Ayer me pasó por encima la XVII edición del Maratón Alpino Madrileño, "posiblemente el maratón más duro del mundo". Sin duda uno muy mal medido. El secreto de su distancia exacta y el por qué hay que hacer un secreto de ello son dos incógnitas hace bastante tiempo entre los corricolaris de las estepas centrales.
Seguramente hace 17 años no había tantos maratones salvajes en tantos lugares del mundo. En aquel momento una carrera como el MAM era una locura que conocían un puñado de inconscientes y que se reunían para correrla en el puerto de Navacerrada. Seguramente era el maratón más duro del mundo.
Con el tiempo han ido apareciendo pruebas cada vez más brutas, con más desnivel, a más altura, en climas más inhóspitos. Además la moda "ultra" ha hecho que correr "solamente" un maratón parezca poca cosa. Todo lo que no esté entre 80 y 350 kilómetros y entre 5.000 y 20.000 metros de desnivel positivo acumulado se considera una carrera para flojos que no merece más que un tratamiento de "entrenamiento para pillar un poco de chispa".
Pero el MAM ha ido aumentando su dificultad con el paso de los años. No será la carrera más dura para la mayoría... todo es relativo. Para un friolero la peor será el Nort Pole Marathon, para otros puede ser el desértico maratón del Mar Muerto en Jordania. Cada uno tiene sus puntos fuertes y débiles y lo que para mi es una carrera muy difícil por las bajadas técnicas (subiendo soy un poco mejor, soy tipo "tractor diesel"), a otra persona le puede parecer relativamente cómodo dejándose caer con alegría por donde yo voy soltando "suputamadres", verdadero patrón de medida de este tipo de carreras más que la distancia y el desnivel, que dan una información incompleta.
En su día era una carrera tan épica y única que a los "finishers" se les daba una camiseta y un diploma de "supervivientes" por el mero hecho de acabar el recorrido en los tiempos de paso límite. Una camiseta (de algodón) que se sigue dando cada nueva edición y de las que yo colecciono 5. Cinco carreras muy distintas unas de otras que no da tiempo de repasar hoy. En unas aguanieve, ventisca, hipotermias... en otras insolaciones y retiradas masivas estrujados todos los jugos corporales por el sol inclemente.
El nuevo lema no oficial de la carrera es "la dureza se la pones tú". A lo mejor no es el maratón más "alguna cosa" en nada. las hay más largas, más técnicas, con más desnivel, con más frío, con más calor... pero si eres un superviviente, puedes ir a darlo todo, ponerle tú la dureza para convertirlo en el maratón más duro... que un MAM ya entretiene, como le escuché decir hace poco a Aurelio Olivar, que algo sabrá de ello alguien que ha hecho podio tres veces en esta carrera y tiene un palmarés tan impresionante.
Dispuesto a ponerle dureza, porque uno es un inconsciente (arrepentido, eso si) salí la noche antes a tomar cuatro o cinco cervecillas (no recuerdo cuantas exactamente). Teniendo en cuenta la "sangre de horchata" que tengo, eso equivale en mi metabolismo a lo que en otra persona serían cuatro o cinco pelotazos de ron, frontera que afortunadamente no crucé.
Y es que era el fin del curso de la Escuela Mástil, y concierto de los "Aprobado General", y primavera y una noche de sábado muy de estar tomando algo... Aún así dormí cuatro horas y salí disparado, tras consumir una bebida energética, en dirección a Cercedilla a recoger mi dorsal y, al menos, intentar llegar a meta.
Llegar, llegué.
No llegué bien. Todo hay que decirlo. Acusé el exceso de la noche anterior y me arrepentí mil veces de no haber dormido una hora más y tomado tres cervezas menos. Al menos es un error que no volveré a repetir, por lo menos en pruebas de este calibre (calibre XXL).
