sábado, 18 de octubre de 2014

El comer es un placer. Somos lo que comemos (...y IV)

"Sin comer no se puede pensar, porque sólo piensas en comer..."
Rene Descartes

Julien Offray de La Mettrie, filósofo y médico francés, murió, según algunos de sus biógrafos, de una indigestión de paté de faisán, mientras que otros apuntan a un atracón de trufas, quizá, en definitiva, fue el paté de faisán con trufas, aunque hay unanimidad sobre que el autodiagnóstico y autotratamiento a base de sangrías (desangraciones) no fue eficaz, sino rápidamente letal. Para este autor la filosofía, o casi cualquier otra cosa, era una actividad a realizar después de lo importante:

"Bebe, come, duerme, ronca, sueña y, si alguna vez piensas, que sea entre vino y vino".

Seguramente hay que atribuir a La Mettrie ser uno de los primeros iniciadores modernos del pensamiento cognitivista, ya que plantea un enfoque emergentista en su obra "El hombre máquina", en la que reflexiona sobre la mente, la materia y el sistema nervioso yendo más allá que Descartes y extendiendo la teoría de que los animales son máquinas a la propia especie humana. Ello servía, más que para denigrar a las personas, para dignificar a los animales, ya que no consideraba imposible, incluso, enseñar a hablar a los monos y otros bichos, con tiempo y paciencia. Aunque solamente fuese por eso ya me sería simpático, pero si le añadimos su ateísmo militante y su reivindicación del mundo de los placeres cotidianos como forma de realización en la vida, creo que podemos casi hablar de un miembro (con perdón) de Corriendo por el Campo (si le hubiese dado la gana de correr, así, a lo tonto).

Hablando de comer y de atracones, hay que ir terminando con la serie sobre nutrición con la que he estado indigestando a mis queridos, osados y esforzados lectores las últimas semanas. Ya volveremos al tema más adelante, porque no se puede separar lo de correr de lo de comer con tanta facilidad.

No hablan, no, pero se les entiende todo...
Además estoy "a plan", y es difícil en estos casos sacar de la cabeza el tema de la alimentación, como nos señala Descartes en la cita con la que empieza esta entrada.

Y al final, ¿Tiene la filosofía algo que decir sobre la nutrición en el deporte?

Mucho, siempre tenemos algo que decir. Nos metemos en todas partes sin complejos, porque no hacemos ciencia. La ciencia tiene delimitado por sus métodos, por sus objetivos y herramientas, el campo desde el que puede hablar de algo. No se puede, por ejemplo, hablar de como se comporta un animal desde una ciencia, como la química, en la que no tienen lugar las propiedades estructurales (i.e. la propiedad de "conducta animal") que emergen cuando la materia química se organiza para formar vida, una forma de materia que estudia la biología sirviéndose, eso si, de la bioquímica y la química orgánica, entre otras, como auxiliares.

Aprovechamos para recordar a los enemigos de la "química" en los alimentos, que todos los alimentos son sustancias químicas, como ellos mismos (me refiero a los que quieren comer "sin química", a su propia persona), tengan o no estas sustancias un nombre que tenga su origen en una nomenclatura científica. Un boniato ecológico es tan químico, ni menos ni más, que un puñado de aspartamo.

He pillado peso en el parón del Otoño y toca pagar la penitencia. Aquí empiezo con ella luciendo lorcillas.

Se puede hablar sobre el alcance de la ciencia, de lo que se puede o no se puede decir sobre salud y nutrición, sobre sistemas de entrenamiento y biomecánica. Sin hacer medicina, sin hacer biología, desde la epistemología, esa parte de la teoría del conocimiento (gnoseología), se puede decir cuando no se está haciendo ciencia, cuando se está haciendo un razonamiento equívoco, cuando se está yendo más allá de lo que es posible afirmar a partir de un pequeño conjunto de datos. Es posible, eso sí, establecer cuando una inferencia científica es legítima o, al menos, se puede cuestionar desde la lógica cuando es ilegítima.

