jueves, 26 de mayo de 2016

Mercenarios en la guerra definitiva

Para la primera mitad del tiempo geológico nuestros antepasados ​​eran bacterias. La mayoría de las criaturas todavía son bacterias, y cada uno de nuestros billones de células es una colonia de bacterias.
Richard Dawkins
He descubierto que la composición de mi flora intestinal es tan única como una huella dactilar, que tengo dentro diez bacterias por cada una de las células que tiene mi organismo y que almacenan una información en sus espirales de ADN cien veces mayor que la que contiene mi propio genoma. Todo ello es absolutamente revelador de lo poco que sé de mi mismo. Pero el dato que me tiene loco es que cuando me subo a una báscula, aproximadamente dos de los kilos que marca (la maldita) son de ellas, de las habitantes de ese planeta que soy yo mismo. Un planeta superpoblado con entre quinientos y mil billones (1015) de habitantes y cerca de dos mil especies diferentes, quizá casi tan ignorantes de su mundo como nosotros del nuestro.

La biota intestinal es, a todos los efectos, un órgano más de nuestro cuerpo. Cumple numerosas funciones y no sobreviviríamos sin ellas. A nivel funcional sus mecanismos son un subconjunto de nuestros propios sistemas. Una parte un poco alienígena, eso si. Una parte que espera pacientemente el día en que el huésped, el mundo, yo, usted, pasemos a mejor vida... "palmemos", para hacer de nosotros su último alimento. Para reproducirse vertiginosamente alimentándose de las paredes de lo que había sido su casa hasta hacía poco, ahora en proceso de fermentación y convertirnos en más bacterias que hagan una tarea completa de descomposición, liberando en el proceso los nutrientes que serán aprovechados por otros seres vivos pequeños y grandes. Somos la materia prima aún no procesada de ese producto final que seremos algún día, un pútrido cadáver.

Así ellas tomarán venganza y justa restitución, según el orden del tiempo(1), de todas esas veces que nuestro cuerpo, febril a cuarenta grados, ha provocado un genocidio de proporciones bíblicas matando a todas aquellas que no pueden sobrevivir por encima de esta temperatura. Billones de ellas. Por aquellas ocasiones en las que nuestro sistema inmune, o nuestros provisionales aliados, los hongos, los antibióticos, han pasado a cuchillo como el general Custer a los nativos americanos pacíficos, como si fuesen huestes invasoras, liquidando bacterias "buenas" que andaban por el colon fermentando glucosas tal si fuesen una colonia de streptococos que venían remontando las mucosas de la nariz como los vikingos remontaron el Sena para atacar París.

Quien vea en esto un sucio truco para atraer tráfico web
de mujeres y hombres que gusten de los fornidos  torsos de la serie Vikings...
...bueno, si, me ha pillado.
Porque la GRAN GUERRA DEFINITIVA que se desarrolla en el mundo desde hace muchos eones es entre bacterias y hongos y en ella nosotros, aparte de tomar partido por unos u otros temporalmente como un condottiero renacentista, como vulgares mercenarios, como tropa extranjera auxiliar, canalla soldadesca que cambia de bando según le interesa, somos en todo esto mero campo de batalla. Somos el terreno sobre el que se libran las escaramuzas como lo son los demás seres pluricelulares y, por tanto, lo que es lo mismo, mortales. La guerra empezó antes de que llegáramos y continuará después de que nos marchemos salvo que seamos capaces de exterminar toda la vida en el planeta. Esto algo enormemente difícil pero que, mira tú por dónde, está entre nuestras vergonzosas capacidades ya que las armas que hemos inventado para matarnos unos a otros pueden conseguir si logramos saturar de radiación suficientemente nuestro hogar que no quede ni tan siquiera una procariota escondida en una piedra para echar de menos el bullicio de antaño.

Mi descubrimiento de la importancia de la flora intestinal no tiene nada que ver con el componente semimágico atribuido a ciertos postres lácteos a través de publicidad engañosa y que han convencido a buena parte de la población de que con su consumo aumentan "las defensas". Tampoco con los ya muy cansinos "superalimentos" que entusiasman a un segmento de pijipis que ponen su fe en el último hallazgo magufo de la comida de moda para esta temporada. Ni tan siquiera en los pseudoestudios patrocinados por la industria alimentaria para atribuir y alegar propiedades especialmente saludables para los productos a los que quieren dar salida en el mercado.

Para la planificación nutricional de la próxima carrera, la burrada de este próximo verano, he recibido el regalo de mi nutricionista de cabecera (mi hermana) de unas sesiones con una nutricionista deportiva especializada en mi deporte.

A través de mis nutricionistas, he descubierto la importancia de los almidones resistentes que son un gran aliado para preparar el cuerpo para esfuerzos muy muy prolongados. Son resistentes, en concreto, a la digestión y llegan hasta el intestino sin ser digeridos total o parcialmente, como si fuesen otro tipo de fibra alimentaria, dando "de comer" a las bacterias que allí están, pero sin que se eleve el nivel de glucemia. A la larga aumentan la sensibilidad a la insulina y mejoran la gestión de los ácidos grasos, por lo que se facilita la pérdida de peso y la eficacia energética en esfuerzos prolongados.

Os mantendré informados, quizá con alguna receta muy sencilla en la sección de ReCxCetas de Corriendo por el campo, si consigo el permiso para ello teniendo en cuenta que meter alimentos que no rezumen grasa y calorías por los cuatro costados va contra la linea editorial de aquella nuestra/vuestra página.


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(1) «De donde las cosas tienen su origen, hacia allí deben sucumbir también, según la necesidad; pues tienen que expiar y ser juzgadas por su injusticia, de acuerdo con el orden del tiempo» Anaximandro de Mileto




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