y segundos por cada kilómetro.

Corredor apuntando el entrenamiento del día: "15 Km. a 5'40'', buenas sensaciones..."
La primera vez que me asaltó algo parecido a esta soledad fue en las discotecas de mi adolescencia. Llegabas allí, con el pelo largo que te hacían recoger en la entrada, disfrazado de cualquier cosa que requiriese el relacionarte con la gente de tu edad, aunque tú, nerd, friki o como lo quieras llamar, estabas interesado por cosas muy distinta a la mayoría de ellos. Había un interés en común, claro: las chicas; y ese era el que te llevaba hasta un oscuro agujero con luces de neón, espejos  y "música" tecno. Lo que se entendía por música era un ruido ensordecedor que nada tenía que ver con los majestuosos sonidos que te acompañaban en soledad en tu walkman cuando tenías oportunidad, donde se reproducían casetes con música de Bach, Mahler y Shostakovich o, si acaso, de Barón Rojo o los Judas Priest. Los libros que hablaban de civilizaciones extraterrestres e imperios galácticos, robots o de mundos de fantasía llenos de dragones, elfos, magia y espadas no servían para ligar. No estaban de moda. El cine y las series de televisión no habían convertido lo "bizarrillo" en trending. Aunque hubiese servido, no se podían abordar tan complejos temas bajo el estruendo de unas pocas notas repetidas machaconamente en las que no había un desarrollo armónico de un tema melódico, sino mera repetición de una base que sonaba siempre más o menos igual y siempre a un volumen que impedía la comunicación. Este profundo rechazo y hasta aversión por la moda musical no facilitaba, tampoco, el ser capaz de bailar con algo que se pareciese de lejos a un poco de coordinación. La sensación era de soledad. De marciano en misión de observación que tiene que ir elaborando el informe final sobre el planeta Tierra y no sabe ni por dónde empezar.

No se puede estar más solo que rodeado de gente. En el metro, en una gran ciudad, con personas con la que no se puede hablar si no ocurre algo que permita vencer el tabú social de iniciar una comunicación con una persona desconocida en un espacio público sin una razón y motivo plenamente justificado y socialmente aceptado como válido. No se puede estar más solo que entre vecinos con los que te cruzas durante años y compañeros de trabajo con los que te sientas durante horas cada día sin llegar nunca a romper una barrera, una distancia invisible pero presente que garantiza la no implicación emocional, una especie de friendzone interior en paralela a la "zona amiga" exterior que separa la amistad de las relaciones sentimentales y que, como la otra, solamente se rompe con la violencia de un golpe de Sansón derribando el Templo de los filisteos. Si alguien en el metro se te acerca y se pone a hablar contigo sin motivo, de inmediato, la reacción más lógica, es tratar de extinguir la conversación. No dar "palique" al loco de turno, que por sus actos, así se define quien va contra la norma establecida.

Corredor tropezando con el arco de meta al acabar una carrera agotado.

Estar rodeado de "asfalteros" en una carrera no tiene nada de malo. Reconozco que solamente buscaba la excusa para pensar sobre la soledad. Es verdad que me puedo sentir por un momento fuera de lugar hasta que encuentro alguna cara conocida o se toma la salida y me sitúo en mi zona de ritmos trotones, pero en cualquier carrera popular me siento igual a los demás. Miro alrededor y, de vez en cuando, veo la badana, ese tubo de tela de colores que se lleva en la cabeza, de un "getepero" (alguien que ha corrido el Gran Trail de Peñalara), maiots de triatlon que anuncian la presencia de otro extraterrestre, pero de un planeta distinto del mío. Veo corredores de toda la vida que no se preocupan por arañar un segundo cada kilómetro ni de hacer en cada carrera su mejor marca. Gente que baja el ritmo para ir charlando con su pareja o con su amigo y disfrutar en compañía del recorrido. Familias que corren juntas. Tipos que charlan con el de al lado aunque no le conozcan, como cuando dos montañeros se encuentran arriba. Tipos tan distintos entre si como lo pueda ser yo de ellos y, en definitiva y por tanto, iguales a mi. En estos casos no se corre en soledad.

Hace poco una amiga nos contaba que ha sufrido acoso laboral. Ninguna persona está más sola que rodeada del acoso de los envidiosos e ignorantes y la cobardía de los que permanecen neutrales y "equidistantes". Nadie se enfrenta a mayor soledad que quien ve como alrededor todo el mundo mira hacia otro lado esforzándose en fingir que nada ocurre para no buscarse problemas, para que la víctima sea el de al lado y no ellos. El esfuerzo es tan grande y profundo que hay quien consigue, realmente, no ver conscientemente lo que ocurre frente a sus ojos. Esa soledad es la peor. Cuando dudas de ti mismo y de tus percepciones frente al aparente consenso general. Eso es lo que mina la moral y te hace sentir que no tienes a nadie a tu lado (salvo lo que hemos venido denominar, técnicamente, en otras ocasionas como "una piara de reverendos/as hijos/as de la grandísima puta"). Tomar conciencia de que se está sufriendo una situación de injusticia y tomar medidas para enfrentarse a ello, para que se produzca un cambio de algún tipo en la situación, es el único camino hacia la rehabilitación y la curación cuando el daño ya se ha recibido. Hacer daño es fácil, por lo menos más fácil que curarse, como si de una profunda lesión deportiva se tratase. Afortunadamente en este caso así es, se ha iniciado ya el camino hacia la liberación y, como precisamente es a la gente más valiosa a la que se le hace este tipo de ataques, una vez lejos de la gentuza solo hay que reiniciar poco a poco los ejercicios de fortalecimiento y recuperar la alegría que desplace el recuerdo de las personas miserables y que no merecen más dolor que su triste vida de matones de parvulario.

Pero hay gente que por su altura moral, por la alegría que sabe compartir a su alrededor y por su nobleza, nunca va estar sola, y que siempre va a tener gente alrededor (aunque sean unos desastres que le deben una llamada). La soledad es, más que un estado real, una sensación de estar en el sitio equivocado, como cuando yo llegaba a la disco.

Y, a veces, es verdad que se estaba en el sitio equivocado. Todo nómada sabe lo que tiene que hacer en estos casos.
Nadie aprende, nadie aspira, nadie enseña a soportar la soledad. Ser independiente es cosa de una pequeña minoría, es el privilegio de los fuertes.
Friedrich Nietzsche

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