...ahora comienza mi guardia.
(Canción de Fuego y Hielo)
Cambian los relojes, llega el horario de Invierno. Se acabó el volver a casa, cambiarse, salir a correr y volver de día, con el Sol aún alto. A partir de ahora, a correr en la oscuridad.
"No se ve la llegada de la mañana, no se vislumbra el día..."
Es verdad que en verano, para evitar el calor apetece ponerse un frontal y salir a correr bajo las estrellas y la Luna, pero es una elección. Gracias a lo que ha evolucionado la tecnología led hay aparatos maravillosos que alumbran durante horas con una potencia inimaginable para aquellas bombillitas que colgaban de una pila de petaca y pesaban como un cadaver, no hace tanto. De hecho los primeros frontales nos parecían la releche (¿Se puede decir "la rehostia" aquí?) y no imaginábamos que pudiese mejorar tantísimo su rendimiento en tan poco tiempo. Hay materiales de montaña que han evolucionado y otros que no tanto y de los que solamente se comercializan nuevas versiones por el incansable impulso del marketing, para el que siempre lo nuevo es lo mejor. No es es el caso del material de iluminación. Cada vez pesa menos, alumbra más y consume las baterías más despacio. ¡Magia!
La oscuridad puede dar miedo. Un peligro real o imaginario es más difícil de manejar por la noche porque nuestro sistema límbico está agazapado y listo para tomar el control sobre el evolucionado lóbulo frontal (ya sabéis lo de los lóbulos, los que se comen la ovéjulas... perdón. Un chiste malo siempre es irresistible de colocar una vez te viene a la mente).
Lo del peligro real "o imaginario" es importante. Un ataque de pánico nocturno puede acabar en catástrofe ante cualquier amenaza, no es necesario que esta tenga un fundamentum in re, un sustento en la Realidad con mayúscula, basta que sea algo que dispara nuestra angustia. Como un fantasma del pasado que arrastra sus cadenas en el momento y lugar más inoportuno.
"Tal vez tu mente te está jugando una mala pasada..."
El miedo mata la mente.
Ya lo decía Frank Herbert en Dune, el miedo es la pequeña muerte que lleva a la destrucción total. El miedo paraliza e inmoviliza o hace huir sin control y extraviarse, o encuentra razones y argumenta y construye un edificio de intelectualizaciones que sirven para que nada cambie en tu vida, para conformarte con lo que tienes. Para paralizarte como un conejo asustado.
El miedo es terrible. En la oscuridad, en la soledad, en el monte, se ponen en marcha los mecanismos que permitían a nuestros antepasados mantenerse con vida, al menos lo suficiente para trasmitir la carga genética que nos ha llegado a nosotros sus descendientes (esa parte, al menos, era tan divertida como ahora, parece ser. No todo eran sinsabores y miedos). En un ambiente a menudo hostil como la montaña, o desconocido, como una ruta que no conociamos, el impulso del miedo era una manera de agruparse en la manada, de protegerse contra los predadores y los enemigos de otras especies y quizás también de la nuestra propia.
La oscuridad ahora nos es atractiva (que nos lo digan a los heavys). Es seductora, si se tienen bajo control los miedos, se puede disfrutar de ella. Nos gusta acercarnos al peligro, vivir experiencias que nos llenen de adrenalina que nos despierten de la rutina anestesiada del día a día de los monos obesos y sin pelo que somos como especie... pero ¡ay!, ¡qué no cunda el pánico! Qué no nos tengamos que ver en una situación de peligro real que nos quite la tontería de un plumazo.
Pronto los paseantes abandonarán las calles para refugiarse frente a los televisores y los corremontes, correparques y correpolígonosindustriales saldremos a mojarnos bajo la llovizna, a resistir el viento frío y a abrazar la oscuridad que nos ceden para que nosotros la disfrutemos por ellos.
¡A ser felices!
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