Por ejemplo, aunque sea de dominio popular la idea de que los cambios evolutivos son muy lentos y que la Naturaleza (con mayúsculas, para algunos de los que sustituyen sus dioses por esta personalización de lo que podríamos llamar "el conjunto de las cosas") no da saltos en el proceso evolutivo, aunque se piense por mucha gente que, si estábamos adaptados en el paleolítico a una determinada dieta en la que no había legumbres ni cereales, ni en la zona que habitamos muchos alimentos introducidos en tiempos históricos (castañas, dátiles, maíz, arroz, naranjas, pimientos, tomates, patatas, etc...), es posible que no podamos digerirlos tan bien como los alimentos "autóctonos"... si es que existe alguno... a pesar de todo, lo que nos dice la ciencia es que nuestra capacidad para asimilar nuevos alimentos evoluciona muy rápidamente y que, con independencia de ello, los cocinamos y procesamos para hacerlos digeribles y asimilables. Todos los alimentos tienen sustancias (químicas) que no son saludables en determinada cantidad y en una dieta muy monónota siempre existe el peligro de que falte algo o de que se acumule mucho de otra cosa, lo que también puede ser peligroso (hasta el exceso de vitaminas puede ser letal).

El mito de los alimentos "inflamatorios" o las dietas macrobióticas o alcalinas, tienen tanta base científica como guiarse por el color de los alimentos (que existe, si, la dieta de los colores) como guía nutricional. Todas las sustancias son tóxicas en una determinada dosis, incluyendo aquellas imprescindibles para nuestra existencia como el agua.

Podemos rechazar la falacia de pasar del "poder" al "ser", de construir una hipótesis razonable a darla como un hecho probado. Lo cierto es que podemos comer muchas cosas y nos adaptamos a ello con relativa facilidad. La cuestión es que cuando tienes una fuente eficaz de alimento, que proporciona muchas calorías y puedes almacenar, ya sea en forma de derivados de la leche, legumbres y cereales secos, aceites obtenidos del prensado de frutos y semillas, frutos secos, carne o pescado en salazón... (todo lo nombrado prohibidísimo por alguna doctrina nutricional radical), entonces tu población sobrevive y la que no tiene el qué comer al final del invierno, casca. Así de sencillo. La población mejor alimentada es la que sobrevive para trasmitir sus genes, y dentro de cada población, aquella con menor intolerancia a la dieta que permite subsistir a la mayoría. Es el llamado "Efecto Baldwin". Es el hábito alimentario lo que dirige la evolución genética porque, como factor de supervivencia, está por delante "comer calorías suficientes para no cascar" que el "comer alimentos que se digieran con facilidad y no produzcan aerofagia". Es lo que explica que distintas poblaciones humanas, geográficamente separadas a lo largo de la historia, estén mejor o peor adaptadas a unos cereales u otros o que los orientales tengan escasa tolerancia al alcohol y los occidentales a la cafeína según se haya optado por la fermentación (vino y cerveza) o por la cocción (té) como estrategia para potabilizar el agua.

Corriendo con la mitad de dedos que de uñas.
Otro selfie de penitencia
El otro día se me calló la uña del pulgar como consecuencia de los microtraumatismos producidos en el UTMB (ya me estaba creciendo otra debajo, mucho menos "grimosa"). Luego al correr mi tirada empecé a sentir como un pinchazo en la yema del dedo. Muy molesta. Era como si me clavasen una aguja. A veces hay que investigar un poco. Tenía un pinchito clavado en el calcetín. El pincho era la causa del pinchazo. A veces establecemos una relación de causalidad ilegítima, aunque razonable.

Que una cosa siga a otra no quiere decir que una cosa cause a otra.
No basta que un sabio estudie la naturaleza y la verdad; debe atreverse a decirla en favor del pequeño número de los que quieren y pueden pensar; pues a todos los que son voluntariamente esclavos de los prejuicios les es tan imposible alcanzar la verdad, como a las ranas volar.Julien Offray de La Mettrie






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