Salimos como si nos persiguiese una jauría de lobos. Yo estaba en la parte de atrás y el ritmo en las primeras rampas de subida era más rápido de 6' el kilómetro. En un maratón de asfalto hubiese habido un significativo porcentaje de gente que hubiese salido más despacio en llano, que quedaba aún muuuucho por delante, sobre todo para los estábamos atrás. La gente cada vez es más brutita y está mejor preparada. Recuerdo que en las primeras ediciones en las que participé, con andar las subidas y trotar las bajadas ya ibas adelantando a algún despistado que se había metido allí por error.
Subí corriendo casi hasta el puerto de Navacerrada, donde empiezan las rampas fuertes. Estamos hablando, no de una "rampa fuerte" de ciclista, del 8%, sino una "rampa fuerte" de corredor de montaña, un 90-110%. La próxima vez que paséis por allí, fijaos en el telesilla que sube al Alto de Guarramillas (Bola del Mundo), pues la carrera va directamente por debajo en linea recta.
La foto de la "subidita", que luego habrá que bajar con las piernas maceradas en docenas de kilómetros y miles de metros de desnivel positivo. |
En las subidas me suelo ver bien. Si bajase con soltura me cantaría otro gallo. Seguramente ganaría otra hora más. Soy la escoria del trail running. Los corredores de montaña presumen de lo bien que bajan, no de su técnica de subida. Sin embargo también es importante. He visto a mucha gente progresar hacia arriba perdiendo tiempo y gastando un exceso de energías, que es lo que yo hago, exactamente, cuesta abajo.
La bajada a Cotos, por la Loma del Noruego, ya sabía yo que sería lenta y que me adelantaría todo el mundo. También vi gente "apretando" para ganar unos segundos cada kilómetro que seguramente luego le pasarían factura. En esta carrera (me refiero a la gente que no llega "sobrada", que alguno hay), una de las claves es en bajar hasta Cotos al ritmo más cómodo para cada cual, que en cada caso será más o menos rápido, pero no gastar energías en ganar cinco minutos que después perderás multiplicados.
En la subida a Peñalara, supuesta mitad del recorrido, adelanto a tantos como me pasaron bajando. La mayoría me los iré encontrando hasta que finalmente se "marchen" y lleguen a meta antes que yo.
En la subida quemo los últimos restos de alcohol en sangre que pueda tener, y poco después el calor y los excesos nocturnos se unen para proporcionarme el primer calambre muscular en una bajada en la que voy dando pasitos cortos y rápidos. A partir de aquí sufrir y sufrir. Quizá la subida me permita dar un descanso a los abductores.
Segundo paso por Cotos. La verdadera mitad de la carrera, por lo menos para mi, que siempre vengo a tardar el doble de lo que marco en este control. En este caso clavo las 4 horas. Mientras, en la meta en Cercedilla está entrando el primero. Me he cruzado alguno bajando como poseído por Satanás en el momento en que yo iniciaba la subida, único contacto con la cabeza de carrera que voy a tener.
Ahora son unos tres kilómetros de carretera, luego pista, a ratos cómoda y a ratos no. Hay que aprovechar para correr siempre que se pueda. Sé que luego viene el infame Tubo de Cabezas de Hierro que cuesta una vida subir y va a apretar el sol. Los voluntarios animan el ambiente y sacan una sonrisa hasta a los más desfallecidos. Empieza la larga ascensión. 700 metros de desnivel en apenas 3 kilómetros por la ruta de pendiente máxima y acabando con una trepada por grandes bloques de granito que agradecemos para poder "ir a cuatro patas", porque con dos ya no nos es suficiente.
Llegamos arriba y empieza la bajada, técnica y con las piernas rotas muscularmente. Para mi empieza lo peor de la carrera. Renquear la larga y lenta bajada, un par de caídas, con solamente un rasponazo superficial afortunadamente.
Solo me dan descanso los últimos tres kilómetros. Me encuentro con antiguas compañeras de voluntariado en el MAM que me dan los ánimos que me faltan para rematar la carrera. Hago el último tramo trotandillo y vuelvo a entrar en meta, en 8:17, peor tiempo que el año pasado, peores sensaciones. Una lección aprendida, eso si. Nunca más.
Bien. Superviviente otra vez.
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